Dr. Edwin Francisco Herrera Paz.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz (Génesis 1:3)
Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón (Hebreos 4:12).
La lengua es, por mucho, el musculo más veloz y polifacético del cuerpo humano, además de ser extremadamente sensible. No solamente es sensible al tacto. También es capaz de identificar ciertas cualidades químicas de muchos compuestos por medio del sentido del gusto. Nos sirve además para deglutir, sin contar con su función de proporcionar una sensualidad adicional a las relaciones de pareja.
La lengua, además de sus múltiples funciones, se ha constituido como una poderosa arma, a veces más potente que todas las bombas nucleares en la tierra. Con el advenimiento del lenguaje, la lengua se convirtió en una herramienta capaz de cambiar vidas y destinos. La invención de la escritura tuvo el efecto de hacer perdurable lo hablado, y el lenguaje en general se constituyó como uno de los pilares en los que se ha fundamentado el desarrollo del ser humano como animal pensante capaz de realizar prodigiosas hazañas.
La palabra hablada es tan poderosa que en Génesis 11:5 el mismo Dios, al ver que los humanos edificaban una torre que llegaría hasta el cielo, dijo: “He aquí, son un solo pueblo y todos ellos tienen la misma lengua. Y esto es lo que han comenzado a hacer, y ahora NADA de lo que se propongan hacer les será imposible”.
Esta declaración no es trivial. Los grupos humanos unidos por la comunicación podríamos ser capaces de llegar a las estrellas. Es posible que la historia de Babel se remonte al origen de las lenguas semíticas a partir de un lenguaje ancestral protosemítico, o aun antes, durante la separación de este con el protoindoeuropeo. Y entonces como ahora, los lenguajes han constituido una barrera cultural que separa a la humanidad en “burbujas” lingüísticas.
Las tradiciones culturales, las costumbres familiares y la reconstrucción mental del mundo se transmiten y logran a partir del lenguaje. Las sociedades son estructuradas por medio de códigos, leyes y reglamentos, que a su vez son elaboraciones lingüísticas enteramente abstractas que elevan a las instituciones humanas a la categoría de realidad. Así como la mecánica cuántica nos dice que la presencia de un observador colapsa la función de onda para que esta se concrete en un estado cuántico específico, el lenguaje colapsa la ideación humana en una realidad definida.
Por medio del lenguaje somos capaces de categorizar, de establecer límites entre elementos que de otra manera no se diferencian unos de otros, sino que forman parte de un continuo difuso. Aunque la habilidad de categorizar la compartimos con muchas de las especies del reino animal, es el lenguaje el que finalmente lleva a esta característica al extremo de originar una verdadera autoconciencia.
El lenguaje nos permite describir fenómenos de nuestro entorno así como sucesos en galaxias lejanas, reproducir esos fenómenos y utilizarlos para nuestro beneficio. Y a pesar de eso, de lo que no somos conscientes del todo es de la fuerza que poseen las palabras en nuestras propias vidas. Las palabras moldean nuestro futuro y el de nuestros seres queridos de una forma mucho más contundente de la que imaginamos. Las palabras positivas repetidas continuamente producen resultados positivos, pero lo contrario también es cierto. El ambiente negativo generado por palabras negativas tiene un garrafal efecto destructor.
Jesús utilizó la palabra hablada para sanar y para expulsar demonios. En el ámbito espiritual la palabra, ya sea hablada o escrita, tiene una importancia crucial, aun mayor que en nuestra realidad cotidiana. Jesús, y antes que él los profetas, insistían en la veracidad de lo que está escrito aunque no hubiese ocurrido todavía. Además Jesús recalca el poder de la palabra hablada cuando le explica a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en el cielo; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en el cielo” (Mateo 16:19).
La palabra de Jesús tiene la característica de trascender el espacio y el tiempo. Así, sus enseñanzas son tan actuales como lo fueron al momento de impartirlas. El famoso centurión romano de las escrituras se dio cuenta de esto y confirmó su fe al señalarle a Jesús: “No soy digno de que entres en mi casa; solo di la palabra y mi criado será sanado” (Mateo 8:8). Desde luego, el centurión conocía de estructuras terrenales y de la función crucial del lenguaje en su formación, que se deja entrever en el siguiente verso: “Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y mi siervo: Haz esto y lo hace” (Mateo 8:9).
Las palabras denigrantes dichas en algún momento son capaces de arruinar una vida. He oído de casos en los que un rencor ancestral se originó de un insulto y pasó a las demás generaciones. Cuando esto ocurre, generalmente el que insulta olvida pronto pero el agraviado mantiene una herida, una cicatriz bioquímica en lo profundo de sus redes neuronales, difícil de sanar.
Esto es especialmente cierto en los niños, en los que el sistema nervioso en formación les hace susceptibles a la influencia de los padres, maestros y demás adultos. Si usted le indica a su hijo que es lento, tonto o que tiene dificultad para realizar alguna tarea, es muy probable que el pequeño haga lo posible por cumplir con esa aseveración. Para el niño, los adultos son confiables y sabios y es difícil que se equivoquen en sus juicios. En la mente del niño él es “tonto” porque si no fuera así usted nunca se lo hubiese dicho.
Y como las costumbres de los padres son repetidas por los hijos, es así como vemos a muchas generaciones arrastrar con una minusvalía, una discapacidad o torpeza solo porque alguna vez, a algún ancestro remoto ya olvidado en la noche de los tiempos, se le ocurrió en un momento de irreflexión insultar a su hijo.
Por eso le aconsejo contrarrestar el constante bombardeo de palabras negativas al que se expone su hijo a diario desde su tierna infancia en el jardín escolar, y luego en la escuela y otros grupos sociales. Usted puede hacerlo diciéndoles palabras de bendición a diario. Recuerde que esas palabras acompañarán a su hijo siempre, a donde quiera que vaya por este breve sendero que es la vida terrenal. Saludos.
Estoy totalmente de acuerdo con usted. Algunos Maestros son campeones para destruir vidas con sus palabras necias. No sirves para nada, eres un tonto le dicen a una criatura indefensa; y más triste aún es oir a un padre de familia decirle burro haragán a su hijo.
ResponderEliminarMe parece excelente su artículo. Más a menudo debería escribir sobre el poder de la lengua.
TODO LO QUE DECLAREMOS CON NUESTRA BOCA Y CREYERAMOS EN NUESTRO CORAZON SERA HECHO,SEA BUENO O MALO. LO DIJO JESÚS.
Lo felicito y reitero, más a menudo debería recordarle a las personas cuán poderosas son las palabras que salen de nuestra boca.
Les aseguro que si alguno le DICE a este monte: "Quítate de ahí y tírate al mar", creyendo, sin abrigar la menor duda de que lo que dice sucederá, lo obtendrá. (Marcos 11:23).
ResponderEliminarDebería publicar este artículo, es importante que llegue a más personas, pues muchas veces se le dice eso a los niños por ignorancia, por no saber lo que pesa una palabra. Los padres y los maestros pueden marcar la vida para siempre.
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