Edwin Francisco Herrera Paz. Encontré esta bonita narración en internet y la traduje (con ligeras modificaciones, como podrá ver). El original lo puede encontrar en: The Egg.
Ibas de camino a tu casa cuando moriste.
Fue un accidente automovilístico. Nada extraordinario, más sin embargo fatal. Dejaste una esposa y dos hijos. Fue una muerte sin dolor. Los paramédicos lo intentaron todo para salvarte, pero fue en vano. Tu cuerpo estaba tan destrozado que fue mejor que murieras, créeme.
Y fue entonces cuando me conociste.
“¿Q q que ha pasado?” Me preguntaste. “¿Dónde estoy?”
“Moriste,” te dije de golpe. No tenía objeto disfrazar las palabras.
“había un… un camión patinando…”
“Sip,” te dije.
“¿Mo mo morí?”
“Sip. Pero no te sientas mal por eso. Todo el mundo muere,” te dije.
Miraste alrededor. Solo estaba la nada; y nosotros dos.
“¿Qué es este lugar? ¿Es esta la vida después de la muerte?”
“Más o menos,” te contesté.
“¿Eres Dios?” Preguntaste.
“Sip,” contesté. “Soy Dios.”
“Mis hijos... mi mujer,” dijiste.
“¿Qué pasa con ellos?”
“¿Estarán bien”?
“Eso es lo que me gusta ver,” te dije. “Acabas de morir y tu preocupación es tu familia. Eso se valora por aquí.”
Me miraste con fascinación. Para ti, yo no parecía Dios. Solo parecía un hombre cualquiera. O posiblemente una mujer. Tal vez alguna vaga figura de autoridad. Más como un maestro de gramática de la escuela primaria que el Todopoderoso.
“No te preocupes,” te dije. “Estarán bien. Tus hijos te recordarán perfecto en todos los sentidos. No tuvieron tiempo de crear resentimientos contra ti. Tu esposa te llorará por fuera, pero en secreto sentirá alivio. Para ser justos, tu matrimonio se estaba desmoronando. Si te sirve de consuelo, se sentirá culpable por sentirse liberada.”
“Ah,” dijiste. “¿Y qué va a pasar ahora? ¿Iré al infierno, al cielo o a algún lado?”
“No,” te dije. “Reencarnarás.”
“Ah,” dijiste. “Entonces los hindúes tienen razón.”
“Todas las religiones tienen razón en alguna forma,” dije. “Acompáñame.”
Me seguiste mientras recorríamos la nada. “¿A dónde vamos?”
A ningún sitio en particular,” te dije. “Solo que es agradable caminar mientras platicamos.”
“¿Entonces, cual es el punto?” Preguntaste. “Cuando vuelva a nacer solo seré una hoja en blanco, ¿cierto? Un bebé. Así que todas mis experiencias y todo lo que hice en esta vida no tendrá importancia.”
“Pues no es así del todo”, dije. Llevas dentro de ti todo el conocimiento y las experiencias de todas tus vidas pasadas. Solo que en este momento no las recuerdas.”
Paré de caminar y te alcé por los hombros. “Tu alma es más maravillosa, bella y gigante de lo que puedas imaginar. Una mente humana solo puede contener una pequeña parte de lo que eres. Es como meter un dedo en un vaso de agua para saber si está fría o caliente. Pones una pequeña parte de ti dentro del vaso, y cuando la sacas, adquiriste todas las experiencias que este tenía”.
“Estuviste en un humano por los últimos 40 años, así que todavía no te has estirado y sentido el resto de tu inmensa conciencia. Si nos mantuviéramos aquí el tiempo suficiente, comenzarías a recordar todo. Pero no hay objeto en hacer eso entre cada vida.”
“¿Entonces cuantas veces he reencarnado?”
“Ah, muchísimas. Y en muchas vidas diferentes,” te dije. “En este momento serás una niña china pueblerina en el 540 DC.”
“Espera. ¿Qué?” Exclamaste. “¿Me mandarás atrás en el tiempo?”
“Bueno, técnicamente sí. El tiempo, como lo conoces, solo existe en tu universo. En el sitio de donde vengo las cosas son diferentes.”
“¿Ah sí?” Preguntaste.
“Claro,” te expliqué. “Vengo de un sitio. Otro sitio. Yo sé que te gustaría saber cómo es ese sitio, pero honestamente, no entenderías.”
“Ah,” dijiste, un poco desilusionado. “Pero espera un momento. Si reencarno en otros lugares en el tiempo, podría haber interactuado conmigo mismo en algún punto.”
“Claro. Sucede siempre. Y siendo ambas vidas solo conscientes de su propia experiencia tu ni siquiera te das cuenta que esto pasa.”
“¿Entonces cual es el punto?”
“¿En serio?” Pregunté. “¿En serio me preguntas sobre el significado de la vida? ¿No es acaso esto un poco estereotipado?”
“Bueno, es una pregunta razonable,” insististe.
Te miré a los ojos. “El significado de la vida, la razón por la que hice todo este universo es para que madures.”
“¿Te refieres a la humanidad? ¿Quieres que NOSOTROS maduremos?”
“No, solo tú. Hice este universo para ti. Con cada nueva vida creces y maduras y te vuelves un intelecto más grande.”
“¿Solo yo? ¿Y qué de los demás?"
“No hay nadie más,” dije. “En este universo solo estamos tu y yo.”
Me dirigiste una mirada de extrañeza. “Pero toda esa gente en la tierra…”
“Todos son tu. Diferentes encarnaciones de tí mismo.”
“Espera. Yo soy ¡¿todos?!”
“Ahora lo estas entendiendo,” te dije, dándote una palmadita en la espalda como felicitación.
“O que vivirá alguna vez, sí.”
“¿Yo soy Mel Zelaya?”
“Y también Roberto Michelleti,” añadí.
“¿Y Pepe Lobo?”
“Sí,” te dije. “Y también Salvador Nasralla.” Hiciste un gesto de disgusto como cuando alguien chupa un limón muy ácido.
“¿Y Pepe Lobo?”
“Sí,” te dije. “Y también Salvador Nasralla.” Hiciste un gesto de disgusto como cuando alguien chupa un limón muy ácido.
“¿Yo soy Hitler?” Preguntaste luego.
“Y también los millones de personas que mandó a ejecutar.”
Te quedaste en silencio, reflexivo.
“Cada vez que victimizas a alguien,” te dije, “te estás victimizando a ti mismo. Cada acto de bondad que has hecho, te lo has hecho a ti mismo. Cada momento alegre y triste experimentado por cualquier humano, fue, o será experimentado por ti.”
Pensaste durante algún tiempo.
“¿Por qué?” Me preguntaste. “¿Por qué hacer todo esto?”
“Porque algún día serás como yo. Porque eso es lo que eres. Eres de mi raza. Tu eres mi hijo.”
“¡Wow!” Exclamaste incrédulo. “¿Quieres decir que soy un dios?”
“No. Todavía no. Eres un feto. Todavía estás creciendo. Una vez que hayas vivido todas las vidas humanas de todos los tiempos, habrás crecido lo suficiente para nacer.”
“Entonces el universo entero,” dijiste, “es, es tan solo un…”
“Un huevo,” contesté. “Ya es tiempo de que partas a tu siguiente vida.”
Y te mandé de regreso.
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