Nuestra grandeza, nuestros triunfos, nuestras riquezas. Nuestros fracasos, nuestras derrotas, nuestra pobreza. Ilusiones pasajeras que solo cobran sentido cuando se contemplan formando parte del gran río de la existencia.
Orgullo. ¿De qué? Hemos conquistado o construido imperios. Hemos derrotado o destruido reinos solo para satisfacer ese fragmento de realidad efímera que percibimos grande y monumental, más grande de lo que en realidad es. Desprenderse de esa capa que nos cubre y que llamamos “Yo” -aunque sea momentáneamente- para vernos a nosotros mismos desde la perspectiva del tejido social como entidades evolutivas; como puentes y escaleras que unen diferentes partes del tejido en el espacio y en el tiempo, y que forman el andamio en el que se sostiene esto que llamamos genéricamente “ser humano,” es menester si añoramos conocer nuestra posición dentro de la vastedad infinita.
Según las palabras de Salomón: “Vanidad de vanidades.” Porque todo es vanidad. Nada adquiere una importancia verdadera sino es en perspectiva. Más nuestra perspectiva personal en realidad es miope y falta de alcance. Nos falla la visión para contemplar los propósitos eternos.
Vidas efímeras. Estructuras que se crean y se disipan. Luces que se encienden y se apagan. Cientos, miles, miles de millones, billones de ellas atreves de las edades. Las luces que forman la tela de las sociedades. Cada lucesita adquiere significado en relación con las otras. Cada una altera el brillo de las otras en cierto grado, por lo que todas se encuentran vinculadas -aun si están distantes- en el espacio o en el tiempo.
Somos máquinas sofisticadas brotadas de un código sencillo, con una vida tan corta y frágil… La historia es cíclica y el ser humano repite una y otra vez los mismos errores, pero con cada nuevo error emerge una nueva estructura, un nuevo orden social, una nueva dinámica. Más evolucionada, más interdependiente. Y al igual que la célula debe su existencia al organismo y viceversa, el ser humano debe su existencia a la sociedad, y al revés. El uno sin la otra carece de sentido, y al contrario. Entonces, el huevo es la gallina, y la gallina es el huevo y la distinción entre ambos es un continuo evolutivo indisoluble. Todos somos hechos de los mismos genes, entremezclados una y otra vez y en cada ciclo de mezclada, un poco más de orden y de complejidad. Pero al fin y al cabo los mismos genes. El mismo código. Somos variantes de lo mismo.
De repente, en ese continuo evolutivo a través de los eones, surge un gran salto. Tales saltos se ven representados por cambios cualitativos en el manejo de la información. Así, la vida molecular saltó a la vida celular, ésta a la vida pluricelular y luego a la comunidad. De genes a cultura, y de cultura a la evolución autodirigida: la autoevolución. Para mí, es evidente que este discurrir de la vida en estructuras más complejas tiene un sentido. Hay implícito un propósito imperceptible a nuestra diminuta escala espacio temporal. Cada ser, por más pequeño que nos parezca, tiene una posición en este complicado rompecabezas.
El todo surge de la nada, pero, ¿realmente existió la nada? Un universo autorganizado, que se inventa a sí mismo valiéndose de un par de leyes. Y surge de nuevo la pregunta: ¿De donde surgieron las leyes? ¿De la nada? Porque al fin de cuentas si surgimos de la nada somos nada. Porque es más fácil que la nada produzca nada a que produzca todo, o al menos, un universo completo. Tan pequeños somos que aun a la mente más iluminada se le escapa el todo, que al fin de cuentas para la mente es nada puesto que viene de esta. Entonces, toda la majestuosa evolución hacia estructuras progresivamente más complejas, no es más que nada, no sirve para nada, no hará nada.
Discúlpeme, pero quizá el único vestigio de ilusión que desea conservar mi “Yo” es aquel que le indica que no venimos de la nada, sino del todo. Que hacia el todo vamos y que algún propósito cumple la frágil pieza de rompecabezas que es mi “Yo.” Quítenme todas las ilusiones, pero permítanme conservar esta. Que a pesar de mi pequeñez, la ultradiminuta –casi invisible a escala cósmica- pieza de engranaje que es mi ser forma parte de ese todo, sin la cual no estaría completo. Déjenme soñar. Porque al final de la historia nada perderé. Si no soy nada continuaré siendo nada, y luego todo queda en sueño. Pero si soy una minúscula parte de un todo, entonces habré encontrado mi sitio en el universo.
Ese TODO para mí,se reúne en una sola palabra *DIOS*.
ResponderEliminarwow! vaya manera de cuadrarsele al 2011...que se venga! jmch
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