Hay que saber sacrificar la barba para salvar la cabeza.
Proverbio Árabe
La ONU ha nombrado una comisión de cancilleres de varios países de América, la que incluye al Secretario General, el señor José Miguel Inzulsa. El señor Inzulsa visitó nuestro país unos días después de la “sucesión constitucional”, sin haberse entrevistado con los “golpistas”, y por lo tanto sin escuchar los argumentos esgrimidos por una de las partes, en un claro error en el manejo de los cánones internacionales de la diplomacia. El presidente Micheletti decidió posponer la visita de la comisión indefinidamente, y ha dicho que a Inzulsa se le recibirá en Honduras con los brazos abiertos, pero únicamente si viene a nuestro país en plan de turista, a visitar nuestras bellas playas, a bucear en los arrecifes coralinos de las Islas de la Bahía, o a conocer nuestras famosas Ruinas de Copán. Aplaudo la decisión de Micheletti, ya que bastante falta nos hacen los turistas en Honduras, dada nuestra situación actual (según el mundo, en Honduras hay miles de muertos y represión política). Un poco más de respeto hacia Honduras, señor Inzulsa.
Hace unos días me encontraba en una calle cuando pasó una manifestación de Manuel Zelaya. Cuando pasaban frente a una tienda, al ver a un hombre parado en la acera, distraído viendo el desfile y el relajo, uno de los montoneros manifestantes gritó: “miren, ese turco es Canahuati, de la oligarquía, ¡agárrenlo!” El pobre hombre, ya entrado en años, pegó una carrera de esas que ni la Pantera Negra (David Suazo) en sus mejores tiempos, mientras gritaba a todo pulmón: ¡yo soy Fajardo, no Canahuati, no me hagan dañoooo! Finalmente no le hicieron daño, ya que todo fue una confusión.
Y es que la confusión domina el ambiente, por lo que el 80% de los hondureños sufre en estos momentos de algún grado de ansiedad. La turba, en su camino iba manchando las paredes. Me llamó la atención el hecho de que iban destruyendo los rótulos de la compañía de telefonía celular “Tigo”, por ser propiedad de la oligarquía, pero me sorprendí aun más cuando vi que una considerable proporción de los manifestante hablaba en ese momento por sus respectivos celulares, utilizando los teléfonos comprados a Tigo, y gastando las recargas de la misma compañía. Uno de los manifestantes, después de quebrar un rótulo de Tigo de una tienda, entró a la misma para comprar una tarjeta de celular.
Me dije a mi mismo: mi mismo, si esta gente supiera lo que está haciendo, lo primero que harían sería cortar por completo el consumo de productos de la oligarquía. Ese sería el mejor boicot. El presidente Chávez desea eliminar en Venezuela los productos de la oligarquía, y en su inmensa sabiduría y como verdadero ideólogo está eliminando el acceso de los niños a los juegos electrónicos y volviendo al trompo, los mables y otros juegos más saludables, entre otras cosas. Si el presidente lograra eliminar todo vestigio de oligarquía en su país, sin duda lograría su objetivo, y hasta retrocedería a la época de las cavernas. Ahora, supongamos que el presidente Chávez lograra que todos los ciudadanos fueran iguales, con las mismas oportunidades y los mismos ingresos. Por unas cuantas generaciones, quizá el Estado podría mantener esta configuración, pero al ser inestable indefectiblemente surgiría otra oligarquía, y es aquí donde entra la pugna entre ideologías.
Por un lado, la extrema derecha reclama que los individuos no son iguales, que aquellos mejor capacitados tienen derecho a prosperar, amasar grandes fortunas y hacer caminar la economía, y que esta última se debe autorregular por el libre mercado, con poca ingerencia del Estado. La extrema izquierda, en cambio, dice que no es justo ni humanitario que las desigualdades en cuanto a factores genéticos o educacionales constituyan una fuerza que contribuya a abrir la brecha entre pobres y ricos con cada nueva generación, por lo que el Estado debe regular la economía, para repartir los bienes equitativamente y evitar excesos. ¿Quién tiene razón? Debo decir que ambas posturas tienen mucho de razón, y es probable que ambas consigan soluciones adecuadas a un conjunto de problemas sociales. Si recordamos, un sistema complejo, ante un problema, presenta familias de soluciones posibles. Lo malo entonces son los extremos, y el compromiso desmedido con una de las dos posturas que inevitablemente impide la apreciación del panorama completo.
Ya he dicho en otras entradas de este blog que el ser humano tiene la tendencia a comprometerse con un bando cuando se le ofrecen dos opciones, y es así como usted no puede ir al estadio a ver un partido de futbol si no apoya a uno de los dos equipos. Este es un factor psicológico que se explota cuando se quiere inducir una polarización social y en Honduras, esta polarización fue inducida sistemáticamnete por el depuesto presidente. Ayer oía a un analista del bando que está de acuerdo con la destitución de Mel Zelaya decir que el ex presidente fue destituido por su “continua violación a las Leyes y la Constitución”, cosa que no es verdad, y le diré por qué: En Honduras, en nuestra casa de la justicia, se violan y se retuercen a diario la Leyes y la justicia, flagrante y abundantemente, sin repercusiones mayores. El verdadero motivo de la destitución fue la inevitable prolongación del mandato del ex presidente, con la consecuente instalación del socialismo del siglo XXI en nuestro país, cosa que no conviene a la oligarquía, pero tampoco a las clases medias (ignoradas o degradadas por los ideólogos del socialismo a simples instrumentos de la oligarquía). Así de sencillo.
Los manifestantes a favor de Zelaya dicen que el pueblo rechaza el golpe, pero para ellos el pueblo solo comprende las clases desposeídas, quienes buscan la restitución de Zelaya porque beneficia a los pobres, sin ver que el ex presidente tuvo una gran oportunidad en sus años de gobierno de instaurar medidas que los favorecieran, en lugar de gastar muchos millones de lempiras en una encuesta que no servía para nada, ya que según los ideólogos del socialismo, no era vinculante. Los manifestantes deben cambiar su discurso a objetivos más claros y prácticos que conduzcan a la reducción de las desigualdades. Deben aprovechar el momento, y un consejo más: no mientan. La mentira les resta seriedad. No digan que hay una extrema represión, que hay muertos por montón, y otras cosas que les resta credibilidad ante una clase media fluctuante entre dos fuerzas. Recuerden: las clases medias existimos, no somos parte de las 10 0 12 familias que ustedes mencionan como de la oligarquía, y sobre nuestros hombros descansa el motor de la economía que mueve al país. No nos ignoren ni nos degraden.
Aunados a las filas de los dirigentes de la resistencia de izquierda, he podido ver algunos insignes capitalistas, desde luego no marchando y dando la cara, sino contribuyendo económicamente con las revueltas. Este fenómeno local simula lo que sucede en el mundo. Los grandes dirigentes del socialismo mundial son todos unos íconos del capitalismo desmedido, y el ejemplo más reciente lo podemos ver en la pareja presidencial argentina, la que ha multiplicado varias veces su fortuna debido a hábiles maniobras en el negocio de bienes raíces, lo que nos obliga a hablar de los excesos del capitalismo.
Inevitablemente, algunos grupos con ambiciones económicas y sed de poder exagerada encontrarán la manera de manejar el sistema de tal forma que les brinde los máximos beneficios con el menor esfuerzo. Cuando la cantidad de individuos que realizan maniobras amañadas de maximización de sus finanzas alcanza un punto crítico, el sistema se vuelve inestable y se derrumba. Para muestra las famosas burbujas, en las que el aumento de la rentabilidad de un negocio acapara la atención de una creciente proporción de la población que comienza una escalera ascendente de especulación, hasta que la burbuja explota, y el sistema entero colapsa, como en la crisis de las empresas puntocom en el 2000, o el colapso del mercado inmobiliario en los Estados Unidos, más recientemente. Luego, el temor y las interrelaciones entre los sistemas económicos originan un efecto dominó, que en nuestra era globalizada alcanza todos los rincones del planeta. Es inevitable que en toda sociedad de libre mercado, un pequeño grupo de personas que dominan el juego del capital acumulen grandes cantidades de dinero, pero sobre una base ficticia, amañada e inestable, basada en el valor futuro, que tarde o temprano originará un derrumbe del sistema. La solución estaría dada por mecanismos de regulación dictados por entes especiales que evitaran tales excesos: el control de los sistemas económicos se convierte en una necesidad.
Volvamos al tema de la ideología. Si los ideólogos van a luchar contra la oligarquía y el imperio, no se reúnan en un McDonalds, o en un Burger King a planear las revueltas. Estas empresas ganan millones de lempiras mientras reciben exenciones de impuestos por introducción de materiales de construcción, etc. lo que representa una competencia desigual para los empresarios que quieren comenzar su negocio nacional de comidas. Para colmo, ahora venden en dichos negocios hasta baleadas (comida típica Hondureña consistente en tortillas de harina con frijoles), compitiendo con negocios nacionales que sí pagan todos sus impuestos. Pronto venderán también enchiladas y pastelitos de perro (pastelitos de carne), compitiendo así con doña Chencha, la señora de la esquina, la que tendrá que cerrar su negocio y sobrevivir buscando trabajo en algún restaurante de comida rápida. En lugar de quebrar sus rótulos, les recomiendo a los ideólogos que se abstengan de comer sus Woopers o Big Macs. Sin una verdadera ideología, todo el desorden que causen se reduce a un circo mediático.
La mayor parte de los capitales en Honduras pertenece a familias de origen Árabe. ¿Por qué? Básicamente por dos razones. En primer lugar, estas personas, inmigrantes de diferentes puntos de oriente medio, eran ajenas a la cultura de la pobreza que tristemente se encuentra arraigada en la mayor parte de Latinoamérica. En segundo lugar, los sintimientos xenofobicos de los mestizos Hondureños determinó la creación de una legislación que obligaba a la constitución de empresas por parte de todo extranjero de determinadas nacionalidades que deseara permanecer en el país. El que no tuviera constituida su empresa al cabo de un año de residir en Honduras, era deportado (Ley de Inmigración de 1929). Los descendientes de árabes, con sus empresas constituidas, pronto aprendieron a desenvolverse y prosperar en el sistema hasta llegar a la situación actual, con todos sus excesos. Como se ve, la misma legislación hondureña destinada a evitar la inmigración fue la que impulsó a los grupos extranjeros hacia la cúspide de la escalera económica. Ahora no se quejen. Mejor conciliemos, que hoy por hoy, todos somos hondureños y la inmigración ha venido a incrementar nuestro acerbo genético y cultural.
Ha llegado la hora de equilibrarse y dirigir las acciones a objetivos que en realidad conduzcan a una reducción de la desigualdad y de los flagelos que nos azotan, como la corrupción, la deficiencia en la educación y la falta de servicios de salud adecuados. La oligarquía y la clase gobernante no deben conformarse en estos momentos con medidas tibias, como la rebaja a la canasta básica, que como se sabe, son temporales y durarán mientras “pasa el agua”. Deben proponer medidas agresivas, legislación especial contra los monopolios y la corrupción, medidas contra el favoritismo de un sector de la población, soluciones claras al problema de la educación pública, etc. etc. etc. Comencemos ahora, y hagámoslo con tesón y ahínco, igual que el tesón que demuestra el presidente Chávez en su conquista a Honduras. Para el, la expulsión de Zelaya es perder una batalla, pero no la guerra. Emulemos su perseverancia, pero hacia derroteros grandes en beneficio de todos los hondureños. ¿Qué a la oligarquía no le conviene? Claro que si. No hay nada como poder salir tranquilo de su casa, caminar por las calles sin necesidad de ir escoltado por dos o tres guaruras (guardaespaldas), sin andar más reactivo que un grillo que salta de susto al menor contacto o apariencia de peligro. Este es el momento de sentarnos todos a conversar, por un futuro mejor para nuestros hijos.
Y como ya tengo hambre me voy a comer mi Wooper. Una al año no hace mucho daño, ni a mi cuerpo ni al sistema social. Saludos.