Edwin Francisco Herrera Paz
Las redes de comunicación pueden ser usadas con fines constructivos o destructivos. El poder de la energía atómica puede ser usado para proveer energía a miles de hogares, o para destruir una ciudad en cuestión de segundos, o incluso para destruir el género humano. Las técnicas de biología molecular pueden utilizarse para fabricar vacunas contra microorganismos asesinos, o para convertir microorganismos inocuos en asesinos por medio de la práctica del bioterrorismo. El transporte nuclear de células somáticas (clonación) se podrá usar para construir órganos nuevos que substituirían a los dañados, y como consecuencia salvarían vidas, o para construir un ejército de humanos exterminadores mejorados (¿recuerda “Los niños del Brasil”?). De la misma manera, la red podría ser utilizada para mejorar las comunicaciones entre grupos colaboradores en distintas ramas del quehacer humano, como la ciencia, la política, los asuntos de estado, la democracia, etc., o para organizar guerras, terrorismo cibernético, y terrorismo psicológico (mediante la rápida divulgación de falsos rumores).
Siempre llevar a cabo labores constructivas requerirá un mayor esfuerzo que realizar labores destructivas, ya que la segunda ley de la termodinámica nos dice, en palabras sencillas, que es más fácil desorganizar que organizar. En ese sentido, la misma vida en todos sus niveles de complejidad, incluyendo la organización social, parece desafiar dicha ley. Por eso el estudio de la vida, llámese célula, órgano, individuo, comunidad, organización, sistema financiero o sociedad global, es tan interesante. ¿Cómo es posible que estos sistemas evolucionen siempre hacia configuraciones progresivamente más complejos? ¿Interviene Dios y de qué forma en el desarrollo de dichos sistemas? ¿Por qué hay fuerzas destructivas? ¿No sería deseable que en el universo solo hubiera fuerzas constructivas? Estas y otras preguntas son objeto de discusión en la actualidad en diversos campos del conocimiento, que van desde la física de partículas, a la biología, la teología, la sociología, la economía y las ciencias políticas, participando todas en el estudio de una disciplina en común que hoy en día se denomina “Sistemas Complejos”, y es así como, por ejemplo, un biólogo experto en ecología en los Estados Unidos se atreve a aconsejar a los expertos en economía sobre estrategias financieras.
Usted se habrá dado cuenta de que he utilizado los términos “procesos constructivos” y “procesos destructivos”, en lugar de los apelativos de procesos buenos o malos, por una sencilla razón: ambos tipos de procesos son necesarios en la evolución de los sistemas complejos.
Pero el esqueleto no es solo un andamio inerte, como el que sostiene a un edificio. En su matriz habitan dos tipos celulares: los osteoblastos, en cargados de construir el tejido óseo (proceso constructivo), y los osteoclastos, encargados de degradarlo (proceso destructivo). Estos dos procesos simultáneos y mutuamente complementarios origina el proceso llamado “remodelación ósea”. Este último hace del esqueleto una estructura dinámica, adaptable. Ante ciertos estímulos ambientales, como el aumento en la actividad física, aumenta la actividad de los osteoblastos, aumentando el tamaño de los huesos y por ende, la capacidad de soportar fuerzas estresantes. Por el contrario, en un ambiente de ingravidez, por ejemplo, predominará la actividad osteoclástica. El remodelamiento óseo tiene otra función: la reparación continua de pequeñas fracturas o deformidades (inestabilidades del sistema), manteniendo la función y forma normal del hueso en ambientes cambiantes, lo que hace al sistema óseo una estructura adaptativa, capaz de adaptarse a diferentes niveles de estrés físico.
La vida en todas sus formas se caracteriza por su adaptabilidad al ambiente mediante diferentes sistemas autorregulados, y mediante procesos constructivos y destructivos. Las células se encuentran en un constante dinamismo, destruyendo y reciclando proteínas y sintetizando nuevas. El desarrollo de los embriones se caracteriza por el surgimiento de estructuras que contienen células que deberán morir por un proceso de muerte celular programada llamada apoptósis, y así permitir el correcto desarrollo de los órganos. En las sociedades humanas, cada generación envejece y finalmente muere, cediendo su lugar a la siguiente generación con ideas renovadas. La vida se destruye y se renueva continuamente, y este proceso es necesario para crear en los sistemas vivos la capacidad para absorber ataques ambientales de diversa índole, convirtiéndolos en adaptativos. A esta característica de los sistemas vivos la podemos llamar “resiliensia”, tomando el término prestado de la psicología.
La sociedad humana ha logrado dominar la tierra gracias a su enorme resiliencia. Los sistemas sociales humanos son en extremo dinámicos, cambiando constantemente merced a diversos fenómenos, como el antagonismo entre grupos, las guerras y las revoluciones. A lo largo de la historia de la humanidad vemos a las sociedades compitiendo o cooperando, pero siempre rediseñandose, adaptándose a los cambios continuos surgidos de la tecnología, la ciencia, la religión, la política o los sistemas de producción.
Los grupos inconformes y revolucionarios se oponen siempre al status quo, en el que grupos de poder logran dominar el sistema cayendo en un círculo vicioso de corrupción y derroche. Todos los grandes imperios de la historia han terminado en decadencia cuando su poder se ha vuelto excesivo, controlador y abusador, y de no ser por la diversidad de pensamiento de las sociedades, el inconformismo y la lucha por la liberación de la opresión, la humanidad entera degeneraría en un caos orgiástico y decadente en el que unos pocos (los cultural o genéticamente mejor provistos) amasarían un poder desmedido, tal vez autodestruyéndose por los excesos, mientras la inmensa mayoría caería en la lipidia, muriendo de hambre. Afortunadamente para nuestra especie, el espíritu humano no se conforma, es inquieto, siempre está en busca de soluciones a los problemas, siempre creando nuevas formas de hacer las cosas, y la diversidad de ideas siempre generando antagonismos que devienen en nuevas síntesis, consistentes en tomar los elementos deseables de las formas de pensar pasadas para encontrar mejores soluciones, o alternativamente, cambiando de manera radical un sistema decadente y substituyéndolo por otro.
Así, en la actual crisis política, podemos ver a la denominada “resistencia” como un grupo de revoltosos, mancha paredes, irrespetuosos, bochincheros y comanches, o verla desde una perspectiva diferente: un grupo heterogéneo de hondureños luchando contra el status quo, que incluye, claro, revoltosos y delincuentes de todos los tipos (¿en qué gremio no los hay?), pero también intelectuales y hondureños sinceros, que quieren soluciones reales para nuestro país, como el combate genuino a nuestros flagelos históricos como lo son la corrupción y la deficiencia en la educación y la salud pública, que nos han impedido salir a flote en el miserable mar da la inopia. Esta es una fuerza modeladora que deberá ser usada por la hondureñidad hacia mejores derroteros; que la resistencia sea un factor de resiliencia futura para nuestro pueblo. Y creo, además, que la mejor manera de lograrlo a estas alturas del partido es mediante una apertura sincera y transparente de las partes que permita el inicio de un diálogo orientado a buscar las mejores soluciones, encaminado hacia esa nueva síntesis. Saludos.
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