Mucho se ha escrito sobre teorías de conspiración
de civilizaciones pasadas poseedoras de unos portentosos conocimientos
tecnológicos y científicos; se ha especulado que dichas civilizaciones vinieron
de más allá de nuestro sistema solar, probablemente de alguna estrella de la
constelación de Orión. Se ha dicho que la raza humana fue modelada como una
especie pensante mediante la utilización de técnicas de ingeniería genética. La
evidencia, se dice, se encuentra en todos lados.
Existen narraciones sobre una civilización constructora
de pirámides que influyó en la formación de los grandes imperios pasados, y se especula
que dejaron su legado en puntos estratégicos de la tierra; que una parte de su
conocimiento milenario fue heredado al pueblo hebreo a través del Patriarca
Moisés; y que otra pequeña parte de esa herencia ha llegado en secreto hasta nuestros
días, portada por sectas o asociaciones como los Iluminati. Dicen que hay
evidencia de una sociedad humana sedentaria y antigua en las ruinas de ciudades
de hasta más de 90,000 años de antigüedad. Incluso se ha encontrado evidencia
de una posible detonación nuclear antiquísima en las ruinas de Mohenjo Daro.
Mucho se ha dicho y escrito, pero al final el
asunto no queda sino en teorías de conspiración. Es por eso que me dediqué a
cavilar desde hace algún tiempo sobre algún otro tipo de evidencia; algo que
nos indique que nuestra evolución no fue lineal desde los ancestros compartidos
con nuestros primos simios antropomorfos; o al menos algún indicativo, alguna
huella, la firma de algún pasado tecnológico. ¡¡Y creo haber dado con algo!!
Véase al espejo. Su apariencia, cada aspecto de su
imagen, así como de su personalidad y su funcionamiento interno, obedecen a
fuerzas evolutivas. Tiene unos ojos porque la fotorrecepción es necesaria para
la supervivencia. Por ello es que las personas ciegas de nacimiento no abundan.
Por otro lado tal vez usted sea miope, como yo. Los miopes, a diferencia de los
ciegos, abundamos en la vida moderna. Ello se debe a que no se necesita una
visión perfecta para sobrevivir en nuestra sociedad. No la necesitamos para la
cacería ya que alguien más produce la comida con la que subsistimos. Tampoco
para la guerra, ya que nuestra civilización es relativamente pacífica en
comparación con aquellas existentes hace algunos miles de años. Aun así, sin
necesitarlo para la supervivencia, una gran proporción de las personas que
viven en la actualidad tiene una visión perfecta, de 20/20. ¿Por qué? Porque la
buena vista alguna vez fue necesaria para la guerra y la cacería; y
remontándonos mucho más atrás, la vida arborícola necesita de una visión
extremadamente buena puesto que el fallo en el cálculo de un salto a una rama
resultaría fatal y pondría fin a los genes de la visión defectuosa. En aquellos
remotos tiempos, un miope como usted o como yo tenía muy pocas posibilidades
de sobrevivir; sus variantes genéticas no se propagaban y por ello eran
escasos, tal y como hoy en día lo son las personas con ceguera congénita. Este
es solo un ejemplo de cómo una habilidad física se encuentra ligada al pasado
evolutivo.
Desde luego, hoy sabemos que la estructura física
de un organismo vivo no solo es moldeada por la selección natural. El azar
tiene mucho que ver con lo que somos. Por ejemplo, si en este momento una
hecatombe nuclear destruyera el planeta y algunos pequeños grupos humanos
lograran sobrevivir, entonces, si la tierra se repoblara, esa nueva humanidad
sería portadora de las características de estos grupos. Si uno de ellos (grupos)
fuera extremadamente bueno en algo, trepar árboles por ejemplo, entonces una
buena proporción de esa nueva humanidad sería buena para trepar árboles, y
probablemente las actividades sociales de esa humanidad futura se realizarían
en construcciones arborícolas. La humanidad entonces habrá cambiado
radicalmente sus hábitos debido a lo que los genetistas llamamos “efecto
fundador”, uno de los varios fenómenos que se agrupan dentro de la categoría de
cuellos de botella en los que la supervivencia de unas pocas variantes
genéticas cambian drásticamente las características de una población.
Otro tipo de cambio en la composición genética de
una población se da por lo que se denomina aventón, o en inglés, hitchiking. Le explico de manera
sencilla. Imagine usted que ocurre una mutación en un gen, con lo que se
origina una variante genética. Imagine que esa variante le confiere al
individuo poseedor una ligera ventaja evolutiva, por lo que en cada generación
la mayor probabilidad que tiene el sujeto de sobrevivir, hace que la proporción
de la variante aumente. La selección natural estará beneficiando la variante.
Ahora imagine que cerca de ese gen, hay otro, en el mismo cromosoma, que
determina otra característica del individuo. Cuando ocurrió la mutación beneficiosa
en el primer gen, en el segundo se encontraba una variante genética específica.
Entonces, esta variante se heredará junto con la primera, y a medida que aumente
la frecuencia de la una por selección, aumentará la frecuencia de la otra. O
sea, se va de aventón.
Por otro lado y a pesar de los cambios aleatorios,
es difícil que una habilidad particular se desarrolle en una especie si no es
por intensas presiones evolutivas. El lenguaje, por ejemplo, probablemente se
desarrolló en solo unas cuantas decenas de miles de años bajo las presiones de
la caza y las guerras entre grupos rivales, dejando una increíble ganancia
secundaría que nos ha permitido un nivel elevado de abstracción. La habilidad
para la manipulación fina de objetos se desarrolló concomitantemente debido a
la ventaja que proporcionó la elaboración de armas y otros utensilios para la
caza y la guerra, dejando esta destreza un gran número de ganancias secundarias,
como la ejecución de instrumentos musicales.
Ahora bien, hay una habilidad que me intriga ya
que en la historia evolutiva del ser humano, tal y como la aceptamos hoy en día,
no tiene parangón, ni tiene ninguna razón de existir a menos que se haya
desarrollado en el seno de una sociedad tecnológica de viajeros, ya sea durante
unos cuantos miles de años, o mediante ingeniería genética. Si al lector se le
ocurre un mecanismo evolutivo que explique esa característica, por favor me lo
hace saber. Por favor explíquenme, ¿Cómo adquirimos las finas destrezas motoras
y de equilibrio necesarias para maniobrar una nave a velocidades que superan la
del sonido? Nacemos con la potencialidad para maniobrar y tripular velocísimos
jets de combate, y manipular aparatos electrónicos que los simulan en los videojuegos.
Todos sabemos que para los niños el desarrollo de destrezas en las consolas de
Nintendo o de otras marcas, se da naturalmente, como si estuviéramos equipados con las conexiones necesarias para guiar veloces naves a través del espacio o
sorteando intrincados obstáculos.
Se podría argumentar que la guerra y la caza se
vieron favorecidas con la domesticación y el uso de animales de carga, como el
caballo. La ventaja en el combate (entre grupos rivales) que proporcionaba la
velocidad de los animales debió haber determinado la proliferación de
individuos con una mayor habilidad motora a altas velocidades. Sin embargo este
argumento no me convence del todo, ya que los parámetros que debe controlar un
jinete solo alcanzan a ser una pequeña fracción de los que deben ser
controlados por un piloto de combate. Y sin un aliciente evolutivo, la
capacidad irá desapareciendo lejos de aumentar.
Otra posibilidad es que durante un cuello de
botella originado en la población humana hará unos 100,000 años, hayan
sobrevivido los genes que benefician este tipo de control motor. Sin embargo
esto es sumamente improbable ya que, como mencioné anteriormente, al no ser
utilizada la habilidad se hubiera perdido en el corto tiempo de unos miles de
años. Entonces, lógicamente, esos humanos debieron haber desarrollado una
sociedad tecnológica en donde esa enorme capacidad tuviera una ventaja competitiva
en sus poseedores, dándoles prestigio, favoreciendo el apareamiento y permitiendo
la expansión en frecuencia de las variantes genéticas responsables. La
evolución de la destreza motora para tripular veloces naves se pudo incluso
desarrollar en una sociedad avanzada sin necesidad de un cuello de botella, si
dicha civilización hubiese subsistido por un tiempo suficiente, como unos
cuantos miles de años.
Le diré lo que pienso. Las variantes genéticas de
la extrema habilidad motora necesaria para el control de veloces máquinas motorizadas terrestres o voladoras evolucionaron natural o artificialmente en una sociedad tecnológica avanzada
que debió haber desaparecido hará unos 4000 años, pero que debió haberse
desarrollado a lo largo de muchos miles de años. Los viajeros o sobrevivientes de
esa avanzada civilización debieron haber propagado sus genes entre diversas
culturas, así como sus técnicas arquitectónicas, especialmente aquellas
destinadas a la manipulación de la piedra. Otra característica heredada de esa gran
civilización pudo haber sido la alta valía dada a los metales preciosos,
especialmente el oro. ¿Qué partes importantes de sus naves o instrumentos pudieron
haber sido construidas con dicho metal? Tal vez nunca lo sepamos.
Es incluso posible que en nuestro desarrollo como especie no haya habido una, sino varias civilizaciones avanzadas. Especulaciones
fantasiosas, dirá usted, y tal vez tenga razón. Pero si no es así, si acaso mi
hipótesis tiene una pizca de verdad, cada vez que usted vea a su hijo manipular
de forma natural el control de su Play
Station, es posible, tan solo posible, que esté contemplando en plena
acción, en todo su esplendor, los genes de los viajeros de aquella gran civilización
perdida.
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor comente este entrada.