Si el lector es uno de los miembros privilegiados de esa minoría de hondureños que tiene la dicha de poder brindarles una educación privada a sus hijos, este artículo es para usted.
Edwin Francisco Herrera Paz. Recientemente nuestra hija, quien estudia en una escuela bilingüe de prestigio de mi ciudad, le reveló a mi esposa algo sumamente inquietante. “¿Te acuerdas de las niñas que te dije que no se acercaban a mí?” Le preguntó a mi esposa. “Pues fíjate que cuando me dieron mi Blackberry se me acercaron y se hicieron mis amigas.”
En alguna otra ocasión y de manera crítica, mi hija le había revelado a mi esposa que sus compañeras a veces se burlaban de una niña becada a quien catalogaban despectivamente como “pobre.”
Al margen de lo crueles que pueden ser los niños a esa corta edad, me pregunté qué tipo de valores estamos inculcando a nuestros hijos. ¿Les enseñamos a ser esclavos del dios dinero? ¿O por el contrario les mostramos que los bienes materiales son buenos pero nunca estarán sobre el respeto y la apreciación genuina de nuestros congéneres? ¿Les enseñamos que un pedazo de plástico con circuitos convierte a una persona “invisible” en “apreciable”? O quizá somos inocentes borregos que marchan con el rebaño y es el sistema mediático masivo el que ha arrastrado a nuestros hijos, y hasta a nosotros mismos, a darle la espalda a los valores milenarios que realmente nos sacaron adelante como especie en tiempos difíciles: El altruismo, la cooperación, levantar o empujar al que se quedaba rezagado…
Meditaba sobre estas cosas cuando transitaba en las afueras de la ciudad por una calle que discurre a la orilla del bordo de un río seco que durante algunos inviernos muy lluviosos, despierta estrepitosamente. Al lado derecho de la calle, lujosas residencias de dos pisos se yerguen sobre grandes muros electrificados. Al lado izquierdo, al otro lado del río, se divisan cual pequeñas y maltrechas cajas de fósforos las casas de cartón, periódico y zinc viejo que inevitablemente serán arrancadas por las feroces corrientes de agua en el próximo huracán o tormenta tropical, y cuyos habitantes valen un poco menos que nada. Difícil es visualizar un contraste más insultante.
Mientras transitaba, me imaginé a un padre alzando a su pequeño hijo sobre sus hombros desde una habitación de algún segundo piso de alguna de esas residencias diciéndole: “hijo, esa gente que ves por la ventana, esa es la que debemos empujar para tener un mundo mejor.” Claro, me lo imagino, pero solo es eso: un imaginario. En realidad, al otro lado del río se encuentra el enemigo, el delincuente de quien debemos protegernos con cámaras de video, imponentes muros perimetrales, serpentinas y guardias de seguridad.
¿Desde cuándo se volvieron nuestras residenciales prisiones de lujo? ¿Desde cuándo nos convirtieron en instrumentos de esta suerte de “apartheid” económica? ¿Desde cuándo nos comenzamos a revestir con esa armadura impenetrable de superficialidad, vanidad, codicia, y desprecio por el prójimo? ¿Desde cuándo dejamos de enseñarles a nuestros hijos aquellas verdades profundas que conocimos de oídas de boca de nuestros abuelos? Sin duda la cortesía, la rectitud, la sinceridad, y la palabra empeñada son cualidades que se han perdido, poco a poco, en el horizonte de un pasado cada vez más lejano.
¿Será que podemos volver a las enseñanzas de Jesús? ¿Será que volvemos a enseñarles a nuestros hijos el verdadero amor al prójimo y el respeto por la vida? ¿Será que nos sentimos con capacidad de inculcarles verdaderos valores morales? Nuestra labor como padres es vital. Como dice la Palabra, nuestros hijos no son más que “saetas en manos de valientes.”
Bien. Sigamos habitando en nuestras lujosas casas, pero al menos neguémonos a aceptar esas expresiones y actitudes de nuestros hijos que nos hacen parecer una horda de raquíticos burgueses engreídos y enajenados. Empecemos por nuestro hogar.
Los valores morales ya no se inculcan como antes
ResponderEliminarsomos pocos los padres que aun los recordamos con el transcurso de la vida cotidiana y lo que llaman ahora cursileria se han ido desechando para no volver mas a esos tiempos tan bonitos e inolvidables Como se extranan en estos tiempos...!!!!
Ahora entiendo tendre que comprar un blackberry....
ResponderEliminarCierto Ana, si uno no tiene un BB ya no puede hablar con la gente. Ese aparato tiene atontado a medio mundo.
ResponderEliminar