Edwin Francisco Herrera Paz. El trabajo en el Consulado de Honduras en Nueva York –en ese entonces ubicado en el 80 de Wall Street a unos pasos de la torre Trump– era intenso. Pero más intensa era la actividad en el resto del distrito financiero. En Nueva York, la gente camina hacia y desde los puestos de trabajo a una gran velocidad, lo que distingue a los residentes de la gran manzana de los parsimoniosos turistas que casi siempre, con cámara en mano, se encuentran viendo hacia todos lados con expresión de asombro.
Mi cargo como vicecónsul –al que llegué por uno de esos extraños giros del destino– me exigía vestir siempre de traje y corbata, a lo que debí adaptarme puesto que en mi muy calurosa ciudad, San Pedro Sula, estos finos atuendos son sinónimo de una deshidratación segura.
Pero al toro por los cuernos. Me compré varios trajes finos que me hacían indistinguible de los elegantes brokers del NY Stock Exchange. Eso sí, a pesar de lo refinado de la apariencia, el recorrido de cinco cuadras desde la estación del subway hasta el Consulado lo hacía calzando un par tenis, como todo buen neoyorkino.
A los consulados las invitaciones a todo tipo de reuniones llegan por cientos. La mayor parte eran cocteles ofrecidos por embajadas, otros consulados, y organismos internacionales como la ONU, pero también presentaciones de libros, eventos artísticos, presentaciones en museos, y fiestas privadas de personajes públicos y políticos.
Yo asistía poco a las invitaciones y prefería pasar el tiempo con mi familia. Sin embargo, algunos amigos sí asistían a cuanto evento podían, y poco a poco se fueron adentrando en el mundo social neoyorkino. Según estos amigos la vida social de muchos personajes en las altas esferas del gobierno, la sociedad y la farándula es bastante licenciosa, y el consumo de droga como la cocaína es común y a la orden del día. Ninguna noticia nueva.
En cierta ocasión, mi esposa debía hacer un examen de suficiencia del idioma inglés en NYU, una de las universidades más importantes de la ciudad. Yo debía recogerla después del trabajo, así que al salir del Consulado tome el tren y me dirigí a la universidad. La estación está dentro del campus, el cual a su vez es parte integral de la ciudad.
Una vez en el campus, un hombre afroamericano de mediana edad me abordó rápidamente. Sacó su maletín y procedió a ofrecerme droga. El maletín estaba repleto de tabletas y capsulas de los más variados colores, y según me dijo contaba también con cocaína y otras drogas pesadas, aunque no a la vista. En seguida llegué a la conclusión de que la mencionada universidad era visitada frecuentemente por ejecutivos y otros trabajadores de saco y corbata de Manhattan para conseguir una porción de la substancia de su preferencia.
Pero lo que más me sorprendió, fue que el campus era rondado permanentemente por varios policías, a quienes al parecer aquella venta de droga les parecía rutinaria. ¡Vaya! –Pensé–, ¡sí que son permisivos por aquí!
Tiempo después regresé a Honduras. Después de una corta estancia de deprimente readaptación a la lentitud de mi país, de nuevo las vueltas del destino me llevaron fuera, ahora a la ciudad de Bogotá. Esta vez, mi esposa trabajaría como diplomática en la Embajada hondureña y yo me dedicaría a estudiar. Mis planes eran estudiar una especialidad en cirugía general, y luego cirugía cardiovascular; en cambio terminé estudiando genética, una materia interesante y actual y tal vez más de acuerdo con mi personalidad teórica e inquisitiva.
Contrario a lo que podría pensarse, los bogotanos son más recatados que los neoyorquinos, al menos en lo que respecta a la venta y consumo descarado de estupefacientes. ¡Ah, eso sí! Negociantes y empresarios natos, han sabido sacar provecho del desenfrenado consumo en Norteamérica.
Tuve la oportunidad de conocer algunos de estos “empresarios”. Recuerdo, por ejemplo, aquella familia a la que un hondureño del gobierno ayudó a tramitar las visas de turista. Mi esposa, como Cónsul en funciones en ese momento, hizo los papeleos correspondientes. Todo estaba legal y la orden de Tegucigalpa para la emisión de las visas no tardó.
La familia, en un supuesto gesto de agradecimiento, nos invitó a cenar (a mi esposa y a mí). Nos recogieron en nuestro apartamento y nos dirigimos a un exquisito restaurante de mariscos. A la pareja colombiana la acompañaba el hondureño y su esposa, además de un señor muy serio con cara de pocos amigos, que no abrió su boca durante toda la noche.
La señora, joven, elegante y hermosa vestía botas del más fino cuero y abrigo de mink. Él, en la edad madura, lucía más bien un poco desaliñado. Mi esposa y yo, como los buenos cachacos o “rolos de dedo parao” en que nos habíamos convertido, también nos pusimos la percha.
Las dos horas que duró la cena fue un thriller psicológico de parte de los colombianos quienes trataron de convencernos de un acercamiento aunque, diría yo, de una manera muy sigilosa. Nos invitaron a su finca con piscina y finos caballos. Cuando él preguntó sobre mi trabajo, le conté que no trabajaba y solo estudiaba, y que en ese momento nos manteníamos con el sueldo de mi esposa.
Su semblante se tornó de burla y soltó lo que pareció ser una risita incontenida. Yo me sentí humillado, mas rápidamente me di cuenta de su juego. Su truco era recurrir a la ambición masculina para efectuar una alianza.
En una rápida elucubración mental le dije que estudiaba genética forense con el objeto de servir luego en el Ministerio Público de mi país. Que mi pasión era ver a los delincuentes tras las rejas y que por lo tanto, estudiando genética me sentía como “pez en el agua”. Desde luego fanfarroneaba, pero se lo dije en un tono de inocencia, como quien ignora la intención.
Al parecer mi comentario fue suficiente para disuadirlos de la deseada aproximación, y mi esposa y yo pudimos relajarnos el resto de la velada. Luego nos dejaron en nuestro apartamento y no volvimos a saber nada de ellos. Cuatro años después el hondureño del gobierno, nuestro compañero de mesa aquella noche y que habría ayudado a la pareja a conseguir su visa, moría ajusticiado a balazos en Costa Rica.
En los días que siguieron a la cena me dediqué a pensar mucho sobre el asunto. Repasé lo que recordaba sobre la lucha antidroga por parte de los Estados Unidos: los miles de millones de dólares destinados al combate del narcotráfico una vez terminada la guerra fría; el enorme poder de los zares antidrogas en la región; las famosas certificaciones dadas a los países que bailaban al son del hermano mayor; la muerte de Escobar Gaviria; la extradición de Mata Ballesteros del territorio hondureño y muchos otros detalles, y poco a poco fui armando un cuadro que ahora, 11 años después, continúo confirmando con el recrudecimiento de la violencia en México, que libra una guerra ilógica y absurda que no es suya, y las innumerables muertes en mi país debido al “ajuste de cuentas.”
El asunto es simple: es una cuestión de poder y dominio; de hegemonía sobre el territorio, pero también del negocio armamentista. La lucha antidroga de los Estados Unidos es una guerra espuria; una falacia que nunca existió, no existe y nunca existirá…
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Gráfica 1. Curva de la demanda |
Todo el mundo ha escuchado alguna vez sobre la ley de la oferta y la demanda, fundamento de la economía de libre mercado. Puede encontrar sus postulados básicos en cualquier tratado de economía, o incluso en Wikipedia, por lo que yo me limitaré a dar una breve explicación de la mencionada ley y su relación con el problema de la droga.
Observe la gráfica 1. Esta es la llamada “curva de la demanda” para un producto X. Si avanzamos hacia la derecha en la curva, es decir, si aumentamos el número de unidades en el mercado y con ello la disponibilidad del producto, entonces el precio bajará puesto que el público no estará dispuesto a pagar mucho por un producto muy abundante. A la inversa, si el producto escasea, o sea, si nos desplazamos hacia la izquierda, entonces las personas pagarán más por él y el precio aumentará automáticamente.
Gráfica 2. Demanda para dos productos |
Ahora, échele un vistazo a la gráfica 2. Esta vez estamos comparando dos productos. Notamos que las curvas de demanda son idénticas para ambos, sin embargo, una se encuentra más a la derecha que la otra. Decimos entonces que este producto (el de la derecha) tiene una mayor demanda. Es decir, para una misma disponibilidad o número de unidades de cada uno de los productos, la gente pagará más por el de la derecha.
Se puede correr a la derecha la demanda de un bien o servicio mediante diferentes estratégicas de mercado. Por ejemplo, la publicidad hará que el producto sea más conocido y atractivo aumentando el precio con el mimo número de unidades en venta.
Por último revise la gráfica 3 (más abajo). Esta es la curva de la oferta. En esta podemos ver que al desplazarnos hacia arriba, es decir, al aumentar el precio del producto, entonces, automáticamente aumenta el número de unidades fabricadas. Esto se debe a que la venta de ese producto se vuelve un negocio muy atractivo, por lo que los suplidores o fabricantes aumentarán su manufactura y más empresarios estarán interesados en el negocio.
Gráfica 3. Curva de la oferta |
Bien, ahora analicemos la estrategia de la lucha antidroga de los Estados Unidos. Volvamos a la gráfica 1 de arriba.
Lo que nuestro hermano del norte ha hecho es disminuir la disponibilidad de la droga en el territorio estadounidense mediante una guerra frontal contra los narcotraficantes e impidiendo la entrada de droga en las fronteras y puertos. Para ello ha destinado miles de millones de dólares anuales con el fin de que esta guerra se libre principalmente FUERA de su territorio. ¿El resultado? Un aumento progresivo del precio de la droga, pasando del punto C al A.
Pasemos luego a la gráfica 3. Al aumentar el precio, el negocio de la droga se hace atractivísimo para diversos grupos de una pobre y aporreada Latinoamérica. Dichos grupos van desde los campesinos que cultivan la planta de la coca, quienes prefieren esta última a los granos y los vegetales puesto que es mejor pagada, hasta las mulas que transportan la droga pasando por los “empresarios” que proliferan en la ruta de la cocaína.
Y cuanto más aumenta la lucha frontal, menor disponibilidad de cocaína, precios más altos, más narcotraficantes, más armas importadas por las policías y los narcotraficantes desde los Estados Unidos, y mayor el número de muertes en Latinoamérica. Entramos en un círculo vicioso en el que cada vez hay más droga, más muertos, y más dólares desperdiciados (????) por los iu es ei.
Gráfica 4. Curva de crecimiento logarítmico |
Veamos la gráfica 4 (prometo que es la última) en donde se muestra la curva de crecimiento exponencial. Esta indica la manera en la que crece una población y es aplicable a diversos campos del conocimiento, como la biología y la economía.
Pongamos por ejemplo una población de bacterias. Al inicio, los pequeños bichos estarán dispersos, dividiéndose por un proceso de fisión con un aumento lento de la población. Esta es la fase lenta del crecimiento.
Luego, mediante diferentes estrategias, la población entrará en una fase de crecimiento acelerado o logarítmico para después de un tiempo, una vez que los recursos disminuyen, instaurarse en una fase estable en donde ya no hay más crecimiento debido al agotamiento de los recursos.
Pues bien, en Latinoamérica el negocio del narcotráfico se encuentra, en estos momentos, en una fase de crecimiento logarítmico. La estrategia es simple. La enorme cantidad de dólares proveniente de los Estados Unidos que reciben los narcotraficantes, es a la vez utilizada en la compra de sofisticadas armas y reclutamiento de mercenarios y sicarios, fabricándose los capos verdaderos ejércitos personales que los hacen inmunes a los sistemas policiales y de justicia de los países latinoamericanos.
Dígame, amigo lector… porque, en serio, no lo comprendo. Para mí es inexplicable. Si un humilde médico proveniente de un país tercermundista como yo puede dilucidarlo, ¿Cómo es posible que no lo hayan hecho los genios del departamento de estado? Solo es cuestión de interpretar cuatro tristes gráficas.
Le indicaré como debería ser una lucha antidroga realmente eficiente, y para ello necesito que regrese a la gráfica 2 en donde hay dos curvas: una para cada producto, o alternativamente, las dos para el mismo producto pero en diferentes momentos.
Si cada dólar (de los miles de millones) utilizado por los Estados Unidos en disminuir la entrada de droga a su territorio se invirtiera en una campaña de concientización de los ciudadanos americanos contra el uso de la cocaína y las drogas en general, el resultado sería el desplazamiento de la curva desde la posición de la derecha hacia la de la izquierda, convirtiéndose en un producto por el cual la gente no estaría dispuesta a pagar mucho. Con una campaña tenaz y permanente el consumo de cocaína se convertiría en poco atractivo, disminuyendo el precio. El aumento de la disponibilidad debido a los escasos controles fronterizos contribuiría a dicha disminución.
Por su parte a Latinoamérica le convendría la despenalización del tráfico. ¿Por qué? Con la disminución de la demanda en los Estados Unidos, el narcotráfico se convertiría en un negocio poco atractivo con cada vez menos adeptos en América Latina. Los campesinos comenzarían a preferir los tomates al árbol de la coca; las mulas ya no se tragarían esa cantidad de bolas rellenas de polvo blanco; los dueños de “lavanderías” tendrían que recurrir a los préstamos bancarios comunes y corrientes, y los “empresarios” se dedicarían a un negocio (o crimen) más redituable, como el robo de vehículos. La despenalización permitiría gravar con cuantiosos impuestos a la cocaína, los cuales podrían ser utilizados a su vez por los países latinoamericanos para promover sus propias campañas contra el consumo, con lo que disminuiría aun más la demanda y el narcotráfico caería en un círculo virtuoso de disminución progresiva.
La publicidad por parte de los vendedores de cocaína tendría que ser regulada con advertencias con base científica sobre el daño a la salud, de una manera similar a la que se ha hecho con la industria tabaquera. Así, la publicidad misma se convertiría en un elemento educativo en contra de la droga.
La publicidad por parte de los vendedores de cocaína tendría que ser regulada con advertencias con base científica sobre el daño a la salud, de una manera similar a la que se ha hecho con la industria tabaquera. Así, la publicidad misma se convertiría en un elemento educativo en contra de la droga.
Calculo que mediante esta estrategia el tráfico de cocaína caería hasta niveles mínimos en 10 a 15 años. Y vale decir que esta NO ES una mejor estrategia que la actual. Diré más bien que esta SÍ ES una estrategia de lucha antidroga. En cambio la actual fue reforzada por los Estados Unidos en los años ochentas para mantener el dominio y la hegemonía sobre la región, en una década en la que la Perestroica, el Glasnost y la caída del muro de Berlín amenazaban a nuestro hermano mayor a perder injerencia sobre sus despelucados hermanitos.
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