viernes, 23 de septiembre de 2011
Medicina UNAH VS. UNICAH: Leyendas Urbanas
Por: José María Castillo Hidalgo
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miércoles, 21 de septiembre de 2011
ENERGÍA "SUCIA"
Por: José María Castillo Hidalgo. El Gerente de la ENEE Roberto Martínez Lozano (ROMA) dijo
ayer que: "Solamente son 50 pinches megas" los que necesita el país
para enfrentar la crisis energética.
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martes, 20 de septiembre de 2011
GOBIERNO DE HONDURAS COMPRA SUPERTUCANOS PARA COMBATIR LA DELINCUENCIA
Por: José María Castillo Hidalgo.
El gobierno de Honduras informó que con los fondos de la
tasa de seguridad comprará aviones supertucano para combatir la delincuencia.
Artículo relacionado: La verdad de la lucha antidroga
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domingo, 18 de septiembre de 2011
El Valor de un Corte de Pelo
Por: José María Castillo Hidalgo
El presidente venezolano Hugo Chávez afirmó que un corte de cabello vale más que la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
jueves, 15 de septiembre de 2011
DEFENDIENDO LA GRAN “H” O ¿POR QUÉ MI MARIDO NO CAMBIA ESE FOCO QUEMADO?
Hoy es 15 de septiembre. Hace 190 años los países de Centroamérica se emanciparon de la Colonia Española, por lo que hoy los hondureños celebramos la proclamación de la independencia. Muchas personas concurren a los vistosos y sonoros desfiles en las calles, mientras muchos otros permanecemos “panza arriba” en nuestros aposentos.
Recuerdo algunos chistes de haraganes, y también los 10 mandamientos del haragán, que contiene los preceptos por los cuales se rige la vida de todo Haragán (con una gran H mayúscula) que se precie de serlo. Por ejemplo, el número 10 que reza: “Si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos”, o el 5: “El trabajo es sagrado. NO LO TOQUES.”
Reflexiono un rato sobre la haraganería y se me hace obvio que el ser humano en general es un ser haragán. Dormimos un promedio de ocho horas diarias y solo trabajamos ocho, cinco días a la semana. Hay algunos más haraganes que creen que trabajan escribiendo o pensando, con una ausencia completa de actividad física. Generalmente para realizar un poco de ejercicio físico tenemos que vencer una cruel inercia que nos reclama permanecer inmóviles.
Las ocho horas de trabajo raras veces se trabajan completas, y en las oficinas todos están esperando la hora del cafecito de media mañana, el de la tardecita, y la hora del almuerzo. Antes de la hora de salida la expectativa se dispara y todos están sentados en la orilla de la silla, como los corredores en la línea de salida esperando el silbato para salir disparados en tropel. Las mujeres se comienzan a maquillar desde una hora antes.
Realmente el ser humano es ocioso, especialmente cuando se le compara con otros animales como la hormiga o la abeja. Pero no somos los únicos en el reino animal. Los leones pasan la mayor parte del tiempo descansando y durmiendo, y lo mismo es cierto para la mayoría de los grandes depredadores.
Naturalmente, hay grupos humanos más haraganes que otros lo que, como la mayoría de los rasgos de comportamiento, tiene raíces tanto genéticas como culturales. Pero, ¿hay alguna razón biológica para la haraganería? ¿Por qué a veces, o casi siempre, es tan difícil comenzar el movimiento y nuestro cuerpo nos demanda reposo?
Imaginémonos a un grupo de nuestros ancestros hace dos millones de años. La comida era relativamente abundante, pero no sobreabundante como en nuestros tiempos (con evidentes excepciones). Como la cacería o la recolección de frutos demandaban mucha energía física, el ahorro de dicha energía era conveniente para la supervivencia.
Sobrevivían con mayor probabilidad en aquel ambiente todavía hostil, los individuos que aprovechaban al máximo sus recursos energéticos. De esa manera evolucionaron dos características en nuestra especie: Uno, el apetito voraz que obligaba a buscar el alimento, y al encontrarlo, comer la mayor cantidad posible obteniendo de esa manera el máximo de energía. Y dos, la choya o hueva* que obligaba a reposar para conservar esa energía**.
Nuestra historia como cazadores recolectores fue larguísima, y no sería hasta la invención de la agricultura y la ganadería hace unos 10 mil a 20 mil años que las tribus nómadas se asentarían a orillas de los grandes ríos. Las jornadas de trabajo exigían entonces una rutina que hizo necesaria la paulatina incorporación de elementos morales a la cultura con relación al trabajo y al ocio.
Dichas normas morales estaban encaminadas a estimular la producción, pero también a evitar el parasitismo de algunos individuos que se aprovechaban del trabajo de otros. Pero debido a nuestra historia evolutiva continuaríamos portando aquellos genes de la haraganería, del mayor beneficio con el menor esfuerzo, y con la revolución agrícola se exacerbarían ciertas conductas como el vandalismo y el robo, que han alcanzado su zenit en nuestros gobiernos corruptos y depredadores.
“El que no trabaja, tampoco coma,” les dijo el Apóstol Pablo a los miembros de la Iglesia Cristiana primitiva de los Tesalonicenses. Y aquellos genes que algún día nos ayudarían a utilizar nuestra energía de la mejor manera, de pronto se volvieron en contra nuestra, incluso condenándonos al fuego eterno.
Los siete pecados capitales constituyen una lista recopilada por Gregorio I, sexagésimo cuarto Papa católico, para diferenciar aquellas conductas que constituyen faltas veniales o menores, de aquellas graves que merecen el castigo eterno. O sea, que de incurrir en uno de estos pecados usted corre el riesgo de pasar metido, por toda la eternidad, en una caldera infernal a fuego lento –o tal vez en baño maría– mientras un demonio con risita diabólica lo agita con una gran cuchara para que no se pegue en el fondo.
Catalogar los vicios opuestos a las enseñanzas del cristianismo como “pecados capitales” tienen el fin fundamental de acercar al cristiano a la vida espiritual mediante la evitación de los excesos, pero yo le veo una finalidad mucho más práctica: reprimir aquellas conductas que, teniendo una base genética evolutiva, han ayudado a la supervivencia de los individuos y por ende a la especie; pero una vez sorteadas las etapas en las que fueron necesarias, se hace indispensable su represión para la supervivencia y desarrollo ulteriores.
No debe extrañar entonces que dos “vicios” históricamente encaminados a maximizar nuestra utilización de la energía corporal, sean catalogados por la Iglesia Católica como pecados capitales: la gula y la pereza.
Y es que las conductas relacionadas con aquellos vicios conducen a la sobrealimentación y al sedentarismo, dos epidemias de nuestros tiempos modernos vinculadas con la aparición de enfermedad cardiovascular y metabólica, como la hipertensión, el infarto y la diabetes. La desventaja biológica de los genes que las condicionan se hace evidente únicamente en el entorno actual, de abundancia alimentaria y con una mayor eficiencia del sistema productivo que ha disminuido la necesidad de duro trabajo físico. El motivo es que no existen cualidades o características perfectas, o incluso absolutamente buenas, excepto si las colocamos en un contexto ambiental y evolutivo.
Entonces, es posible que la “caldera de fuego” la encuentre usted aquí, en esta tierra, en una unidad de cuidados intensivos de alguna clínica privada mientras ve que los médicos le meten tubos en cada orificio natural y artificial de su cuerpo, y un cardiólogo hemodinamista le introduce un alambre por la pierna que le llegará al corazón mientras, al mismo tiempo, emite una risita diabólica.
La mayor sorpresa vendrá después, cuando le den una cuenta que continuará pagando por toda una eternidad… Bueno, al menos si usted puede pagar una clínica privada tendrá la oportunidad de recapacitar y cambiar sus hábitos. Pero si su única opción es un hospital público en Honduras le tocará más temprano que tarde la verdadera caldera de fuego eterno, por no haber cuidado su cuerpo.
Por eso si usted está planchando mientras su marido está aplastadote y comodote en una hamaca y no quiere arreglar aquella gotera en el techo ni cambiar ese bombillo quemado, no lo juzgue ni lo critique. Es que arrastra con los genes de sus antepasados, que en las condiciones modernas, en lugar de mejorar su supervivencia lo predisponen a la enfermedad y a exhibir una pletórica y redondeada panza. Por lo tanto, sea comprensiva y mejor disfrútelo mientras lo tiene.
Saludos.
*Regionalismos hondureños que significan “pereza.”
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martes, 13 de septiembre de 2011
Algunas Intimidades de la Nariz
Por: Edwin Francisco Herrera Paz
La nariz es un órgano versátil ya que su función va más allá de rellenar la cara para que se vea más “llena.” En este sentido, algunas personas fuimos mejor dotadas que otras. Por mucho tiempo pensé que mi gran nariz era herencia de mis antepasados lencas (si no cree vea el billete de un lempira), pero cuando analicé los rasgos con un poco más de detenimiento me di cuenta que es herencia de mis ancestros de Lombardía (Italia), aunque también es probable que haya resultado de la sumatoria de genes.
Cierto. Mi nariz no solo sirve para darme un perfil de conquistador Romano. Dentro de sus funciones también se encuentran:
1. La adecuación del aire que entra a las vías respiratorias, humidificándolo y filtrando las impurezas ambientales. Esto lo hace mediante las vellosidades y el moco, donde quedan atrapadas la mayor parte de partículas. Muchas partículas son expulsadas también gracias al reflejo del estornudo, que es un tipo de protesta de la nariz sometida a algún irritante.
2. Contribuye con la fonación, ya que parte del sonido producido en la laringe es modulado por la nariz (por eso mi voz es potente). Y además nos permite continuar respirando mientras comemos, excepto al tragar, pues en ese momento la epiglotis cierra la vía aérea.
3. El olfato. Tal vez el sentido más antiguo, filogenéticamente hablando. Para realizar su función olfatoria la nariz tiene entre 20 y 30 millones de células especializadas, encargadas de detectar unos 10,000 olores diferentes.
Otras funciones del olfato son: encontrar alimento, conocer cuando una substancia es potencialmente dañina o infecciosa (como el queso suizo o los pies olorosos), y colaborar con el sentido del gusto.
Mmm esto me huele mal. Pero en nariz cerrada, no entran moscas. |
Como el olfato está relacionado con estructuras antiguas del cerebro encargadas de las emociones, muchas de las respuestas a los olores ocurren inconscientemente. Por ejemplo, entre dos potenciales parejas igualmente atractivas, un hombre se inclinará por aquella mujer que tenga determinado humor. Al parecer, ciertas moléculas del sistema inmune llamadas HLA se encuentran relacionadas con el olor particular de una persona. Se ha demostrado que se prefieren las personas con moléculas HLA diferentes a las propias, lo que tiene su explicación natural: la mayor variabilidad de moléculas inmunes hará que la descendencia sea resistente a una mayor variedad de infecciones. ¡Y esto el hombre lo detecta con la nariz sin saberlo!
Las mujeres son hábiles en medir la cantidad de hormona masculina que está produciendo un hombre. Esto lo hace mediante la detección olfativa de substancias en el sudor que son producto del procesamiento bacteriano de la hormona masculina dihidrotestosterona. De tal manera, el sudor de un hombre con cantidades altas de estas hormonas lo volverá, en general, más atractivo para las mujeres, especialmente cuando esta se encuentra en el período ovulatorio de su ciclo. Por eso es que las mujeres pagaban en el Circo Romano por secarles el sudor a los gladiadores.
A todas esas substancias químicas que estimulan el olfato y condicionan una respuesta de manera inconsciente se les ha llamado feromonas. Así que aquella frase que dice que el amor al hombre le entra por los ojos y a la mujer por los oídos, no es cierta, al menos del todo. A ambos les entra también por la nariz (y a veces por la boca*).
Tal vez todo esto usted ya lo sabía, pero le voy a contar algo que le va a sorprender.
Se ha demostrado que el 85% de las personas respiran la mayor parte del tiempo solo por una de las fosas nasales, cambiando de fosa cada cuatro horas aproximadamente, aunque esto puede variar dependiendo de la predisposición a congestionarse, la posición de la cabeza, etc. Lo sorprendente es que la fosa nasal por la que se respira en un momento dado, determina algunos parámetros fisiológicos.
Al parecer y según algunos estudios, al respirar por el lado derecho se elevan los niveles de glucosa en la sangre y aumenta el consumo corporal de oxígeno, además de activarse el hemisferio cerebral izquierdo encargado del razonamiento lógico. El respirar por el lado izquierdo tiene los efectos contrarios y al hacerlo se activa el hemisferio cerebral derecho, relacionado con la intuición y la creatividad.
Por lo tanto vale la pena preguntarse si forzar la respiración por una de las fosas nasales podría aumentar el rendimiento intelectual según la tarea que ejecutemos en ese momento. Si estamos componiendo un poema de amor, conviene respirar por el lado izquierdo, pero si estamos resolviendo un complicado problema matemático, como por ejemplo buscando una demostración del último teorema de Fermat (no pierda su tiempo que ya se encontró), deberíamos usar el derecho.
Y lo más interesante de todo es que la nariz realiza este cambio de fosa nasal debido a la presencia de tejido eréctil similar al del órgano sexual masculino. Cuando el tejido eréctil de un lado se agranda obstruye ese mismo lado, y el otro se desobstruye.
Por eso si está platicando con una persona a la que usted le resulta atractiva, y nota que de vez en cuando se frota la nariz inconscientemente, ahora ya sabe el motivo.*
lunes, 12 de septiembre de 2011
Por Qué no les Tengo Miedo a los Extraterrestres
Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Yo, no le tengo miedo a una
invasión de agresivos y tecnológicamente adelantados extraterrestres, y usted
tampoco debería tenerlo. Téngale miedo a una araña, a una serpiente venenosa, a
un terremoto o incluso a su suegra, pero no a los extraterrestres. Porque, ¿qué
cree usted que pasaría si de pronto, ya sea de manera visible o
subrepticiamente, una horda de alienígenas nos visitara? Es un muy buen
ejercicio especular al respecto.
Mucho se ha escrito sobre un
eventual contacto con viajeros de otros mundos y sus consecuencias. Se ha dicho
que estos seres postecnológicos capaces de transportarse a través de millones
de años luz por el espacio sideral, serían poseedores de tal estado de avance
que para ellos los humanos seríamos simples alimañas cuyo exterminio no tendría
mayores consecuencias. Desde luego, extrapolamos
nuestra conducta a seres con miles o quizá cientos de miles de años de avance
con relación a nosotros. Les atribuimos las emociones y las pequeñas pasiones
correspondientes a humanos que apenas comienzan a ser conscientes de su propio
potencial, y que aun arrastran a cuestas cual pesado lastre el bagaje genético
de su historia evolutiva. Pero lo cierto es que una raza con un adelanto de
unos cuantos miles de años por sobre nosotros tendría un comportamiento muy
diferente del que suponemos.
Los seres humanos nos
jactamos de gozar del privilegio de ser poseedores de una consciencia que nos
eleva por sobre las demás bestias de este nuestro mundo. Sin embargo, y si lo
analizamos detenidamente, nuestro comportamiento se ajusta en su mayor parte a
un conjunto de reglas dictadas por la evolución, bajo presiones ambientales
siempre cambiantes. Poseemos los mismos impulsos básicos que mueven a la mayoría
de los seres vivientes: buscamos alimento, huimos del peligro o reaccionamos
agresivamente ante quienes nos atacan; ejecutamos intrincados ritos con el
objeto de aparearnos y perpetuar nuestros genes, precisamos de relaciones con
nuestros congéneres de diferentes maneras, de tal suerte que compartimos con
otros seres vivos sentimientos como el amor, los celos, la ira y el odio.
Incluso, algunos
comportamientos que se consideraban propios de nuestra especie han perdido el
lugar privilegiado de corresponder única y exclusivamente al hombre, zenit de
la creación. Compartimos gran parte de nuestras transacciones sociales con chimpancés
y bonobos, e incluso se ha demostrado que especies más alejadas, evolutivamente
hablando, son capaces de incorporar en sus grupos elementos sociales antes
considerados exclusivamente humanos.1,2
Ejecutivo |
Al respecto, Steven D. Levitt
y Stephen J. Dubner, en su éxito de librería Superfreakonomics (segunda parte de su seminal e iconoclasta Freakonomics), citan los experimentos
realizados en una comunidad de monos capuchinos en los que los investigadores
introdujeron monedas a modo de dinero. Después de algunos meses de
entrenamiento por condicionamiento los monitos aprendieron a utilizar
adecuadamente el dinero para obtener alimento. Sorpresivamente, se observaron
transacciones económicas idénticas a las humanas, incluyendo aquellas con una
alta dosis de irracionalidad. También surgieron conductas como el vandalismo y
la prostitución, por lo que Levitt y Dubner titulan el capítulo de su libro
“Los monos también son humanos”.3
El amor, el más sublime de
los sentimientos, es en extremo común a todo lo largo y ancho del reino animal.
Y este no se limita a seres de la misma especie. Las conductas altruistas y
fraternales en el reino animal cada día nos maravillan más. Se podría pensar
que la piedad por seres inferiores a nosotros es privativa de las especies de
mamíferos superiores. Sin embargo, lo cierto es que el altruismo con otras
especies se ha observado en una amplia variedad de animales. Como ejemplo
citaré el caso de un reptil. Un día de Octubre de 2006 en el zoológico de
Tokio, el cuidador introdujo en la jaula a modo de alimento para una serpiente
ratonera un pequeño hámster. La sorpresa para los encargados fue que, lejos de comerse
al roedor, la serpiente lo adoptó como su mejor amigo. Desde entonces ambos compartieron
jaula.
Y los ejemplos de altruismo
entre especies se cuentan por cientos. Definitivamente, nuestros vínculos con
el reino animal son evidentes. Estamos atados a comportamientos bestiales
producto de nuestra unión de parentesco con el resto de las especies, y un
claro ejemplo de esto es que aun debemos matar a otros seres vivos para obtener
alimento.
Vestigios
de la Evolución
En cuanto a las
características que componen a un ser vivo – ya sea estructurales, funcionales
o de comportamiento – incluyéndonos, se puede observar en muchos casos inexactitudes
de diseño. Y esto se debe a que la evolución, en todos sus niveles, se vale de
estructuras existentes para construir nuevas que se adapten a los
requerimientos de los individuos de una población en momentos y ambientes
cambiantes. Algunas de estas se “acomodan” para cumplir nuevas funciones en un
ambiente determinado, mientras otras, que no pudieron encontrar un nuevo “nicho”,
permanecen formando parte del organismo pero sin ninguna función.
Hay estructuras
evidentemente moldeadas por un proceso de evolución que sacó el máximo provecho
de las existentes, cuya función es eficiente pero que obviamente no
corresponden a un diseño inteligente. Como ejemplo, recordaré el ojo, que en
los humanos y los mamíferos en general es una cámara con un conjunto de células
fotosensibles. Si el ojo hubiera sido diseñado por un ingeniero (suponiendo que
contara con los elementos tecnológicos necesarios) nunca se le hubiera ocurrido
hacerlo tal cual es.
En el órgano de la visión la
capa fotosensible (que detecta la luz) se encuentra por detrás de las células
nerviosas que conducen las sensaciones visuales al cerebro. En una cámara
fotográfica sería el equivalente a que los cables y circuitos se encontraran
por delante de la superficie fotosensible interrumpiendo la llegada de luz.
Esto es así porque el ojo debió evolucionar desde una capa fotosensible
descubierta que se encontraba por delante de las fibras nerviosas en animales
simples, hasta una que en los organismos superiores posee por delante una
amplia cámara transparente. En el proceso, la capa nerviosa fue quedando sobre
los receptores de luz.4
Así mismo se puede observar
en los seres vivos los que se denominan “órganos vestigiales,” sin ninguna
función pero que en algún tiempo tuvieron utilidad. En el ser humano tenemos el
apéndice vermiforme, una pequeña añadidura del colon o intestino grueso cuya
función es, esencial y únicamente, ayudarle a nuestros colegas cirujanos a pagar
las cuotas mensuales de su vehículo cuando a uno le da apendicitis. Pero en
nuestros ancestros herbívoros arborícolas bien pudo haber formado parte de un
intestino grueso más largo necesario para una dieta rica en fibra vegetal, o
alternativamente, pudo haber formado parte importante del sistema inmune.5
De igual manera los humanos
exhibimos algunos comportamientos remanentes de nuestros ancestros que se han
acomodado a diferentes necesidades con el paso de los milenios, y también otros
que ya no nos son tan útiles, o incluso desfavorables. De tal manera y como
apuntaba anteriormente, muchas de nuestras transacciones microeconómicas y
sociales, además de los impulsos básicos como el amor y la agresividad, las
compartimos con nuestros primos arborícolas.
La agresividad, al igual que
su hermano gemelo el miedo, es producto de reacciones complejas en las
estructuras cerebrales del animal (y el humano) que desembocan en la secreción
de substancias, especialmente de adrenalina, que lo preparan para el
enfrentamiento o la huida. El comportamiento agresivo nos ha sido
históricamente favorable en ciertas situaciones – y aun sigue siéndolo en determinada
medida – ya que prepara nuestros cuerpos para la cacería o para el
enfrentamiento con tribus rivales.6 Sin embargo, en un mundo
progresivamente más civilizado y muy bien regulado por leyes, la conducta
agresiva se volverá cada vez más innecesaria y hasta contraproducente. Podríamos
decir que vestigial.
El término eugenesia fue
acuñado en 1865 por primera vez por Sir Francis Galton, primo de Charles Darwin
y fundador de la escuela biométrica. En pocas palabras, la eugenesia es una
filosofía social que busca el mejoramiento de la especie humana por medio de
selección, manipulación genética o cualquier otra forma de intervención7.
Popular en un inicio entre el gremio científico pronto fue adoptada por
diferentes países como una política de estado, pero su reputación comenzó a
decaer al ser llevada al extremo por la Alemania Nazi.8 Hoy, el
término es un triste recordatorio de lo terriblemente desastrosa que puede
resultar una tecnología o idea cuando es aplicada erróneamente por los estados.
Diversas culturas han utilizando
la eliminación de variantes genéticas defectuosas mediante eugenesia. En la
Esparta de la Grecia Antigua, los niños con malformaciones o taras, y por ende
con poco potencial para la guerra, eran abandonados a su suerte para ser
devorados por los animales salvajes. Los Nazis utilizaron el exterminio étnico
de judíos y discapacitados y los Estados Unidos realizó campañas de
esterilización a las indias nulíparas en muchos lugares de las Américas. Sin
embargo, a pesar de su connotación negativa actual, en algunas condiciones bien
delimitadas la alteración del genoma mediante métodos de ingeniería genética
resultaría benigna, puesto que a diferencia de las aproximaciones anteriores
respetaría la vida humana y no recurriría a la abominación que representa la
eliminación del individuo defectuoso o su descendencia, sino únicamente de la
reparación de las variantes genéticas desfavorables. Para muchos futurólogos,
este hecho dará al ser humano la capacidad de guiar su propia evolución hacia
el transhumanismo.9
La humanidad se encuentra en
la actualidad en una etapa coyuntural de la existencia como especie. Las nuevas
tecnologías de análisis genómico, biología de sistemas y edición del ADN
permitirán dentro de poco la corrección de rasgos físicos o psicológicos
defectuosos o no deseables incluyendo la conducta agresiva desmedida que
podría, en casos extremos, ser controlada por esas tecnologías.
Pero, desde luego, toda
tecnología tiene su lado oscuro. La alteración de las secuencias del ADN por
medio de terapias genéticas o genómicas podría ser aplicada por los gobiernos a
las poblaciones con el objeto de regular conductas que resultarían
perjudiciales e inconvenientes para esos mismos gobiernos. La amenaza potencial
de convertir a los ciudadanos en borregos seguidores de la voluntad de los que
ostentan el poder es siempre un peligro. Sin embargo, debo insistir, la
eugenesia sí podría tener una aplicación práctica en el tratamiento de los individuos
con una conducta agresiva muy marcada.
Pongamos el caso de un
convicto acusado de algún delito derivado directamente de su conducta agresiva,
en el que además se comprobara que la agresividad se debe principalmente a
factores genéticos. Resultaría entonces conveniente para el preso eliminar la
excesiva carga genética de variantes agresivas, tanto en sí mismo como en su
descendencia. Entonces, estas variantes portadas en sus células cerebrales y en
sus espermatozoides podrían ser eliminadas por algún procedimiento de edición
del ADN, facilitándole la reinserción en la sociedad y favoreciendo a sus
futuras generaciones.
Mediante este procedimiento
se eliminaría de las poblaciones humanas en cada generación una pequeña
proporción de las variantes genéticas que contribuyen con la conducta agresiva extrema
hasta que, un número n de generaciones hacia el futuro, las variantes agresivas
se observaran en una mínima proporción. De esta forma los genes de la agresión
se eliminarían gradualmente, de manera casi imperceptible. Por otro lado y
paralelamente, el progresivo desarrollo de los pueblos podría conducir a una
estabilidad social en donde la agresividad ya no tuviera cabida. Y con la
disminución de la conducta agresiva la sociedad postecnológica vaciaría sus
cárceles, pero además adquiriría un mayor aprecio por la vida en todas sus
formas.
Interacciones
ambientales y genéticas
Alguien me increpó un día que
no solo los genes influyen en el comportamiento agresivo, sino también el
ambiente de crianza, la educación y la cultura. Además, la manipulación
genética plantea un gran dilema ético.
Debo decir que soy
consciente de los aspectos éticos. Sin embargo, una correcta regulación de las
prácticas (qué se permite y qué no) mediante la legislación adecuada obviaría
esas dificultades. Creo, personalmente, que las tecnologías de edición del ADN
encontrará cada vez más nichos en las ramas biomédicas, una tendencia que
resultará imparable. Por lo tanto, en lugar de hablar prematuramente de
prohibiciones debemos enfocarnos en la correcta regulación.
Por otra parte, tengo que
aceptar que los diferentes aspectos del comportamiento humano son
multifactoriales, es decir, en sus diferentes manifestaciones entran en juego
un gran número de factores socioculturales, ambientales, de educación y
genéticos. No pretendo minimizar el impacto de la educación y el ambiente
familiar en la génesis de la agresividad en un individuo, pero quiero hacer
notar que sí hay una influencia genética moldeada por la evolución, pues muchas
características de comportamiento, e incluso físicas, deben haber coevolucionado
conjuntamente con el ambiente sociocultural.10,11 O bien las
variantes genéticas evolucionan para adaptarse al ambiente sociocultural, o es
este último el que se moldea por la influencia de las variantes genéticas presentes
en una población, en una interacción más bien compleja.
ejemplo, se ha postulado
que la mayor parte de la evolución de diferentes características físicas en
humanos se ha dado en los últimos 10 mil años en respuesta a cambios
ambientales.12 Algunos ejemplos claros son la simplificación de los
dientes por la introducción de la cocción de los alimentos en la dieta, y las
diferencias genéticas entre poblaciones en el número de copias del gen de la
amilasa. Para esta última – una enzima que se encuentra en la saliva, útil en
la digestión de los carbohidratos – se ha demostrado una actividad más intensa debido
a un número mayor de copias del gen en los pueblos con una dieta tradicional
milenaria rica en almidón.13 Otro ejemplo notable es la pigmentación
de la piel que está dada en función de la latitud de residencia: los pueblos que
han vivido en latitudes altas en donde los rayos ultravioleta del tipo UVB
necesarios para la síntesis de dihidróxicolecalciferol (Vitamina D) son
escasos, han desarrollado una pigmentación clara; mientras que en los pueblos
ubicados en latitudes cercanas al ecuador la pigmentación obscura de la piel la
protege del daño celular ocasionado por la destrucción del ácido fólico producido
por la radiación UVA.14
Aunque la agresividad sea
condicionada por una interacción entre ambiente social, desarrollo psicológico
y el trasfondo genético, no podemos obviar la influencia de factores genéticos
favorecidos por la evolución. Hasta la fecha hay estudios que demuestran la
influencia genética en la conducta agresiva. Para el caso, en el año 2010 el
Dr. David Goldman y colaboradores descubrieron una variante genética en un
receptor cerebral llamado HTR2B en hombres finlandeses convictos por crímenes
relacionados con la agresividad.15 Sorprendentemente, la variante no
se encontró en otras poblaciones, y al parecer, predispone también al
alcoholismo, la conducta suicida y la farmacodependencia.
Esa investigación nos
confirma que un factor a tomar en cuenta en el estudio de la conducta agresiva
es el sexo. Las hormonas sexuales masculinas (testosterona y
dihidrotestosterona), y las femeninas (estrógenos y progesterona), se unen a
moléculas receptoras dentro de las células blanco, ocasionando el encendido y
apagado de una diversidad de genes que originan cambios que conducen a la
diferenciación sexual del embrión. Sin embargo, no menos importantes son sus
efectos en el cerebro.
Las hormonas sexuales
producen en el cerebro la puesta en marcha de una cascada de genes que lleva a
la activación de redes neuronales específicas. El resultado se manifiesta en
las características de comportamiento propias de cada sexo, que forman parte
del llamado dimorfismo sexual. Algunos de estos genes se encuentran
involucrados en conductas masculinas agresivas territoriales, lo que ha sido
comprobado en modelos animales.16
Al igual que las
características físicas, la conducta beligerante, impulsada por variantes
genéticas como las mencionadas, pudo haber evolucionado en nuestro pasado reciente.
Antaño (y aun ahora), las tribus agresivas atacaban otros poblados y luego
eliminaban o esclavizaban a los hombres y raptaban a las mujeres, dándoles una
mayor oportunidad para transmitir y dispersar sus genes de beligerancia.17
En cambio en el futuro, la eliminación de las variantes genéticas agresivas no
solo será deseable sino absolutamente necesaria para la supervivencia de la
raza humana a largo plazo, porque pongo en duda que una civilización con la
capacidad tecnológica para la autoaniquilación pueda sobrevivir, incluso por
algunos siglos, con los niveles altos de agresividad que observamos en los
humanos actuales.
A diario y a cada momento
comprobamos cómo continuamos arrastrando en las variantes genéticas de
agresividad el producto de nuestra lucha por sobrevivir incrustada en nuestra
más íntima naturaleza biológica. Si nos pica un mosquito lo destripamos instintivamente
sin misericordia en un ataque brusco de agresión condicionado por nuestros
genes, puesto que la picadura nos hace susceptibles de morir víctimas de alguna
enfermedad. No nos detenemos a pensar que el mosquito es una sofisticada
máquina biológica moldeada por millones de años. Nuestro inconsciente asume,
automáticamente, que el bicho no cuenta con un grado de consciencia y amor a la
vida que lo haga merecedor de nuestro perdón, por lo que la manotada que deja
al zancudo aplastado contra una superficie de nuestro picado cuerpo no se hace
esperar. Y nuestra ignorancia del dolor infligido a un organismo vivo, con una
falta completa de empatía, no se limita a los mosquitos. También va para las
cucarachas, moscas, ratones y otros organismos vivos.
Homo
homini lupus
El ser humano es un
organismo de contrastes. Somos extraordinariamente altruistas en algunas
circunstancias, pero destructores en extremo en otras. Y así es que ese
componente intrínseco del ser humano de desdén hacia la vida, condicionado
principalmente por nuestros genes, no solo se aplica a otras especies.
No fue hasta hace muy poco
que las sociedades occidentales decidieron proclamar con bombos y platillos la
igualdad de todos los hombres (y mujeres, claro) ante la ley. Sin embargo vemos
cómo históricamente, la xenofobia y la conducta beligerante han llevado a la
agresión, dominio y esclavitud de los pueblos sobre otros. Tan solo en la
historia reciente (y actualmente) podemos mencionar algunos casos
sobresalientes. Los indios norteamericanos fueron cazados hasta el virtual exterminio;
a lo largo y ancho de América Latina la población indígena fue mermada; los negros
africanos fueron exportados como esclavos en una industria rentabilísima
llevada a cabo por la que fuera la primera transnacional en las Américas; los
Nazis construyeron sus campos de exterminio de judíos, y los judíos a su vez,
han utilizado los textos sagrados de la Torah para justificar el avasallamiento
de los palestinos; nuestros antecesores cristianos de la edad media, los
Caballeros Cruzados, utilizaron las Sagradas Escrituras para lanzarse contra
los árabes, y estos últimos en la actualidad utilizan los textos del Corán para
ejecutar a los cristianos acusándolos de apostasía y para proclamar su “Guerra
Santa,” o Yijad; algunos estados de
los actuales Estados Unidos de América consideran la inmigración, si esta es de
latinoamericanos pobres, como un delito; y las confrontaciones étnicas muchas
veces alcanzan la categoría de genocidio en distintos lugares de África.
Vemos por doquier el dominio
del hombre por el hombre, o como acertadamente dijera Tito Macio Plauto
popularizado por Thomas Hobbes, homo
homini lupus, es decir, el hombre es el lobo del hombre. Todos estos
ejemplos muestran que la igualdad del hombre es solo una expresión retórica e
idealista puesta sobre un pedazo de papel sin vida. Pero aunque el dominio del
hombre por el hombre tiene sin lugar a duda profundos matices socioculturales,
son los genes los que en gran medida dictan, subrepticiamente, una buena parte
de los patrones locales y globales de la conducta agresiva humana.
¿Y
los extraterrestres?
¡Y esta es precisamente la
razón fundamental por la que creemos que los alienígenas no tendrían piedad de
nosotros! Pensamos que dado su alto nivel tecnológico nos verían como mosquitos
a los que pueden destrozar sin mayores escrúpulos y sin cargo de conciencia.
Sin embargo una sociedad
postecnológica capaz de viajar a lugares distantes, haría tiempo habría pasado
por el peligro de la autoaniquilación. Habría dejado atrás la agresión. El alto
orden social haría innecesaria la utilización de la violencia surgida de las
emociones y habría sabido controlar su propia programación (¿genética?). De no
haber sido así, esa sociedad habría desaparecido hacía mucho, mucho tiempo. Una raza adelantada que nos
visitara habría, haría tiempo, aprendido a valorar el verdadero sentido de la
complejidad de la vida y lejos de exterminarla la ayudaría en su proceso de
evolución. Su alto avance tecnológico le permitiría observarnos desde la
distancia.
Por eso, de vez en cuando le
puedo tener miedo a las decisiones desacertadas de los gobernantes de mi país;
a caminar por las calles de mi ciudad, una de las más peligrosas del mundo; a
caerme de la cama durante la noche y golpearme la cabeza; a algún terrorista
islámico con una importante carga de explosivos atada a su cintura o piloteando
un avión, o incluso a mis cuñadas cuando se enojan. ¿Pero a los
extraterrestres? No señor. A esos sí que no les temo.
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En este video, Ronald Reagan habla sobre una eventual invasión extraterrestre
Stephen Hawking cree que una visita extraterrestre sería como Colón al llegar a América: a los indios no les fue tan bien.
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