Por: Edwin Francisco Herrera Paz
No hay cosa más maravillosa que el futbol. Siempre me he
preguntado cuales son las fuerzas que impulsan a un ser humano a olvidarse absolutamente
por completo del mundo que le rodea para enfocarse en 22 hombres corriendo detrás
de una pelota hecha de gajos de cuero. He llegado a la conclusión –y creo que
no soy el único- que el asunto es genético. Así como es sencillo apaciguar a un
cachorro de perro tomándolo de la piel de la región cervical posterior porque
está escrito en sus genes, es muy fácil apaciguar a una población humana
maltrecha por el maltrato social mostrándole el juego de pelota de vez en
cuando. ¡Cuánta gente radiante de felicidad produce el futbol! O como dice un
anuncio de una famosa bebida de cola que algunas mamás les dan a sus hijos en el
biberón, “sueña futbol, come futbol, vive futbol”.
Al igual que el 99.99% de la población hondureña, don Armando
tiene problemas económicos. Necesita pagar la escuela de sus hijos y no tiene
cómo, y ya no aguanta a los cobradores llamándolo día y noche. Ayer recibió una
llamada de su banco de tarjetas de crédito. Era una muchacha a la que “deben pagarle
un excelente sueldo” –pensó don Armando- porque es difícil imaginar que una
persona que gana el mínimo pueda tratar a alguien de una manera tan grosera y
despectiva por lealtad a la empresa.
Después de colgar el teléfono a don Armando se le vino el
recuerdo de aquella vendedora de tarjetas de crédito que conoció hace dos años.
Él nunca había usado antes ese “dinero plástico”, pero aquella señorita estaba muy
bonita y no le podía decir que no. Y es que las jóvenes habían sido siempre su
debilidad, y en aquello de quererle echar el cuento a la niña terminó
aceptándole una tarjeta de crédito. ¡Qué diferencia de esta grosera que lo
acababa de llamar ofreciéndole demanda con la que le enchutó la tarjeta, toda
simpatía y dulzura!
Claro, lo que el ingenuo de don Armando ignora es que
Angélica María Torres, aquella joven que lo sedujo hace dos años para darle
después solo un trozo de plástico en lugar de su cariño, había sido promovida
de vendedora de tarjetas al departamento de recuperación y era la misma persona
que ahora lo llamaba. Nada personal. El sistema le exigía una transformación de
180 grados que Angélica María sabía asumir con maestría. ¡Como que había nacido
para banquera!
En cambio aquel pobre incauto al que su madre le puso por
nombre Jesús Armando Paredes, llamado por algunos don Armando (por respeto a
las canas que ya se le comenzaban a asomar) y el Pata Chenca por sus amigos de la
infancia, había pasado de ser una persona solvente a volverse un endeudado
hasta el gorro. Como nunca tuvo la oportunidad de leer “Papá Rico y Papá Pobre”
(de hecho ni sabía de la existencia de ese tipo de literatura) había caído en
el error de creer que la tarjeta le proporcionaba dinero adicional. “Mmmm a ver”,
pensaría hacía un par de años, “yo gano el mínimo más 50,000 lempiras de la
tarjeta, ¡son 56,000 al mes! Pero aquel pequeño error de cálculo de su salario le
resultó fatal.
De pronto, a don Armando se le esfumaron sus angustias. Se acordó que hoy es el partido de Honduras contra Panamá y nada importaba ya en la vida. No
importaba lo endeudado que estuviera, ni la escuela de sus hijos, ni la grosera
del banco, ni el dinero que no tenía para dejarle a su mujer para la sopa de
hueso del día siguiente, ni nada. Tenía que salir corriendo a DIANHSA a comprar
su camiseta. ¿Que aquella prenda rústica cuesta más de mil lempiras? No
importa. Todo es cuestión de dignidad nacional, de patriotismo. Y como ya no
tenía el televisor plasma “Jai Definichon” que había sacado al crédito también en
DIANHSA (se lo llevaron porque debía una cuota) entonces tendrá que verlo donde
su compadre “el Choco”, aunque sea en el aquel pequeño televisor destartalado
de transistores. ¡Ay el futbol, los milagros que hace! ¿Qué sería de la vida de
don Armando si no existiera este deporte? Definitivamente un infeliz más al que
el futbol ha hecho feliz, aunque sea por un rato.
Luego está la historia de doña Chencha, la señora que vende baleadas y pastelitos de chucho en un local que renta cerca del mercado. Resulta que como las ventas no habían estado tan bien últimamente, se atrasó en su pago a la municipalidad. La viejita anda algo angustiada porque todavía no se le olvida que le cerraron su anterior negocio por no poder pagar. El asunto es que la municipalidad debe recuperar el dinero de los ciudadanos que le deben por si hay que pagárselo a una prestigiosa empresa (debe ser prestigiosa porque la llaman “de maletín”) que demandó a la comuna por prestar sus eficientes servicios en lo que mejor sabe hacer esta empresa: absolutamente nada. Y como uno de los socios es un prestigioso y “honorable” empresario que también es político, si la municipalidad pierde la querella no habrá de otra que pagar.
De paso y haciendo un paréntesis, en la misma
municipalidad que cerrará las puertas del negocio de doña Chencha por los dos
mil pesos que debe, y que deberá pagar una cuantiosa cantidad de dinero a una
empresa que sabe hacer lo que hace, hay gente laborando cuyos sueldos les
garantizan una vida holgada y placentera. Claro, es que al experto hay que
pagarle bien. Hay gente que se merece un buen salario porque hace lo que hace
con habilidad y maestría, y estos en especial, también hacen bien lo que hacen:
absolutamente nada.
Pero hoy no es día de angustiarse. ¿Adivinen qué? Doña
Chencha se olvidó de sus impuestos impagos, de las empresas de maletín y de los
expertos en paracaidismo y salió corriendo (literalmente pues se le olvidó su
reumatismo) a DIANHSA a comprar su trapo rústico disfrazado de los colores de
nuestra bandera a mil lempiras. No importa. Es un día alegre. Llegó el futbol. ¿Qué
sería de doña Chencha sin este hermoso deporte? Absolutamente nada. Son esos
partidos de vez en cuando los que le agregan algo de fiesta a la lúgubre existencia de
aquella matusalénica viejita, bien aporreada por la vida, y que exhibe como única
evidencia de sonrisa la mitad de un incisivo superior.
Ah, y no les he contado la de Rodolfo y el Chele Cama (de
camaleón). Déjeme agarrar aire. Pues resulta que Rodolfo es un exitoso pequeño
empresario. Le ha ido bien en el negocio del entretenimiento y ahora vive
relativamente tranquilo. Aunque por dentro es un buen hombre se comporta como
todo un pavorreal. El hecho de venir de cuna humilde hasta lograr la libertad
económica lo ha elevado hasta las nubes.
El Chele Cama es un sicario de mala muerte que viene de
una barreada de buena muerte (si es que así se le puede llamar a morir heroicamente
a tiros). La cuestión es que Rosita, la mujer de Rodolfo, es una vieja glotona
y ambiciosa hasta los tuétanos. Le gusta pasear por Miami unas cuatro veces al
año y no escatima en derrochar el dinero que a Rodolfo tanto le ha costado, pero
últimamente su marido la ha puesto en cintura. Le ha recortado los gastos de su
tarjeta de crédito negra ilimitada y la doña anda dolida. No concibe una vida
de recato en la que no pueda comprar todo lo que quiera, así que ha fraguado un
plan. Se ha puesto de acuerdo con Antonio, el segundo al mando de la empresa,
un grandulón ambicioso y sin miramientos, para contratar al Chele Cama. El plan es
perfecto.
El Chele se encargará de vigilar a Rodolfo mientras hace
sus ejercicios vespertinos alrededor de la cuadra, y en la primera oportunidad
se le acercará y le disparará un solo tiro en la sien. Ella fingirá una
pataleta de pobre viuda sola y se quedará con la empresa y todos los bienes,
que compartirá en partes iguales con Antonio.
El Chele acepta el trabajo porque necesita el dinero,
pero antes debe hacer un voto de silencio por temor a poner en riesgo la vida
de su familia. Así que si por esas cosas del destino a la fiscalía le diera por
investigar un poco y lo atraparan, él deberá decir que el móvil del crimen era
el robo. Rosita conoce la desidia y apatía de las instituciones, así que sabe a
la perfección lo que a continuación hará. Se negará a hablar con los
investigadores a menos que fuera estrictamente necesario. Sabe que estos, por la fuerza de la costumbre y torciendo las leyes de su país, no investigarán de oficio sino únicamente si la
familia lo solicita. Pero como Rosita es la única familia de la futura víctima, todo
quedará en el olvido. Ayer Antonio le dio un pago adelantado al Chele y…. ¿Qué creen? ¡Lo primero que hizo fue correr a DIANHSA a comprarse el trapo pintado de
patriotismo de 1000 lempiras!
Pues bien, hoy es el día del partido. Rodolfo no sube a
su palco porque quiere vivir la algarabía de la multitud y se va a las
graderías. Muy cerca se sienta el Chele, a solo un par de sillas. Por allí
cerca está también Angélica María, y por algún lado de Sol Sur se hubiera
sentado don Rodolfo de haberle sobrado algún vuelto después de comprar la
camiseta.
El juez de la contienda se lleva lentamente su silbato a
la boca, toma aire y emite un fuerte prrrr. Los corazones se aceleran en expectativa.
A los 20 minutos Honduras mete un gol a Panamá. La multitud estalla al unísono en
un grito de júbilo que se puede escuchar a kilómetros de distancia. Por un
momento, por un instante infinitesimal, la malla del espacio-tiempo se congela.
Rodolfo y el Chele se funden en un fraternal abrazo. Victima y victimario no
son nada sino un par de almas gemelas que el destino unió gracias al deporte rey.
Ninguno sospecha. Ambos ignoran el fatídico desenlace que tendrá su efímera
relación.
¿Quién podría hacer esto mejor que el glorioso futbol?
Nadie, por supuesto. El futbol es así. Une a sicario y a su víctima, a gobierno
opresor y a ciudadano oprimido, al banquero
inescrupuloso y al ingenuo cliente. Todos, por un momento, se unen en un
gigantesco abrazo multitudinario. Las hormonas se disparan, las endorfinas
calman los dolores y adormecen el conocimiento. Todo se olvida. La amnesia se
apodera de la multitud. Mañana será otro día y aquí no habrá pasado absolutamente nada…
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