jueves, 7 de junio de 2012

LA RESPONSABILIDAD SOCIAL EMPRESARIAL, LO OBSOLETO QUE ES PAGAR IMPUESTOS Y LAS LEYES DEL EXITO


Por José María Castillo Hidalgo

Muchos del gobierno han tomado de caballito de batalla la trillada frase de que es necesidad hacer las cosas de diferente manera para obtener resultados distintos, pero implicando cambios más bien cosméticos e invariablemente con la mira puesta en los negocios con que sabrán anotar gol. Pero si estamos con el vértigo que produce el borde del abismo, necesitamos propuestas revolucionarias y poner cacumen salvífico que pueda dar lugar a divisar alguna luz que informe que vamos saliendo del atolladero que está a tres cuartos del túnel. Después de todo, en el barco que hace aguas viajamos todos y si al fin zozobra, solo se salvaran las consabidas ratas que ya días tienen las maletas listas para salir despavoridas.

Hace mucho a algún hedonista se le ocurrió la frase que se ha puesto de moda por haber salido recientemente de los labios de una preciosa chica en una serie de televisión (Gossip Girl): "Quien dijo que el dinero no compra la felicidad, es que no sabe dónde comprar". Hay que admitir, frivolidades aparte, que parece muy sesuda y tiene bastante lógica en términos macros. Habría que ver cuánto dinero se necesita para sacar a flote a este país, a donde vamos a conseguir ese dinero y ya bien capitalizados, escoger a donde vamos a ir de shoping para comprar nuestra anhelada felicidad. Por lo pronto sugeriría que ya teniendo bien claro el camino u hoja de ruta, todos pusiéramos un granito de arena, un bloque, una pared, o una habitación, conforme a sus posibilidades, para construir el edificio de la patria.

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Muchacha furiosa gritando
Soñando precisamente como no debe ser, es decir, con modestia, me conformaría con que se cumpliera aquel viejo ideal o punto de referencia basado en la cita atribuida a Rousseau "Que nadie sea tan opulento que pueda comprar a otro, ni tan pobre que necesite venderse" habida cuenta que está fuera de todo contexto realista la igualdad en la repartición de la riqueza, la destreza, la inteligencia y demás adornos de la existencia, ni como ideal social ni mucho menos humano. Pero si parece bastante adecuado, de la manera en que se está globalizando el mundo, o mejor dicho, aldeízando el planeta, una mejor repartición de los ingresos y su uso más racional, sin fríos y calculados despilfarros y conceder un abanico más amplio de oportunidades para todos, y así coadyuvar a la seguridad y la paz pública y mantener un desarrollo sostenible sin graves tropiezos, en un país que como el nuestro, adolece y padece de graves brechas.

Y como no quiero quitarle su valioso tiempo más de lo necesario, paso inmediatamente a una propuesta, que se basa más que todo en la escueta exposición de un amigo empresario, ignorando si es propia de él o en donde se originó,  mas a de ser de allí mismo por simple colación que hago de aquel milenario adagio de que la cuña para que apriete debe ser del mismo palo, reservándome para mi mismo en este caso, el dudoso crédito de plasmarla en limpio y ponerla en contexto.

Muchacha comiendo sangre
La ética empresarial moderna le enseña al Inversionista que es su responsabilidad producir riqueza, tanto para él, como para la comunidad en que opera, sabiendo proteger el medio ambiente, garantizando el bienestar y la salud de la comunidad, manteniendo relaciones cordiales con sus proveedores y a los clientes entregarles productos y servicios de calidad, haciendo que sus empleados se sientan orgullosos de trabajar para la empresa. Paradójicamente, pero es precisamente por estar en su ADN, que las empresas pequeñas y medianas son las más propensas a cumplir con estos loables estándares.

Los empresarios entonces, habida cuenta la competencia a que están sometidos, para no sucumbir, deben recurrir a la creatividad, la eficiencia y saber atesorar el recurso humano. Normalmente es así, la empresa privada, por mera necesidad, es superior en todo sentido, a la tortuguista, aduladora, mojista y chambrosa administración pública.

Rey de Esparta gritando listo para la guerra
Tal como todos los mortales, los empresarios han de pagar impuestos para mantener la maquinaria del Estado y que este pueda atender las necesidades de la sociedad. Pero eso en teoría, porque ya en la práctica y en doble vía, por un lado, muchas veces eluden el pago y por otra, cuando si pagan, resulta escandaloso que gran porcentaje de los impuestos recaudados se va en gasto corriente, de manera tal que casi nada llega a inversión, infraestructura y desarrollo, y por tanto, no beneficia a la sociedad; esencialmente sirven para nutrir el parasitismo oficial, la burocracia chupasangre, y al compadrazgo, y en supervisar a los supervisores que a su vez deben ser supervisados, para que al fin salga más barato que le roben de un solo y sin tantas volteretas al pueblo, pues casi nada supervisan los que se tapan con la misma cobija. 

Y así para que lleguen cien pesos en ochenta días de escuela o en el vaso de leche al estomago del hondureñito, debieron quedar desparramados novecientos en los vericuetos de las huelgas, los policías que las reprimen, en ir y venir, en la modorra, en el paracaidismo, en la movida y en los costos de administrar y supervisar a priori a todos los anteriores y en tratar de deducir buenas o malas cuentas a posteriori sin ningún suceso más que la bulla de un día y en engordar los ahorros y ostentaciones de los dirigentes relajeros y de los movideros en sus curules.

Por todo ello resulta absurdo cobrar impuestos a los empresarios en el sentido de sacar los fondos de manos de los que mejor saben manejarlo, para ponerlos en manos de los oportunistas, los corruptos, los valeverguistas, con algunas pocas excepciones que para honrarme a mí mismo, debo salvar.

Rey de esparta
Y es que los impuestos, en la forma que fueron concebidos, dos días y pocas horas después de que se fundara la primera asociación de la profesión más antigua del mundo, tenían por objeto que el líder militar en control de un territorio, con sus exacciones, pudiera tener lo suficiente para vivir y efectivamente lucir como rey, emperador, jeque, cacique, faraón, césar, káiser o zar o lo que fuera, con un suntuoso palacio, carruajes de madera fina y remaches de oro, tirados por espléndidos caballos, con reinas, cortesanas y otros postres y repartir lo suficiente entre sus comandantes y colaboradores para que se dieran otro tanto de taco y mantener a la soldadesca represiva aceitada o a lo mejor, para reforzar a sus tropas con los mercenarios necesarios para asegurarse su sitial, cuidar y defender las postas, las torres, las murallas y el statu quo de las amenazas de otros con ansias de venir a colocar sus pomposas pompis en el mismo banco labrado, sin importar las condiciones del populacho, esto cuando no era un príncipe de la misma raza, en cuyo caso, se podía esperar un poco mas de sensibilidad.

Rey de esparta espantado
Pero ya en los conceptos idealistas y revolucionarios de República, los impuestos se supone son para beneficio de la sociedad toda. Nada más que en nuestros lares y tiempos, todo es papel mojado, y los pretendientes de la administración pública actual tienen tatuados en su ADN las mismas antañonas y cerriles aspiraciones de los mílites de otrora, aunque con algún sesgo y matices varios, y pueda que la conquista de los territorios ahora se logre con campañas coloridas y alocuciones desgañitadas, pero solo medianamente encubren las mismas intenciones sobre el botín, la guayaba y la ubre para que su dulce sabor se empantane el mayor tiempo posible en sus enormes, negros y rancios galillos, por lo que a todas luces, nuestra prioridad y deber patriótico, como súbditos superados, es reducir el aparato del Estado y extinguir los elefantes draculianos, ya que en todo son ilusorios, excepto en el excesivo peso que suponen en los lomos del pueblo esmirriado y las bombas lacerantes que dejan caer durante sus vuelos alucinados.

Pepe Lobo levantando un dedo
Para evitar ese esquilmar de fondos, bastaría con establecer cuanto es lo que deben pagar en concepto de impuestos un grupo de empresarios bien establecidos, y habiendo visualizado por aquellos pocos que queden al servicio de la administración pública o por la misma sociedad civil, qué obras son necesarias debido al crecimiento vegetativo y su costo, asignarles entonces las obras, para que las ejecuten y administren ellos mismos en lugar de pagar impuestos, como por ejemplo, construir una escuela, un hospital, o un hogar infantil. Esto puede llevarse a cabo por medio de ONGs establecidas ad hoc por los mismos empresarios. Si la obra NO funciona o NO opera como es debido, se les sanciona, ya por el mismo gobierno o la sociedad.

Con ello nos salvamos del patético y anómalo trasiego del dinero con su consabido esfumamiento o alkaselserismo y se aminora el clientelismo como forma de hacer política, de manera que los políticos se limiten a presentar propuestas claras y útiles para electores conscientes y educados y metiendo mano únicamente en lo necesario a los recursos públicos.

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Policarpo Paz García General Hondureño
Un conocido refrán reza "La educación es el vestido de gala para asistir a la fiesta de la vida". Si hay algo injusto es que alguien llegue a la fiesta desnudo o en harapos y para el colmo, enfermo, y ya puesto allí, limitarse a ver como otros bailan el vals y degustan bocadillos que en su propia boca desdentada son inasimilables y que en todo caso serían amargos y ásperos de tragar pues en sus tripas secas se deslizarían a la manera que los menesterosos lo hacen en los corredores del mall frente a ostentosas vitrinas.

Creo que al menos a eso nos debemos obligar. Que todo hondureño llegue a la fiesta con un traje humilde pero limpio y bien dispuesto, en un cuerpo sano y dando gracias de haber nacido en esta tierra.

En todo caso, tenga presente que "el éxito es el fracaso superado por la perseverancia". Y como exclamara con voz henchida de emoción para rematar sus discursos el Presidente, General y héroe nacional Polo Paz:

¡Salud compatriotas!

7-6-12.

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