Por José María Castillo Hidalgo
Muchos del
gobierno han tomado de caballito de batalla la trillada frase de que es
necesidad hacer las cosas de diferente manera para obtener resultados
distintos, pero implicando cambios más bien cosméticos e invariablemente con la
mira puesta en los negocios con que sabrán anotar gol. Pero si estamos con el
vértigo que produce el borde del abismo, necesitamos propuestas revolucionarias
y poner cacumen salvífico que pueda dar lugar a divisar alguna luz que informe
que vamos saliendo del atolladero que está a tres cuartos del túnel. Después de
todo, en el barco que hace aguas viajamos todos y si al fin zozobra, solo se
salvaran las consabidas ratas que ya días tienen las maletas listas para salir
despavoridas.
Hace mucho a
algún hedonista se le ocurrió la frase que se ha puesto de moda por haber
salido recientemente de los labios de una preciosa chica en una serie de
televisión (Gossip Girl): "Quien dijo que el dinero no compra la
felicidad, es que no sabe dónde comprar". Hay que admitir, frivolidades
aparte, que parece muy sesuda y tiene bastante lógica en términos macros.
Habría que ver cuánto dinero se necesita para sacar a flote a este país, a
donde vamos a conseguir ese dinero y ya bien capitalizados, escoger a donde
vamos a ir de shoping para comprar nuestra anhelada felicidad. Por lo
pronto sugeriría que ya teniendo bien claro el camino u hoja de ruta, todos pusiéramos
un granito de arena, un bloque, una pared, o una habitación, conforme a sus
posibilidades, para construir el edificio de la patria.
*******
Soñando
precisamente como no debe ser, es decir, con modestia, me conformaría con que
se cumpliera aquel viejo ideal o punto de referencia basado en la cita
atribuida a Rousseau "Que nadie sea tan opulento que pueda comprar a otro,
ni tan pobre que necesite venderse" habida cuenta que está fuera de todo
contexto realista la igualdad en la repartición de la riqueza, la destreza, la
inteligencia y demás adornos de la existencia, ni como ideal social ni mucho
menos humano. Pero si parece bastante adecuado, de la manera en que se está
globalizando el mundo, o mejor dicho, aldeízando el planeta, una mejor
repartición de los ingresos y su uso más racional, sin fríos y calculados
despilfarros y conceder un abanico más amplio de oportunidades para todos, y
así coadyuvar a la seguridad y la paz pública y mantener un desarrollo
sostenible sin graves tropiezos, en un país que como el nuestro, adolece y
padece de graves brechas.
Y como no
quiero quitarle su valioso tiempo más de lo necesario, paso inmediatamente a
una propuesta, que se basa más que todo en la escueta exposición de un amigo
empresario, ignorando si es propia de él o en donde se originó, mas a de ser de allí mismo por simple
colación que hago de aquel milenario adagio de que la cuña para que apriete
debe ser del mismo palo, reservándome para mi mismo en este caso, el dudoso crédito
de plasmarla en limpio y ponerla en contexto.
La ética
empresarial moderna le enseña al Inversionista que es su responsabilidad
producir riqueza, tanto para él, como para la comunidad en que opera, sabiendo
proteger el medio ambiente, garantizando el bienestar y la salud de la
comunidad, manteniendo relaciones cordiales con sus proveedores y a los clientes
entregarles productos y servicios de calidad, haciendo que sus empleados se
sientan orgullosos de trabajar para la empresa. Paradójicamente, pero es precisamente
por estar en su ADN, que las empresas pequeñas y medianas son las más propensas
a cumplir con estos loables estándares.
Los empresarios
entonces, habida cuenta la competencia a que están sometidos, para no sucumbir,
deben recurrir a la creatividad, la eficiencia y saber atesorar el recurso
humano. Normalmente es así, la empresa privada, por mera necesidad, es superior
en todo sentido, a la tortuguista, aduladora, mojista y chambrosa
administración pública.
Tal como todos
los mortales, los empresarios han de pagar impuestos para mantener la
maquinaria del Estado y que este pueda atender las necesidades de la sociedad.
Pero eso en teoría, porque ya en la práctica y en doble vía, por un lado,
muchas veces eluden el pago y por otra, cuando si pagan, resulta escandaloso
que gran porcentaje de los impuestos recaudados se va en gasto corriente, de
manera tal que casi nada llega a inversión, infraestructura y desarrollo, y por
tanto, no beneficia a la sociedad; esencialmente sirven para nutrir el parasitismo
oficial, la burocracia chupasangre, y al compadrazgo, y en supervisar a los
supervisores que a su vez deben ser supervisados, para que al fin salga más
barato que le roben de un solo y sin tantas volteretas al pueblo, pues casi
nada supervisan los que se tapan con la misma cobija.
Y así para que
lleguen cien pesos en ochenta días de escuela o en el vaso de leche al estomago
del hondureñito, debieron quedar desparramados novecientos en los vericuetos de
las huelgas, los policías que las reprimen, en ir y venir, en la modorra, en el
paracaidismo, en la movida y en los costos de administrar y supervisar a priori
a todos los anteriores y en tratar de deducir buenas o malas cuentas a
posteriori sin ningún suceso más que la bulla de un día y en engordar los
ahorros y ostentaciones de los dirigentes relajeros y de los movideros en sus
curules.
Por todo ello
resulta absurdo cobrar impuestos a los empresarios en el sentido de sacar los
fondos de manos de los que mejor saben manejarlo, para ponerlos en manos de los
oportunistas, los corruptos, los valeverguistas, con algunas pocas excepciones
que para honrarme a mí mismo, debo salvar.
Y es que los
impuestos, en la forma que fueron concebidos, dos días y pocas horas después de
que se fundara la primera asociación de la profesión más antigua del mundo,
tenían por objeto que el líder militar en control de un territorio, con sus
exacciones, pudiera tener lo suficiente para vivir y efectivamente lucir como
rey, emperador, jeque, cacique, faraón, césar, káiser o zar o lo que fuera, con
un suntuoso palacio, carruajes de madera fina y remaches de oro, tirados por
espléndidos caballos, con reinas, cortesanas y otros postres y repartir lo
suficiente entre sus comandantes y colaboradores para que se dieran otro tanto
de taco y mantener a la soldadesca represiva aceitada o a lo mejor, para
reforzar a sus tropas con los mercenarios necesarios para asegurarse su sitial,
cuidar y defender las postas, las torres, las murallas y el statu quo de las
amenazas de otros con ansias de venir a colocar sus pomposas pompis en el mismo
banco labrado, sin importar las condiciones del populacho, esto cuando no era
un príncipe de la misma raza, en cuyo caso, se podía esperar un poco mas de
sensibilidad.
Pero ya en los
conceptos idealistas y revolucionarios de República, los impuestos se supone
son para beneficio de la sociedad toda. Nada más que en nuestros lares y
tiempos, todo es papel mojado, y los pretendientes de la administración pública
actual tienen tatuados en su ADN las mismas antañonas y cerriles aspiraciones
de los mílites de otrora, aunque con algún sesgo y matices varios, y pueda que
la conquista de los territorios ahora se logre con campañas coloridas y
alocuciones desgañitadas, pero solo medianamente encubren las mismas intenciones
sobre el botín, la guayaba y la ubre para que su dulce sabor se empantane el
mayor tiempo posible en sus enormes, negros y rancios galillos, por lo que a
todas luces, nuestra prioridad y deber patriótico, como súbditos superados, es
reducir el aparato del Estado y extinguir los elefantes draculianos, ya que en
todo son ilusorios, excepto en el excesivo peso que suponen en los lomos del
pueblo esmirriado y las bombas lacerantes que dejan caer durante sus vuelos
alucinados.
Para evitar ese
esquilmar de fondos, bastaría con establecer cuanto es lo que deben pagar en
concepto de impuestos un grupo de empresarios bien establecidos, y habiendo
visualizado por aquellos pocos que queden al servicio de la administración
pública o por la misma sociedad civil, qué obras son necesarias debido al
crecimiento vegetativo y su costo, asignarles entonces las obras, para que las
ejecuten y administren ellos mismos en lugar de pagar impuestos, como por
ejemplo, construir una escuela, un hospital, o un hogar infantil. Esto puede
llevarse a cabo por medio de ONGs establecidas ad hoc por los mismos
empresarios. Si la obra NO funciona o NO opera como es debido, se les sanciona,
ya por el mismo gobierno o la sociedad.
Con ello nos
salvamos del patético y anómalo trasiego del dinero con su consabido
esfumamiento o alkaselserismo y se aminora el clientelismo como forma de hacer
política, de manera que los políticos se limiten a presentar propuestas claras
y útiles para electores conscientes y educados y metiendo mano únicamente en lo
necesario a los recursos públicos.
******
Un conocido
refrán reza "La educación es el vestido de gala para asistir a la fiesta
de la vida". Si hay algo injusto es que alguien llegue a la fiesta desnudo
o en harapos y para el colmo, enfermo, y ya puesto allí, limitarse a ver como
otros bailan el vals y degustan bocadillos que en su propia boca desdentada son
inasimilables y que en todo caso serían amargos y ásperos de tragar pues en sus
tripas secas se deslizarían a la manera que los menesterosos lo hacen en los
corredores del mall frente a
ostentosas vitrinas.
Creo que al
menos a eso nos debemos obligar. Que todo hondureño llegue a la fiesta con un
traje humilde pero limpio y bien dispuesto, en un cuerpo sano y dando gracias
de haber nacido en esta tierra.
En todo caso,
tenga presente que "el éxito es el fracaso superado por la
perseverancia". Y como exclamara con voz henchida de emoción para rematar
sus discursos el Presidente, General y héroe nacional Polo Paz:
¡Salud
compatriotas!
7-6-12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor comente este entrada.