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domingo, 22 de enero de 2012

PRIMER PECADO CAPITAL: LA LUJURIA.

Por: José María Castillo Hidalgo.

De la nada, súbito frente a ti, sentado plácidamente, enrollado en un mullido sofá, hace una inspiración profunda, te mira fijamente y deja escapar una risa sardónica que retumba. Todo alrededor está sumido en una bruma amarillenta, en principio pútrida y pestilente, que aunque no quieras, absorbes por los resquicios del cerebro, pero después, se manifiesta como una exquisita feromona que abruma. El sexo es lo de menos, tal vez ni tiene, quizás es hermafrodita o quizás un hermafrodito renegado. La cola que se gasta es como de una sierpe gigantesca, sobradamente extraña porque en algunas de sus partes tiene cerdas gruesas y moradas terminadas en punta, pero la piel toda está manchada en gamas de verde y azul.

Con sus manos finas con alarde de uñas en estileto decoradas, hace rituales mientras las desplaza pausadamente en el aire acelerándolas a ratos, y después las agita frenéticamente hasta convulsionar todo su cuerpo dúctil en un paroxismo atroz, en una mezcla de gestos obscenos, insultos integrales y gesticulaciones inmundas que se derraman de su hocico, pero que con magia las transmuta en poesía del mal amor y otras piezas de retórica perturbadora. Bajo su mano de hierro cubierta de terciopelo, hay doblegadas y a su servicio cincuenta legiones y el día menos esperado se celebra en su nombre simultáneamente cuatrocientas orgías fastuosas, durante siete semanas con sus días y noches. Es Asmodeo, el Príncipe de la lujuria.

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Amor Travesti
“Aquí en la casa del jabonero, el que no cae, resbala”

Frase referida en un sitio de internet como pronunciada por un travesti en una terapia de grupo de sex-adictos anónimos.

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Por lujuria, lo primero que se nos ocurre, es la sexualidad descontrolada que incluye a los sexólicos, pedófilos, y demás “pervertidos” que sucumben al apetito desordenado de los placeres eróticos. Pero es más que eso. Es el deseo excesivo de satisfacer cualquier instinto o impulso primario anteponiéndolo a los sentimientos y a la razón, e intentar sobre estimularse por la pasión vacía, con la intención de escapar de una realidad que no se acepta o a la que no se ha adaptado o vapulearse para sentir que se está vivo.

Desde mi punto de vista tiene tres lados o facetas: La ajena, la propia y la triste.

El lobo enamorado de Caperucita Roja
1) La ajena es que con actos lujuriosos podemos hacer bastante daño a otros. Especialmente grave, me parece, es el que podemos ocasionar a menores al distorsionarles su propia adaptación. Esto se confirma con la sentencia que dice: “A cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños, mas le valiera amarrarse una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar”. De sobra es sabido que aún mediando consentimiento en el caso de los menores hay violación en el sentido legal. Y también son evidentes los agravios si actuamos mediante violencia o engaño (violación y estupro respectivamente). Por otro lado les damos tratamiento de objetos a las personas que utilizamos para satisfacción personal, a las cuales les negamos su dignidad humana.

Cabe aquí, dado lo severo del escándalo por todos conocido, llamar la atención al replanteamiento de la cuestión de la castidad en los sacerdotes de la iglesia católica, pues tan anti-natura parecen los excesos y tropelías sexuales como la castidad de un hombre joven y sano. Ya lo creo que mucho sufrimiento y distorsión se produce en esa olla de presión, y de allí las desastrosas consecuencias, pues siempre será muy difícil poder determinar quien es apto para este tipo de sacrificio. Bastante insostenible y grave ha sido también, encubrir y empañar los delitos.

2) La propia, es que lo más probable, al abandonarnos a actos lujuriosos, estemos actuando más por odio o venganza contra el mundo al que consideramos cruel e injusto. Es una muestra clara de falta de armonía espiritual, de desvalorización y quizás auto-odio proyectado hacia los demás.

Bien pueda ser que la obsesión sea producto de uno o varios eventos o maquinaciones que puedan estar refundidos en nuestro pasado y no podamos recordarlos de manera consciente ya por lejanos o ya porque los tenemos bloqueados, pero que marcaron nuestra existencia y nuestro desarrollo como individuos y que se manifiesta en una desadaptación. En tal sentido la psicoterapia es útil porque puede volver consciente lo que ha estado inconsciente y hacer una revisión más sosegada de la experiencia negativa y hacer una descarga emocional de la misma.

Sea como fuere, las experiencias con cargas negativas hacen que los impulsos primitivos y entramados en estulticia se sobrepongan a la capacidad de razonar y que actuemos con pérdida de la espontaneidad y moderación natural, siendo que la razón debía actuar como un director de orquesta, para sacar notas agradables de la partitura de nuestros sentimientos.

3) La parte triste es que la mayoría de las personas que sufren de estos tipos de distorsión, de una manera u otra, han sido víctimas de otros que probablemente también fueron víctimas y mientras no se hace un esfuerzo heroico por todos los afectados para romper la cadena de agravios, esta continuará.

De lo anterior pueden rescatarse dos conclusiones: 1) Resulta que es un tanto difícil juzgar a los demás y lo ideal sería que cada quién se haga su propia radiografía y sepa escapar de las tenazas de esta mala conducta. 2) Pero por muy difícil que sea por las consabidas auto-justificaciones, creo que es una obligación ineludible deshacerse de esta lacra en cuanto antes mejor y erradicarla de una vez por todas del sistema personal.

Según el enfoque religioso cristiano (católico, quienes precisamente fueron los que teorizaron la cuestión esta de los pecados capitales, en primera instancia, por el Papa San Gregorio Magno Circa 540-604 y mantenido por los Teólogos durante toda la oscuridad de la edad media, en que estuvieron sumamente en boga al ser popularizados por la pluma de Dante Alighieri en La Divina Comedia, aunque el hinduismo tan bien lo considera uno de los cinco males), este es un pecado capital porque es posible intuir la voluntad trascedente de Dios y lo que es propio de la naturaleza humana dentro de cierto cuadro, asimismo es posible aprender de los profetas e iluminados y de la experiencia ajena que nos enseñan que detrás de ciertas actitudes hay dolor y perversión, y el mencionado pecado mas los otros seis de marras son los más graves del repertorio (fuera claro está, del pecado que no se perdona). La práctica del sexo, enseñan (muchos que no lo practican, al menos en teoría), debe ser esencialmente para la reproducción y la perpetuación de la especie y no para humillar y dañar. Pero desde luego se puede disfrutar del mismo cuando no nos hemos decantado por la castidad como mejor opción, pero dentro de ciertos márgenes de responsabilidad y a los más jóvenes convendría no exponerse hasta que maduren. En la religión entendemos que hay una verdad revelada que nos enseña que la dignidad humana deviene de nuestra semejanza al Ser Superior y que nuestra principal obligación es para con el Ser Supremo. 

Cuando se ha incurrido en este pecado, dice la referida iglesia (hipocresías aparte) debe seguirse el proceso de arrepentimiento, contrición, espíritu de enmienda, confesión y penitencia, para salir del grave riesgo de que si morimos sin haber sido absueltos, vayamos sin tocar tablita al infierno, y casualmente, en todo esto, podemos apreciar más o menos, formas en común con el proceso de psicoterapia de la medicina occidental actual y la versión que está dando mejores resultados: La terapia de grupo (sexólicos anónimos).

Me parece que lo importante es aprender a reconocer que hay algo que está mal, y esa es la gran contribución de la religión que con su proclamado magisterio, da certeza, pues de lo contrario podríamos pasar las cosas “desapercibidas” o sin “mayores consecuencias” o dudar que hay algo dañino que nos está afectando y la forma en que se manifiesta, quizás afectando a otros.

En sí pues el objeto de estos apuntes es dejar en claro que hay algo que se puede hacer y se debe hacer para corregir un estado espiritual que NO es armonioso y que efectivamente, hay fuerzas espirituales malignas con características bien determinadas que se encargan de empujarnos y atizarnos, que es conveniente tener identificadas para poder vencerlas.

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Mango partidoEs la temporada del año y en el centro del jardín, las ramas del arbolito espléndido se tuercen y crujen por la carga de los racimos de mangos. Específicamente son los llamados comúnmente confite, dulces como la miel y de sabor sin igual, una verdadera maravilla al paladar. Pero en verdad lo que hay allí, son dos arbolitos gemelos. Dos semillas que nacieron juntas para compartir su destino. 

No sabíamos al principio que eran dos árboles distintos sino cuando dieron fruto. Unos eran más ovalados y de sabor con matices de anisado pero los otros  redonditos y amarillos, de sabor fantástico e incomparable. ¡Qué delicia y que abundancia! Ni con todos los de la casa ni pidiendo refuerzos, regalando y vendiendo podíamos evitar que muchos cayeran al suelo y germinaran por docenas, los cuales finalmente en la chapia* eran destrozados. 
Confieso que en mi tremenda ignorancia alguna vez creí que la motivación última de esos  frutos tan dulces, perfumados y nutritivos, era sustentar la vida de la semilla por mientras echaba raíces y se adaptaba a alimentarse de los minerales del suelo, de la misma manera que la madre da pecho a su retoño por mientras echa dientes. 
Papaya en forma de vulva
Pero no, la idea del árbol siempre fue una misma y mucho más sofisticada, la mezcla justa y adecuada de un egoísmo humilde que hace el bien, al provocar que los primates los busquen con vehemencia, disfruten de sus frutos y al desplazarse con ellos, desechen las semillas en lugares distantes y así poder diseminar la especie por parajes, que de otra manera, por si mismos, les hubiese sido imposible. Aquí no hay maldad por mucha que sea la exuberancia y la lujuria. Así como tampoco la hay en tomarle y acariciarle la mano a la mujer amada, después de tantos años juntos y aún cuando ya NO pueda haber reproducción en común, pues esto NO es más que una manía inocua y bendita. Ja ja ja, saludos!
fruta en forma de pene
*Chapia: Barbarismo de uso sumamente extendido en toda Honduras, del inglés chop, que se usa para significar cortar a golpes con el machete la hierba.

Veáse Luc 17:2, Mt 12:31-32

Enero 19 de 2012.

jueves, 15 de septiembre de 2011

DEFENDIENDO LA GRAN “H” O ¿POR QUÉ MI MARIDO NO CAMBIA ESE FOCO QUEMADO?

Hoy es 15 de septiembre. Hace 190 años los países de Centroamérica se emanciparon de la Colonia Española, por lo que hoy los hondureños celebramos la proclamación de la independencia. Muchas personas concurren a los vistosos y sonoros desfiles en las calles, mientras muchos otros permanecemos “panza arriba” en nuestros aposentos.

Recuerdo algunos chistes de haraganes, y también los 10 mandamientos del haragán, que contiene los preceptos por los cuales se rige la vida de todo Haragán (con una gran H mayúscula) que se precie de serlo. Por ejemplo, el número 10 que reza: “Si el trabajo es salud, que trabajen los enfermos”, o el 5: “El trabajo es sagrado. NO LO TOQUES.”

Reflexiono un rato sobre la haraganería y se me hace obvio que el ser humano en general es un ser haragán. Dormimos un promedio de ocho horas diarias y solo trabajamos ocho, cinco días a la semana. Hay algunos más haraganes que creen que trabajan escribiendo o pensando, con una ausencia completa de actividad física. Generalmente para realizar un poco de ejercicio físico tenemos que vencer una cruel inercia que nos reclama permanecer inmóviles.

Las ocho horas de trabajo raras veces se trabajan completas, y en las oficinas todos están esperando la hora del cafecito de media mañana, el de la tardecita, y la hora del almuerzo. Antes de la hora de salida la expectativa se dispara y todos están sentados en la orilla de la silla, como los corredores en la línea de salida esperando el silbato para salir disparados en tropel. Las mujeres se comienzan a maquillar desde una hora antes.

Realmente el ser humano es ocioso, especialmente cuando se le compara con otros animales como la hormiga o la abeja. Pero no somos los únicos en el reino animal. Los leones pasan la mayor parte del tiempo descansando y durmiendo, y lo mismo es cierto para la mayoría de los grandes depredadores.

Naturalmente, hay grupos humanos más haraganes que otros lo que, como la mayoría de los rasgos de comportamiento, tiene raíces tanto genéticas como culturales. Pero, ¿hay alguna razón biológica para la haraganería? ¿Por qué a veces, o casi siempre, es tan difícil comenzar el movimiento y nuestro cuerpo nos demanda reposo?

Imaginémonos a un grupo de nuestros ancestros hace dos millones de años. La comida era relativamente abundante, pero no sobreabundante como en nuestros tiempos (con evidentes excepciones). Como la cacería o la recolección de frutos demandaban mucha energía física, el ahorro de dicha energía era conveniente para la supervivencia.

Sobrevivían con mayor probabilidad en aquel ambiente todavía hostil, los individuos que aprovechaban al máximo sus recursos energéticos. De esa manera evolucionaron dos características en nuestra especie: Uno, el apetito voraz que obligaba a buscar el alimento, y al encontrarlo, comer la mayor cantidad posible obteniendo de esa manera el máximo de energía. Y dos, la choya o hueva* que obligaba a reposar para conservar esa energía**.

Nuestra historia como cazadores recolectores fue larguísima, y no sería hasta la invención de la agricultura y la ganadería hace unos 10 mil a 20 mil años que las tribus nómadas se asentarían a orillas de los grandes ríos. Las jornadas de trabajo exigían entonces una rutina que hizo necesaria la paulatina incorporación de elementos morales a la cultura con relación al trabajo y al ocio.

Dichas normas morales estaban encaminadas a estimular la producción, pero también a evitar el parasitismo de algunos individuos que se aprovechaban del trabajo de otros. Pero debido a nuestra historia evolutiva continuaríamos portando aquellos genes de la haraganería, del mayor beneficio con el menor esfuerzo, y con la revolución agrícola se exacerbarían ciertas conductas como el vandalismo y el robo, que han alcanzado su zenit en nuestros gobiernos corruptos y depredadores.

“El que no trabaja, tampoco coma,” les dijo el Apóstol Pablo a los miembros de la Iglesia Cristiana primitiva de los Tesalonicenses. Y aquellos genes que algún día nos ayudarían a utilizar nuestra energía de la mejor manera, de pronto se volvieron en contra nuestra, incluso condenándonos al fuego eterno.

Los siete pecados capitales constituyen una lista recopilada por Gregorio I, sexagésimo cuarto Papa católico, para diferenciar aquellas conductas que constituyen faltas veniales o menores, de aquellas graves que merecen el castigo eterno. O sea, que de incurrir en uno de estos pecados usted corre el riesgo de pasar metido, por toda la eternidad, en una caldera infernal a fuego lento –o tal vez en baño maría– mientras un demonio con risita diabólica lo agita con una gran cuchara para que no se pegue en el fondo.

Catalogar los vicios opuestos a las enseñanzas del cristianismo como “pecados capitales” tienen el fin fundamental de acercar al cristiano a la vida espiritual mediante la evitación de los excesos, pero yo le veo una finalidad mucho más práctica: reprimir aquellas conductas que, teniendo una base genética evolutiva, han ayudado a la supervivencia de los individuos y por ende a la especie; pero una vez sorteadas las etapas en las que fueron necesarias, se hace indispensable su represión para la supervivencia y desarrollo ulteriores.

No debe extrañar entonces que dos “vicios” históricamente encaminados a maximizar nuestra utilización de la energía corporal, sean catalogados por la Iglesia Católica como pecados capitales: la gula y la pereza.

Y es que las conductas relacionadas con aquellos vicios conducen a la sobrealimentación y al sedentarismo, dos epidemias de nuestros tiempos modernos vinculadas con la aparición de enfermedad cardiovascular y metabólica, como la hipertensión, el infarto y la diabetes. La desventaja biológica de los genes que las condicionan se hace evidente únicamente en el entorno actual, de abundancia alimentaria y con una mayor eficiencia del sistema productivo que ha disminuido la necesidad de duro trabajo físico. El motivo es que no existen cualidades o características perfectas, o incluso absolutamente buenas, excepto si las colocamos en un contexto ambiental y evolutivo.

Entonces, es posible que la “caldera de fuego” la encuentre usted aquí, en esta tierra, en una unidad de cuidados intensivos de alguna clínica privada mientras ve que los médicos le meten tubos en cada orificio natural y artificial de su cuerpo, y un cardiólogo hemodinamista le introduce un alambre por la pierna que le llegará al corazón mientras, al mismo tiempo, emite una risita diabólica.

La mayor sorpresa vendrá después, cuando le den una cuenta que continuará pagando por toda una eternidad… Bueno, al menos si usted puede pagar una clínica privada tendrá la oportunidad de recapacitar y cambiar sus hábitos. Pero si su única opción es un hospital público en Honduras le tocará más temprano que tarde la verdadera caldera de fuego eterno, por no haber cuidado su cuerpo.

Por eso si usted está planchando mientras su marido está aplastadote y comodote en una hamaca y no quiere arreglar aquella gotera en el techo ni cambiar ese bombillo quemado, no lo juzgue ni lo critique. Es que arrastra con los genes de sus antepasados, que en las condiciones modernas, en lugar de mejorar su supervivencia lo predisponen a la enfermedad y a exhibir una pletórica y redondeada panza. Por lo tanto, sea comprensiva y mejor disfrútelo mientras lo tiene.

Saludos.

*Regionalismos hondureños que significan “pereza.”

**Tal vez la excepción más notable sea la de los japoneses. Ellos dejan de comer antes de estar repletos y su amor por el trabajo es proverbial. Esto, aunado a sus ojos rasgados e inquisitivos, me hace pensar que los japoneses tienen algo de genes extraterrestres.