Por: José María Castillo Hidalgo.
De la nada, súbito frente a ti, sentado plácidamente, enrollado en un mullido sofá, hace una inspiración profunda, te mira fijamente y deja escapar una risa sardónica que retumba. Todo alrededor está sumido en una bruma amarillenta, en principio pútrida y pestilente, que aunque no quieras, absorbes por los resquicios del cerebro, pero después, se manifiesta como una exquisita feromona que abruma. El sexo es lo de menos, tal vez ni tiene, quizás es hermafrodita o quizás un hermafrodito renegado. La cola que se gasta es como de una sierpe gigantesca, sobradamente extraña porque en algunas de sus partes tiene cerdas gruesas y moradas terminadas en punta, pero la piel toda está manchada en gamas de verde y azul.
Con sus manos finas con alarde de uñas en estileto decoradas, hace rituales mientras las desplaza pausadamente en el aire acelerándolas a ratos, y después las agita frenéticamente hasta convulsionar todo su cuerpo dúctil en un paroxismo atroz, en una mezcla de gestos obscenos, insultos integrales y gesticulaciones inmundas que se derraman de su hocico, pero que con magia las transmuta en poesía del mal amor y otras piezas de retórica perturbadora. Bajo su mano de hierro cubierta de terciopelo, hay doblegadas y a su servicio cincuenta legiones y el día menos esperado se celebra en su nombre simultáneamente cuatrocientas orgías fastuosas, durante siete semanas con sus días y noches. Es Asmodeo, el Príncipe de la lujuria.
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“Aquí en la casa del jabonero, el que no cae, resbala”
Frase referida en un sitio de internet como pronunciada por un travesti en una terapia de grupo de sex-adictos anónimos.
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Por lujuria, lo primero que se nos ocurre, es la sexualidad descontrolada que incluye a los sexólicos, pedófilos, y demás “pervertidos” que sucumben al apetito desordenado de los placeres eróticos. Pero es más que eso. Es el deseo excesivo de satisfacer cualquier instinto o impulso primario anteponiéndolo a los sentimientos y a la razón, e intentar sobre estimularse por la pasión vacía, con la intención de escapar de una realidad que no se acepta o a la que no se ha adaptado o vapulearse para sentir que se está vivo.
Desde mi punto de vista tiene tres lados o facetas: La ajena, la propia y la triste.
1) La ajena es que con actos lujuriosos podemos hacer bastante daño a otros. Especialmente grave, me parece, es el que podemos ocasionar a menores al distorsionarles su propia adaptación. Esto se confirma con la sentencia que dice: “A cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños, mas le valiera amarrarse una piedra de molino al cuello y arrojarse al mar”. De sobra es sabido que aún mediando consentimiento en el caso de los menores hay violación en el sentido legal. Y también son evidentes los agravios si actuamos mediante violencia o engaño (violación y estupro respectivamente). Por otro lado les damos tratamiento de objetos a las personas que utilizamos para satisfacción personal, a las cuales les negamos su dignidad humana.
Cabe aquí, dado lo severo del escándalo por todos conocido, llamar la atención al replanteamiento de la cuestión de la castidad en los sacerdotes de la iglesia católica, pues tan anti-natura parecen los excesos y tropelías sexuales como la castidad de un hombre joven y sano. Ya lo creo que mucho sufrimiento y distorsión se produce en esa olla de presión, y de allí las desastrosas consecuencias, pues siempre será muy difícil poder determinar quien es apto para este tipo de sacrificio. Bastante insostenible y grave ha sido también, encubrir y empañar los delitos.
2) La propia, es que lo más probable, al abandonarnos a actos lujuriosos, estemos actuando más por odio o venganza contra el mundo al que consideramos cruel e injusto. Es una muestra clara de falta de armonía espiritual, de desvalorización y quizás auto-odio proyectado hacia los demás.
Bien pueda ser que la obsesión sea producto de uno o varios eventos o maquinaciones que puedan estar refundidos en nuestro pasado y no podamos recordarlos de manera consciente ya por lejanos o ya porque los tenemos bloqueados, pero que marcaron nuestra existencia y nuestro desarrollo como individuos y que se manifiesta en una desadaptación. En tal sentido la psicoterapia es útil porque puede volver consciente lo que ha estado inconsciente y hacer una revisión más sosegada de la experiencia negativa y hacer una descarga emocional de la misma.
Sea como fuere, las experiencias con cargas negativas hacen que los impulsos primitivos y entramados en estulticia se sobrepongan a la capacidad de razonar y que actuemos con pérdida de la espontaneidad y moderación natural, siendo que la razón debía actuar como un director de orquesta, para sacar notas agradables de la partitura de nuestros sentimientos.
3) La parte triste es que la mayoría de las personas que sufren de estos tipos de distorsión, de una manera u otra, han sido víctimas de otros que probablemente también fueron víctimas y mientras no se hace un esfuerzo heroico por todos los afectados para romper la cadena de agravios, esta continuará.
De lo anterior pueden rescatarse dos conclusiones: 1) Resulta que es un tanto difícil juzgar a los demás y lo ideal sería que cada quién se haga su propia radiografía y sepa escapar de las tenazas de esta mala conducta. 2) Pero por muy difícil que sea por las consabidas auto-justificaciones, creo que es una obligación ineludible deshacerse de esta lacra en cuanto antes mejor y erradicarla de una vez por todas del sistema personal.
Según el enfoque religioso cristiano (católico, quienes precisamente fueron los que teorizaron la cuestión esta de los pecados capitales, en primera instancia, por el Papa San Gregorio Magno Circa 540-604 y mantenido por los Teólogos durante toda la oscuridad de la edad media, en que estuvieron sumamente en boga al ser popularizados por la pluma de Dante Alighieri en La Divina Comedia, aunque el hinduismo tan bien lo considera uno de los cinco males), este es un pecado capital porque es posible intuir la voluntad trascedente de Dios y lo que es propio de la naturaleza humana dentro de cierto cuadro, asimismo es posible aprender de los profetas e iluminados y de la experiencia ajena que nos enseñan que detrás de ciertas actitudes hay dolor y perversión, y el mencionado pecado mas los otros seis de marras son los más graves del repertorio (fuera claro está, del pecado que no se perdona). La práctica del sexo, enseñan (muchos que no lo practican, al menos en teoría), debe ser esencialmente para la reproducción y la perpetuación de la especie y no para humillar y dañar. Pero desde luego se puede disfrutar del mismo cuando no nos hemos decantado por la castidad como mejor opción, pero dentro de ciertos márgenes de responsabilidad y a los más jóvenes convendría no exponerse hasta que maduren. En la religión entendemos que hay una verdad revelada que nos enseña que la dignidad humana deviene de nuestra semejanza al Ser Superior y que nuestra principal obligación es para con el Ser Supremo.
Cuando se ha incurrido en este pecado, dice la referida iglesia (hipocresías aparte) debe seguirse el proceso de arrepentimiento, contrición, espíritu de enmienda, confesión y penitencia, para salir del grave riesgo de que si morimos sin haber sido absueltos, vayamos sin tocar tablita al infierno, y casualmente, en todo esto, podemos apreciar más o menos, formas en común con el proceso de psicoterapia de la medicina occidental actual y la versión que está dando mejores resultados: La terapia de grupo (sexólicos anónimos).
Me parece que lo importante es aprender a reconocer que hay algo que está mal, y esa es la gran contribución de la religión que con su proclamado magisterio, da certeza, pues de lo contrario podríamos pasar las cosas “desapercibidas” o sin “mayores consecuencias” o dudar que hay algo dañino que nos está afectando y la forma en que se manifiesta, quizás afectando a otros.
En sí pues el objeto de estos apuntes es dejar en claro que hay algo que se puede hacer y se debe hacer para corregir un estado espiritual que NO es armonioso y que efectivamente, hay fuerzas espirituales malignas con características bien determinadas que se encargan de empujarnos y atizarnos, que es conveniente tener identificadas para poder vencerlas.
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Es la temporada del año y en el centro del jardín, las ramas del arbolito espléndido se tuercen y crujen por la carga de los racimos de mangos. Específicamente son los llamados comúnmente confite, dulces como la miel y de sabor sin igual, una verdadera maravilla al paladar. Pero en verdad lo que hay allí, son dos arbolitos gemelos. Dos semillas que nacieron juntas para compartir su destino.
No sabíamos al principio que eran dos árboles distintos sino cuando dieron fruto. Unos eran más ovalados y de sabor con matices de anisado pero los otros redonditos y amarillos, de sabor fantástico e incomparable. ¡Qué delicia y que abundancia! Ni con todos los de la casa ni pidiendo refuerzos, regalando y vendiendo podíamos evitar que muchos cayeran al suelo y germinaran por docenas, los cuales finalmente en la chapia* eran destrozados.
Confieso que en mi tremenda ignorancia alguna vez creí que la motivación última de esos frutos tan dulces, perfumados y nutritivos, era sustentar la vida de la semilla por mientras echaba raíces y se adaptaba a alimentarse de los minerales del suelo, de la misma manera que la madre da pecho a su retoño por mientras echa dientes.
Pero no, la idea del árbol siempre fue una misma y mucho más sofisticada, la mezcla justa y adecuada de un egoísmo humilde que hace el bien, al provocar que los primates los busquen con vehemencia, disfruten de sus frutos y al desplazarse con ellos, desechen las semillas en lugares distantes y así poder diseminar la especie por parajes, que de otra manera, por si mismos, les hubiese sido imposible. Aquí no hay maldad por mucha que sea la exuberancia y la lujuria. Así como tampoco la hay en tomarle y acariciarle la mano a la mujer amada, después de tantos años juntos y aún cuando ya NO pueda haber reproducción en común, pues esto NO es más que una manía inocua y bendita. Ja ja ja, saludos!
*Chapia: Barbarismo de uso sumamente extendido en toda Honduras, del inglés chop, que se usa para significar cortar a golpes con el machete la hierba.
Veáse Luc 17:2, Mt 12:31-32
Enero 19 de 2012.
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