Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Mi amigo Iván me envió hace unos días el link de una noticia de sobra interesante. Dice la página que cierta compañía vende, por pedidos, servicios sanitarios tapizados con diamantes, cada uno valorado en 130,000 dólares.
“¿Quién pagaría esa cantidad por un sanitario?” Me preguntó Iván unos días después. Luego me dijo que si él tuviera uno de esos, definitivamente vería el producto de su evacuación con ojos diferentes. Tal vez no tendría un olor pestilente y se volvería de exquisita fragancia. Probablemente su color sería más claro, es decir, mas rubio, ojos azules y caucásico como conquistador español o anglosajón imperialista. Tal vez entonces ¡hasta vestido de esmoquin saldría!
Yo tuve que intervenir en los desvaríos oníricos de mi amigo para regresarlo a la triste y cruda realidad. “No Iván”, le dije. “Siento decirte que por más que el inodoro sea de oro y diamantes el producto de la deposición continuará teniendo su pestilente olor característico, ese al que se refieren los laboratorios clínicos como sui generis, lo que sea que eso signifique, y que en ese tema nunca competirá con un frasco de Chanel No. 5. Por más que querrás, continuará siendo el mismo desgarbado hediondo de siempre.”
Entonces los dos estábamos, sin saberlo, aprendiendo una lección de vida: “No importa que el exterior esté enchapado en oro y diamantes si el interior continúa apestando.”
Lo que me lleva al tema del imperialismo y las técnicas tradicionales que los dominantes han utilizado sobre los dominados para avasallarlos manteniendo todo oculto. Y al respecto, es difícil que alguien en el mundo no haya oído hablar sobre los sucesos recientes sobre las llamadas leyes SOPA y PIPA (Stop On Line Piracy Act, y Protect IP Act, respectivamente), a menos que sea un redomado despistado. Pero si usted no lo recuerda se lo explico.
Hace unos días cientos de portales de la red, liderados por Wikipedia, protagonizaron la primera huelga de ese organismo que ha adquirido vida propia y que se llama Internet. Los portales hicieron un apagón en protesta por las mencionadas leyes que serían debatidas en el Congreso de los Estados Unidos el 24 de enero de 2012.
Pronto, la huelga surtió los efectos esperados. El internet demostró la capacidad de respuesta de la que es capaz un sistema nervioso en ciernes cuando se siente amenazado, y así, Lamar Smith, representante del distrito número 21 de Texas ante el Congreso de los Estados Unidos y propulsor de SOPA, se vio urgido a retirar la iniciativa.
SOPA y PIPA no son más que un capítulo más de una guerra de 20 años de las productoras de películas y disqueras de los Estados Unidos contra la copia de casetes, películas en DHS o discos digitales, y hoy en día, del compartir archivos en la red, elementos que han mermado significativamente las ganancias de esta industria de estrategias de distribución y ventas ya obsoletas.
Y es que al parecer, las millonarias compañías productoras de películas y disqueras pagan cuantiosas sumas a muchos de los candidatos al Congreso, Senado y la Presidencia de los Estados Unidos para comprometerlos a luchar por sus intereses particulares –aunque estos sean contrarios a los interese de los ciudadanos, como sucede en todos los supuestos gobiernos democráticos del mundo– constituyéndose en uno de los grupos de lobbying más importantes de aquel país del norte.
Según muchos analistas las leyes SOPA y PIPA son solo dos de los frentes de batalla, por lo que en lo consecutivo es de esperar propuestas de legislaciones más sutiles –al igual que acciones similares al cierre del popular portal Megaupload por parte del FBI–, pero que igualmente podrían tener consecuencias desastrosas para la red.
Sin embargo para conocer las verdaderas motivaciones de las propuestas de ley como SOPA y PIPA debemos cavar más profundo. ¿Qué hace que un congresista de los Estados Unidos proponga –al parecer desesperadamente– un conjunto de leyes impopulares? ¿Será realmente el efecto de los dólares recibidos por las compañías de Hollywood? ¿O hay algo más?
Para intentar dilucidar las verdaderas intenciones en este asunto es preciso saber que las mencionadas leyes le darían total control al sistema judicial y al gobierno de los Estados Unidos sobre el internet. Le permitiría al gobierno bloquear en cualquier momento un sitio que anide una página que sea acusada de violar los derechos de autor, no importa de qué parte del mundo sea el titular de dicha página. Los portales entonces se verían obligados a invertir millones de dólares en los juicios destinados a probar su inocencia, o en otras palabras, todo portal sería culpable de violación de derechos de autor hasta que no se demuestrara lo contrario y…¡Caput! Fin de portales como Wikipedia y YouTube. Fin del internet como una herramienta de libre colaboración.
Y por si acaso falla la ley SOPA hay un as bajo la manga: la PCIP (Protecting Children From Internet Pornographers Act), ley que permitiría al Gobierno de los Estados Unidos escudriñar la información de los clientes de sitios de internet de los que se sospeche alguna actividad relacionada con la pedofilia o pornografía infantil. Como difícilmente el bienestar infantil se pondrá en discusión o será objeto de protestas masivas (contrario a lo que ocurrió con SOPA), esta constituye una buena estrategia para el control de la red.
Aunque es difícil dudar de la integridad moral de un Congresista republicano con una carrera intachable como Lamar Smith, también es difícil evitar pensar que detrás de estas leyes se encuentra un elemento maquiavélico destinado a resguardar la llamada “Seguridad Nacional”. La red ha demostrado ser, en los últimos años, una herramienta que proporciona a los pueblos un poder sin precedente en la historia de la humanidad. La rápida comunicación por medio de las redes sociales como Twiter y Facebook han contribuido al derrocamiento de gobiernos dictadores en medio oriente. La diseminación de información confidencial por parte del portal Wikileaks revelando actos de corrupción gubernamental cambió los resultados de las elecciones presidenciales de 2007 en Kenia, y la liberación de documentos confidenciales de las diferentes embajadas de los Estados Unidos determinó una persecución sin cuartel a su director, Julian Assange, disfrazada de acusación de violación, pues resulta que la transparencia vulnera la política norteamericana de Seguridad Nacional.
Al gobierno de los Estados Unidos ya no le resulta sencillo desacreditar a cientos de analistas anónimos –que realizan sesudas cavilaciones, que escudriñan la información y llegan a brillantes conclusiones lógicas– catalogándolos de conspiradores. Las conclusiones de estos supuestos conspiradores se diseminan rápidamente por la red mostrándole al público elementos nuevos.
Al respecto, un tema que ha tenido bastante auge en los últimos años es la posible participación del gobierno del país del norte en los actos terroristas de aquel fatídico Septiembre once, cuando varios aviones comerciales de pasajeros supuestamente piloteados por terroristas islámicos se estrellaron contra los edificios del World Trade Center y el Pentágono. La evidencia circunstancial que sustenta esas acusaciones es abrumadora y circula libremente por la red, a disposición de cualquier ciudadano del mundo.
Por eso, se hace indispensable el control de la red por parte del gobierno. Porque aunque las razones parezcan sanas y puras casi siempre existe alguna oscura motivación subyacente relacionada con la “Seguridad Nacional” (o algún otro caballo de batalla) que corre el riesgo de ser descubierta gracias a la red. Por eso, aunque el exterior del inodoro sea de oro y de diamantes, por dentro siempre apesta, aunque lo que se haya comido haya sido una simple SOPA…
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