Por: José María Castillo Hidalgo
Las demás personas que estaban en el recinto salieron por distintos motivos que no vienen a cuento. El discípulo dejó de contar monedas y tuvo entonces fuerzas insospechadas para confrontar y ver directamente a los ojos de su Maestro, a quien amaba y a veces también odiaba. Pero para él todo estaba claro ahora. Si alguna metáfora cabía, era aquella que dice que los granos ya están dorados y listos para la molienda.
El recibimiento apoteósico y la proclama hecha por la multitud a su Maestro como hijo de David, es decir, heredero legítimo al trono, era la señal esperada y él quería desde hace mucho tiempo introducir entre las prédicas de sus compañeros, su propia lucha y sus aspiraciones. Este tema ya había sido tratado en conversaciones anteriores, pero nunca como ahora consideraba él que era esta la hora propicia de la sublevación y si no era esta, ya no habría otra, así que había que hacer un último esfuerzo para que esto entrara al programa de inmediato.
Al pueblo le urge que se le quite de encima la opresión del usurpador extranjero, que se le devuelva la dignidad que da el pan y la religión y que tenga oportunidad de ser feliz. Aquí en mi cinto y mas allá sobre los estantes, están las espadas con doble filo, y lo que es más importante, sobran las fibras que las han de blandir y que no saben temblar, para destriparles las cabezas a tanto pagano extranjero que nos desgobierna, nos explota y nos humilla. La gloria de Salomón está a la vuelta de la esquina, las aspiraciones del pueblo son para vivirlas hoy, para que nuestros hijos y nietos sean mejores y que cada amanecer sea más brillante que el anterior.
Así que de una buena vez habló: “Querido Maestro, tengo todo arreglado, unámonos a la lucha armada, y tu se el Rey, por favor.” El Maestro no anduvo con ambages y con una firmeza de montaña, la cual su discípulo sintió como una estocada en los intestinos con extracción de tirabuzón le contestó: “Ya te dije que no y ya te expliqué por qué.”
El discípulo sintió encabritarse los vellos de sus brazos y la nuca. Percibió que le bullía la sangre y las orejas le silbaron. Entonces cualquier palabra que pudiera haber salido de su garganta, se convirtió en una vorágine que se hundió en el mar de su cuerpo y se hizo silente como una tumba. Se dio la vuelta y se encaminó a la puerta. Cuando tomó la aldaba escuchó la voz de su Maestro y el alma le regresó al cuerpo solo para abandonarle de nuevo al interpretar su mente las palabras que le decía: “Lo que vas a hacer, no le des tanta vuelta.”
Afuera estaban los hombres divididos en grupos, casi todos con espadas pero ninguno pensando en la lucha ni en pie de guerra, sino que se la pasaban siguiendo al Maestro y a unas cuantas mujerucas en sus pregones pacíficos e ilusionismos folclóricos, detrás de unos mensajes llenos de imágenes, que a veces compartían el dolor del pueblo y a veces lo dejaban huérfano. Cuando vio a los compañeros sintió que se le desbordaban por las circunvoluciones del cerebro las palabras dichas por su Maestro: “No le des tanta vuelta,” entonces ya no caviló sino que dijo en voz baja “ja...cual vueltas si voy derechito a erigir un mártir para la lucha de mi pueblo.”
Adentro el Maestro vislumbraba en el horizonte imágenes del futuro y sintió como se reventaban las plaquetas y los vasos en su sistema y cuando se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, pudo advertir que estaba transpirando sangre. Al día siguiente, le tocó al Astro Rey retostar por última vez al Rey Maestro a quien a su vez le tocó desfilar empapado en mas sudor y más sangre, y con un leño a cuestas, y a los efluvios dorados siguiendo instrucciones precisas, además de su oficio regular de todos los días, les tocó hacer saltar de aquella piel gravemente torturada un vapor que repeliera a los serafines, a los espíritus de sus ancestros por línea materna y a las demás fuerzas protectoras del universo y también a infinidad de entidades paralelas que intentaban permear para socorrerle desde todos los confines del multiverso.
Las mujeres al paso de aquel cuadro prorrumpían en llanto, pero él les decía: “No lloréis por mi, esto no es nada, llorad por lo que le espera a vuestros hijos... ¡Vaya la élite de Sacerdotes y del Sanedrín, si esto hacen con el árbol que da fruto, que esperanza le queda al pueblo!”
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La revuelta judía en serio contra los invasores Romanos tardó algunos treinta años más en estallar y en todo caso, el patriota aquel que fue apóstol, para bien o mal, se libró de verla y vivirla. Fue si no en el año 66 de la era común, primero en el Norte de la provincia, precisamente en la región llamada Galilea, donde la insurrección liderada por guerrilleros zelotas y sicarios (término que les aplicaron los romanos a los defensores judíos por analogía con los malandrines de su ruedo, la palabra viene de “sica,” pequeño puñal que se ocultaba en los pliegues del manto y se sacaba rápidamente para cumplir encargos... grupo por demás radical y recalcitrante, dedicado al asalto, el secuestro y la eliminación selectiva, del cual dicho sea de paso, Barrabás había sido conspicuo miembro y posiblemente también el propio discípulo tesorero: Iscarii-ote=el sicario, y aún otros de ellos) que incitados por fanatismos religiosos y políticos (vaya combinación explosiva) atacaron y destruyeron la guarnición romana compuesta mayormente por mercenarios griegos y sirios, y al llegar los refuerzos, se replegaron a Jerusalén.
Aquí los Comandantes históricos Eleazar ben Ananías, Juan de Giscala, Simón ben Giora, Eleazar ben Yair (Juan bar Aona?) se atrincheraron en lugares estratégicos de Jerusalén, en la ciudadela de la fortaleza Antonia, en el mismo Templo y otras grandes edificaciones, para enfrentarse a los enviados del Emperador Vespasiano, su hijo el General Tito, Cestio Galo, Lucilio Baso, Lucio Flavio Silva. Los romanos tenían 70,000 hombres en armas, los judíos unos 300,000.
Los señores de la guerra del Imperio, duchos en el arte de vencer y dominar, intentaron durante el asedio una rendición que les reportara una mínima de bajas, usando la guerra psicológica. Hicieron despliegue de sus armas sofisticadas y de última generación, flamantes catapultas y ballestas, y sus soldados mostraron sus corazas relucientes y su férrea disciplina, haciendo todo tipo de ejercicios militares con sus caballos y mastines, levantando nubes de polvo y produciendo una mezcla multicolor con la fanfarria que da el poder.
También pusieron al sabio e ínclito historiador judío Flavio Josefo, a que desde afuera de la muralla increpara a sus paisanos: “¡Nuestro pueblo NO ha recibido nunca el don de las armas, y para hacer la guerra acarreará forzosamente ser vencido en ella!” “¡Creéis que Dios permanece aún entre los suyos convertidos en perversos!” Y otras expresiones de este talle. Pero lastimosamente ni esto ni aquello disuadió al valiente corazón del guerrillero judío, quienes tampoco permitieron a la población negociar la rendición por vía de cometerle atrocidades (como siempre al pueblo le toca hacer de jamón y queso en el sandwich) y ni modo, los romanos tampoco podían regresarse a Italia con las manos vacías y a embates de arietes y rocas rompieron la muralla de la ciudad.
Aún hoy en día, puede verse sobre la Vía Sacra de la Ciudad Eterna allende el Mediterráneo, el Arco de Tito, mostrando en bajorrelieve a soldados romanos en procesión triunfal alzando como botín de guerra la menorá (candelabro de siete brazos) y otros tesoros del Templo, y hay crónicas que relatan que se sacó de allí tanto oro que su precio bajó a la mitad en esos días.
El último reducto de la resistencia estuvo en la Fortaleza de Masada, situada sobre una colina con vista al Mar Muerto, donde casi mil personas, tomando fuerza e inspiración de la vistada, prefirieron suicidarse en masa en el año 73, antes que entregarse a los idolatras.
CONSECUENCIAS: Toda la provincia fue arrasada, Jerusalén quedó en escombros y del imponente templo solo quedó un muro adrede al que todavía llegan a lamentarse los fieles judíos. Más de un millón de personas puede decirse que afortunadamente murieron, en comparación a la funesta suerte de gran parte de los sobrevivientes que les tocó vivir como esclavos. Esa fue precisamente la razón de la diáspora y la extinción del antiguo Estado judío. Inclusive se especula que esta terrible tragedia ocasionó el estigma y trauma colectivo que ulteriormente impidió a los askenazíes y sefarditas organizar una resistencia guerrillera efectiva contra los aberrados nazis.
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El Presidente tropical, normalmente audaz, pendenciero y lenguaraz, se miraba ahora pálido, desconcertado, y guardaba silencio. Un sudor gélido se escurrió por su rostro y acabó en sus bigotes en forma de escarcha, mientras escuchaba las explicaciones que no quería escuchar. El creía que podía ser conveniente posponer la movida y así lo había expresado, y pensaba: ¡Pero si yo mismo he sido de la oligarquía y la oligarquía no es tan mala!... ¡Y si en verdad tengo apoyo popular del auténtico soberano NO necesitamos insistir en actuar a matacaballo! Pero el bajito de anteojos le decía: “Ya NO nos podemos echar pa tras, es mejor enfrentar las obsoletas y retrógradas leyes de este país y a las autoridades y monigotes pusilánimes y pichiruches de la oligarquía corrupta, corruptible y corruptora y demás poderes fácticos, en el peor de los casos, que enfrentar o contrariar a las fuerzas que nos han apoyado hasta ahora, porque entonces sí que no quedará títere con cabeza y ni vos ni yo vamos a hallar un escondrijo suficientemente bueno donde reposar el morro. Recordá que para los nuestros el poder es su religión y sus métodos casi cualquiera y no entienden de razones, menos de estupideces y reculadas. Ya lo dijo el Che: Si avanzo seguidme, si me detengo, empujadme y si retrocedo pegadme un tiro.”
Entonces el chaparrito de cachetes escabrosos apagó el aire acondicionado, miró a la mujer sonriente sentada de piernas cruzadas en el sofá y luego quedó viendo al Presidente para apreciar alguna reacción en su cuerpo. Afuera la concurrencia esperaba impaciente. El Presidente se quitó el sombrero, respiró hondo y con ambas manos se aplastó el cabello hacia la nuca. Con voz suave y melodiosa dijo: “Démosle viaje puesss...”
RECUENTO:
2,000 millones de dólares en perdidas.
+100 muertos.
+Miles de heridos.
=Una nación dividida.
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...Pero el nuevo amanecer es nuestro!
Roatán, Julio 26, 2011.
JOSÉ MARÍA CASTILLO HIDALGO