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martes, 26 de julio de 2011

LA TRAICIÓN, LA ENCRUCIJADA Y EL PUNTO DE NO RETORNO

Por: José María Castillo Hidalgo

Las demás personas que estaban en el recinto salieron por distintos motivos que no vienen a cuento. El discípulo dejó de contar monedas y tuvo entonces fuerzas insospechadas para confrontar y ver directamente a los ojos de su Maestro, a quien amaba y a veces también odiaba. Pero para él todo estaba claro ahora. Si alguna metáfora cabía, era aquella que dice que los granos ya están dorados y listos para la molienda.

El recibimiento apoteósico y la proclama hecha por la multitud a su Maestro como hijo de David, es decir, heredero legítimo al trono, era la señal esperada y él quería desde hace mucho tiempo introducir entre las prédicas de sus compañeros, su propia lucha y sus aspiraciones. Este tema ya había sido tratado en conversaciones anteriores, pero nunca como ahora consideraba él que era esta la hora propicia de la sublevación y si no era esta, ya no habría otra, así que había que hacer un último esfuerzo para que esto entrara al programa de inmediato.

Al pueblo le urge que se le quite de encima la opresión del usurpador extranjero, que se le devuelva la dignidad que da el pan y la religión y que tenga oportunidad de ser feliz. Aquí en mi cinto y mas allá sobre los estantes, están las espadas con doble filo, y lo que es más importante, sobran las fibras que las han de blandir y que no saben temblar, para destriparles las cabezas a tanto pagano extranjero que nos desgobierna, nos explota y nos humilla. La gloria de Salomón está a la vuelta de la esquina, las aspiraciones del pueblo son para vivirlas hoy, para que nuestros hijos y nietos sean mejores y que cada amanecer sea más brillante que el anterior.

Así que de una buena vez habló: “Querido Maestro, tengo todo arreglado, unámonos a la lucha armada, y tu se el Rey, por favor.” El Maestro no anduvo con ambages y con una firmeza de montaña, la cual su discípulo sintió como una estocada en los intestinos con extracción de tirabuzón le contestó: “Ya te dije que no y ya te expliqué por qué.”

El discípulo sintió encabritarse los vellos de sus brazos y la nuca. Percibió que le bullía la sangre y las orejas le silbaron. Entonces cualquier palabra que pudiera haber salido de su garganta, se convirtió en una vorágine que se hundió en el mar de su cuerpo y se hizo silente como una tumba. Se dio la vuelta y se encaminó a la puerta. Cuando tomó la aldaba escuchó la voz de su Maestro y el alma le regresó al cuerpo solo para abandonarle de nuevo al interpretar su mente las palabras que le decía: “Lo que vas a hacer, no le des tanta vuelta.”

Afuera estaban los hombres divididos en grupos, casi todos con espadas pero ninguno pensando en la lucha ni en pie de guerra, sino que se la pasaban siguiendo al Maestro y a unas cuantas mujerucas en sus pregones pacíficos e ilusionismos folclóricos, detrás de unos mensajes llenos de imágenes, que a veces compartían el dolor del pueblo y a veces lo dejaban huérfano. Cuando vio a los compañeros sintió que se le desbordaban por las circunvoluciones del cerebro las palabras dichas por su Maestro: “No le des tanta vuelta,” entonces ya no caviló sino que  dijo en voz baja “ja...cual vueltas si voy derechito a erigir un mártir para la lucha de mi pueblo.”

Adentro el Maestro vislumbraba en el horizonte imágenes del futuro y sintió como se reventaban las plaquetas y los vasos en su sistema y cuando se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano, pudo advertir que estaba transpirando sangre. Al día siguiente, le tocó al Astro Rey retostar por última vez al Rey Maestro a quien a su vez le tocó desfilar empapado en mas sudor y más sangre, y con un leño a cuestas, y a los efluvios dorados siguiendo instrucciones precisas, además de su oficio regular de todos los días, les tocó hacer saltar de aquella piel gravemente torturada un vapor que repeliera a los serafines, a los espíritus de sus ancestros por línea materna y a las demás fuerzas protectoras del universo y también a infinidad de entidades paralelas que intentaban permear para socorrerle desde todos los confines del multiverso.

Las mujeres al paso de aquel cuadro prorrumpían en llanto, pero él les decía: “No lloréis por mi, esto no es nada, llorad por lo que le espera a vuestros hijos... ¡Vaya la élite de Sacerdotes y del Sanedrín, si esto hacen con el árbol que da fruto, que esperanza le queda al pueblo!”

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La revuelta judía en serio contra los invasores Romanos tardó algunos treinta años más en estallar y en todo caso, el patriota aquel que fue apóstol, para bien o mal, se libró de verla y vivirla. Fue si no en el año 66 de la era común,  primero en el Norte de la provincia, precisamente en la región llamada Galilea, donde la insurrección liderada por guerrilleros zelotas y sicarios (término que  les aplicaron los romanos a los defensores judíos por analogía con los malandrines de su ruedo, la palabra viene de “sica,” pequeño puñal que se ocultaba en los pliegues del manto y se sacaba rápidamente para cumplir encargos... grupo por demás radical y recalcitrante, dedicado al  asalto, el secuestro y la eliminación selectiva, del cual dicho sea de paso, Barrabás había sido conspicuo miembro y posiblemente también el propio discípulo tesorero: Iscarii-ote=el sicario, y aún otros de ellos) que incitados por fanatismos religiosos y políticos (vaya combinación  explosiva) atacaron y destruyeron la guarnición romana compuesta mayormente por mercenarios griegos y sirios, y al llegar los refuerzos, se replegaron a Jerusalén.

Aquí los Comandantes históricos Eleazar ben Ananías, Juan de Giscala, Simón ben Giora, Eleazar ben Yair (Juan bar Aona?) se atrincheraron en lugares estratégicos de Jerusalén, en la ciudadela de la fortaleza Antonia, en el mismo Templo y otras grandes edificaciones, para enfrentarse a los enviados del Emperador Vespasiano, su hijo el General Tito, Cestio Galo, Lucilio Baso, Lucio Flavio Silva. Los romanos tenían 70,000 hombres en armas, los judíos unos 300,000.

Los señores de la guerra del Imperio, duchos en el arte de vencer y dominar, intentaron durante el asedio una rendición que les reportara una mínima de bajas, usando la guerra psicológica. Hicieron despliegue de sus armas sofisticadas y de última generación, flamantes catapultas y ballestas, y sus soldados mostraron sus corazas relucientes y su férrea disciplina, haciendo todo tipo de ejercicios militares con sus caballos y mastines, levantando nubes de polvo y produciendo una mezcla multicolor con la fanfarria que da el poder.

También pusieron al sabio e ínclito historiador judío Flavio Josefo, a que desde afuera de la muralla increpara a sus paisanos: “¡Nuestro pueblo NO ha recibido nunca el don de las armas, y para hacer la guerra acarreará forzosamente ser vencido en ella!” “¡Creéis que Dios permanece aún entre los suyos convertidos en perversos!”  Y otras expresiones de este talle. Pero lastimosamente ni esto ni aquello disuadió al valiente corazón del guerrillero judío, quienes tampoco permitieron a la población negociar la rendición por vía de cometerle atrocidades (como siempre al pueblo le toca hacer de jamón y queso en el sandwich) y ni modo, los romanos tampoco podían regresarse a Italia con las manos vacías y a embates de arietes y rocas rompieron la muralla de la ciudad.

Aún hoy en día, puede verse sobre la Vía Sacra de la Ciudad Eterna allende el Mediterráneo, el Arco de Tito, mostrando en  bajorrelieve a soldados romanos en procesión triunfal alzando como botín de guerra la menorá (candelabro de siete brazos) y otros tesoros del Templo, y hay crónicas que relatan que se sacó de allí tanto oro que su precio bajó a la mitad en esos días.

El último reducto de la resistencia estuvo en la Fortaleza de Masada, situada sobre una colina con vista al Mar Muerto, donde casi mil personas, tomando fuerza e inspiración de la vistada, prefirieron suicidarse en masa en el año 73, antes que entregarse a los idolatras.

CONSECUENCIAS: Toda la provincia fue arrasada, Jerusalén quedó en escombros y del imponente templo solo quedó un muro adrede al que todavía llegan a lamentarse los fieles judíos. Más de un millón de personas puede decirse que afortunadamente murieron, en comparación a la funesta suerte de gran parte de los sobrevivientes que les tocó vivir como esclavos. Esa fue precisamente la razón de la diáspora y la extinción del antiguo Estado judío. Inclusive se especula que esta terrible tragedia ocasionó el estigma y trauma  colectivo que ulteriormente impidió a los askenazíes y sefarditas organizar una resistencia guerrillera efectiva contra los aberrados nazis.


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El Presidente tropical, normalmente audaz, pendenciero y lenguaraz, se miraba ahora pálido, desconcertado, y guardaba silencio. Un sudor gélido se escurrió por su rostro y acabó en sus bigotes en forma de escarcha, mientras escuchaba las explicaciones que no quería escuchar. El creía que podía ser conveniente posponer la movida y así lo había expresado, y pensaba: ¡Pero si yo mismo he sido de la oligarquía y la oligarquía no es tan mala!... ¡Y si en verdad tengo apoyo popular del auténtico soberano NO necesitamos insistir en actuar a matacaballo!  Pero el bajito de anteojos le decía: “Ya NO nos podemos echar pa tras, es mejor enfrentar las obsoletas y retrógradas leyes de este país y a las autoridades y monigotes pusilánimes y pichiruches de la oligarquía corrupta, corruptible y corruptora y demás poderes fácticos, en el peor de los casos, que enfrentar o contrariar a las fuerzas que nos han apoyado hasta ahora, porque entonces sí que no quedará títere con cabeza y ni vos ni yo vamos a hallar un escondrijo suficientemente bueno donde reposar el morro. Recordá que para los nuestros el poder es su religión y sus métodos casi cualquiera y no entienden de razones, menos de estupideces y reculadas. Ya lo dijo el Che: Si avanzo seguidme, si me detengo, empujadme y si retrocedo pegadme un tiro.”

Entonces el chaparrito de cachetes escabrosos apagó el aire acondicionado, miró a la mujer sonriente sentada de piernas cruzadas en el sofá y luego quedó viendo al Presidente para apreciar alguna reacción en su cuerpo. Afuera la concurrencia esperaba impaciente. El Presidente se quitó el sombrero, respiró hondo y  con ambas  manos se aplastó el cabello hacia la nuca. Con voz suave y melodiosa dijo: “Démosle viaje puesss...”

RECUENTO:
2,000 millones de dólares en perdidas.
+100 muertos.
+Miles de heridos.
=Una nación dividida.

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...Pero el nuevo amanecer es nuestro!


Roatán, Julio 26, 2011.


JOSÉ MARÍA CASTILLO HIDALGO

sábado, 4 de junio de 2011

El Elegido

Edwin Francisco Herrera Paz
Los rayos del ardiente sol se estrellaban contra su cara, algo arrugada, corrugada y curtida por el paso de los años y a fuerza de librar largas batallas con el luminoso astro. Subía la montaña, cabizbajo. No podía disimular el gesto de tristeza que se le dibujaba en el entrecejo, lo que despertó sospechas en el niño que lo acompañaba. A pesar del padecimiento interior en aquellos momentos, jamás se preguntó por el verdadero propósito de aquel viaje que marcaría el futuro de la humanidad. Sin duda Dios había hecho una buena elección.

Eran aquellos días bárbaros y violentos, tal y como los de ahora, pero atrás había quedado la angustia en la espera de ver cumplida la promesa. Lejos y atrás quedaron los días en la casa paterna de su tierra natal. Lejos y remotos parecían los momentos cuando el Señor, con voz audible y de manera personal le comunicaría una vez más su misión, escondida dentro de una promesa.

“Abram, ¿puedes contar?” El Señor Dios, que es omnisciente hacía preguntas para entrar en confianza con el interpelado.

“Si Señor”, respondió. “Soy pastor de ovejas. Los pastores contamos ovejas”.

“Entonces cuenta las estrellas del cielo.”

“Son muchas mi Señor. Demasiadas para contarlas”.

“Pues así será tu descendencia”, le aseguró el Señor.

Motivos para dudar había. Al momento de esta promesa Abram ya era un anciano, y su esposa estéril. Pero el Señor había hecho un buen trabajo. Había escogido bien entre la descendencia de Noé al más obediente, a uno digno de iniciar la tarea de redención de aquella humanidad perdida y caída. Sin duda había escogido bien. Contra toda posibilidad, Abram creyó.

La obediencia de ese hombre lo había hecho abandonar la comodidad de su hogar en la tierra de Ur de los Caldeos, donde transcurrían sus días dedicados a apacentar ovejas. Aquella tarde, mientras contemplaba el flujo tranquilo del Éufrates del mismo modo que de cuando en vez hacía, la potente y a la vez suave voz de Dios le había ordenado: “Abandona tu tierra y tu familia, que yo te daré una tierra nueva. De ti crearé una nación grande. Tu nombre engrandeceré y por ti serán benditas todas las familias de la tierra”.

El obediente Abram siguió las instrucciones partiendo, primero hacia Harán con toda su familia, y luego hacia Canaán, aun sin entender del todo la promesa. ¿Cómo podría un hombre sencillo ser el instrumento de bendición de todas las familias de la tierra? Sin duda los planes del Señor son inextricables. “Los planes del Señor son confusos, inentendibles”, pensaría Abram aquel caluroso día. “Pero a mí nada más me corresponde obedecer”. Entonces Abram fue hallado digno a los ojos del Señor, quien algún tiempo después le cambiaría el nombre por el de Abraham*.

Mientras subía la montaña todo cobraba sentido. Cada promesa del Señor se personificaba ahora en la humanidad de su hijo Isaac. Pero si la serie de eventos que le acontecieron hasta entonces cuadraban a la perfección con el cumplimiento de la promesa del Señor, esta nueva orden era en verdad desconcertante. Si el mismo Abraham acababa con la vida de su propio hijo, ¿Cómo surgiría a partir de él una gran nación?

Las ideas se apretujaban en la cabeza de Abraham. Sus pensamientos iban y venían como olas en un confuso sin sentido, mas su obediencia a Dios se mantenía incólume, incondicional. Todo estaba planeado. Encendería la hoguera, amarraría a su hijo, y con todo el dolor que un padre amoroso puede sentir hacia su unigénito, consumaría la acción del holocausto.

No pudo decir la verdad al niño. ¿Cómo decirle a aquel pequeño que su Dios protector le exigía acabar con la vida de su hijo? ¿De qué serviría? De cualquier manera todo pasaría pronto y cualquier intercambio verbal sería redundante. “Lo que Dios da, Dios quita”, articularía para sí mismo en una voz apenas audible.

“Papá, ¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Preguntó Isaac.

“Dios proveerá hijo”, dijo tranquila y escuetamente Abram. Sin embargo en su interior el corazón se rompía en pedazos.

Una vez llegados al lugar designado Abraham procedió con paso cadencioso pero firme a preparar la hoguera para el holocausto, pero en el mismo instante de alzar el cuchillo, el Ángel de Dios lo redimió de aquél fatídico y cruel encargo enviando un cordero en substitución de su hijo.

De nuevo todo cuadraba a la perfección. Una pieza importante del rompecabezas había sido colocada. La obediencia de Abraham al ser llamado a sacrificar a su único hijo, lo hacía digno de ser el padre de multitudes que su nombre indicaba. Dios le concedería en recompensa ser el padre de aquella gran nación prometida. Pero más importante aún: Su obediencia dignificaba a la humanidad para que el mismísimo Dios pudiese enviar, a cambio, a su Unigénito a redimirla de la desobediencia original, y de esa manera, cada familia de la tierra pudiese creer y ser bendita.

El Señor Dios cuidó el desarrollo de su plan confiándolo a un grupo de hombres, una suerte de avatares tal vez guardianes encarnados en la figura del Profeta o el Nazir, que celosamente velarían generación tras generación que los eventos condujesen hacia aquella última y más importante pieza. Para cuando estuviese colocada, el cuadro estaría consumado.

Esta última pieza del rompecabeza se colocaría unos 2000 años después. La última claúsula del pacto de Dios fue cumplida en una cruz de madera donde el Unigénito del Señor fue sacrificado. Misteriosamente, para los miembros de la gran nación de Israel compuesta por los innumerables descendientes de Abraham, el cuadro continua incompleto, o más bien oculto.
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* Abram = Padre exaltado; Abraham = Padre de multitudes.

Ref. Génesis capítulos 11 al 22.

Continúa con: El Precursor

martes, 1 de marzo de 2011

La Verdad


Por: José María Castillo Hidalgo. 
"Mi misión es decir la verdad, precisamente para eso he nacido y para eso he venido al mundo." El reo se dignaba a hablar. No había probado bocado ni bebido hacía muchas horas. Lo tenían atado de pies y manos y los vejámenes seguían con el dizque proceso en que se pedía para él, una muerte infame, cruel e injusta. Pero hablaba fuerte y claro, con una mirada limpia y sin luces de miedo.
  ¿Y qué es la verdad? Retostó con una pregunta de la que no esperaba respuesta el marido de Prócula, quien fungía como Procurador en aquel distante rincón del Imperio Romano durante la regencia de Tiberio, pues inmediatamente giró sobre sus sandalias para salir de nuevo del recinto mientras su rostro dibujaba una sonrisa angustiada, recordando a los Maestros sofistas del liceo de sus años mozos y pensando en la extraña conducta del santón pueblerino y lunático que no se dejaba ayudar, y en aquella turba sucia, revoltosa, fanática y supersticiosa que le esperaba afuera y que le estaba amargando la luz del día.
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Bueno, de todas maneras, cabe pensar que él no tuvo oportunidad alguna de oír la verdad de quien la conocía mejor que nadie, pues era improbable que el Procesado se la enseñara a quien mantenía una actitud soberbia...
En términos puros y sencillos, la verdad es la adecuación de lo que se dice, con el pensamiento y con la realidad. Pero este tema de la teoría del conocimiento en particular se presta a matices y variantes y hasta perspectivas y es de discusión inacabable ya desde el tiempo de aquel Tales de Mileto...con todo, los sofistas y los escépticos se encargan de dejarla siempre tambaleante que sino por el suelo. Pero en lo atinente, me parece que La Verdad se divide en dos grandes ramas, que llamaré de manera un tanto arbitraria, pero suficientemente buena para los efectos de identificarlas una de otra, como La Verdad Verdadera y la Verdad Mística.- Quiero dejar asentado, no obstante, desde ahora, que esta separación es meramente intelectual ya que ciertamente conforman una sola en el tiempo y el espacio, y son una realidad indisoluble, así como la semilla es el árbol en potencia y contiene desde siempre la información necesaria para conformarlo, aunque es cierto, que es bajo ciertas condiciones.
Pero ¿Porqué alguien iba a saber y a querer decir la Verdad al mismo tiempo? La tendencia común es querer decir nuestra verdad o nuestro punto de vista conforme a nuestros intereses aunque esté alejado de la verdadera verdad o de lo que creemos es la verdad. También es natural que nos equivoquemos, nos confundamos, nos engañemos y por tanto, que dudemos y es usual que afirmemos lo que nos enseñaron como verdad en la infancia sin haberla investigado o discurrido en ella. La persona que se arroga la condición de conocedor de la Verdad tiene que ser demasiado grande o considerarnos demasiado pequeños. Alguien que es avispado pide pruebas, señales...donde está tu título o tu autorización para decir lo que dices y hacer lo que haces.
Los Evangelios sinópticos (se llaman así porque avanzan casi paralelamente informando sobre básicamente los mismos hechos con algunas diferencias que no llegan a ser contradicciones) contienen una cantidad regular de Verdad Mistica y mucho de la Verdad Verdadera, a como yo lo veo. Por otra parte, el evangelio de Juan es pletórico de Misticismo, es decir, de la verdad trascendente, la que no es obvia y que es necesario abrir no los ojos, sino el corazón para verla, de allí la gran cantidad de imágenes que se interpolan en el texto para permitirnos ver mas allá de lo evidente.
En la Verdad Verdadera, estamos ante un Maestro, un Rabí o Raboni, que de alguna manera se las ha ingeniado, entre elucubraciones, alucinaciones, estudio y aprendizaje, a como sanar el alma, esa suma de memoria, sentimiento y voluntad que se incorpora de manera mágica al intelecto. Pero como genuino especimen de su raza, le suma simbología y ceremonial a sus enseñanzas  para darle una mejor efectividad frente al individuo promedio, pero sin llegar a plagarla de formulismos y rituales pues su doctrina es siempre sencilla y con valores universales y eternos, a veces entreverados en alegorías y metáforas. Busca resolver las cargas espirituales mediante la aceptación de uno mismo y del prójimo, dibujando con toda claridad un principal punto de referencia en el horizonte, el Omnipotente que es un Padre afectuoso para todos. Asi nos invita al bautismo, que lava los pecados o afrentas y nos deja empezar como nuevos, para continuar la vida con una actitud benigna y una ética compasiva, de feliz comunión con los hermanos, en que entendemos que no somos dueños de nada, sino obreros en la milpa ajena. En primera instancia, sólo se requiere un poco de fe para aceptar su Palabra, aunque su palabra es tan eficaz, que NO requiere tanto de fe como de una poca atención, buena voluntad y entendimiento, que devienen en una celebración del espiritú. El resultado final, para mi, la mas bella y triunfante de las doctrinas, de la que nos servimos para tener conciencia de la condición humana en un sentido amplio, no egoísta.
En la Verdad Mística, estamos ante el Mesías, el Cristo, el Ungido, el Salvador, cuya misión es única y exponencial, quien es la culminación de la condición humana y en este sentido vemos se separa de las creencias religiosas judías, quienes consideran al Mesias como el Redentor o Restablecedor del Reino de Israel, por lo que un judío demasiado celoso de su pueblo, podría considerarlo no mas que un vil traidor. Pero aquí estamos ante la Divinidad que asume la condición de hombre, en quien de alguna manera se mira, con el reto de vencer al mundo y demostrarse a si mismo que el hombre merece ser salvado…es una instrospección cósmica, en que es excesiva la carga e infinitas las apuestas. Las cosas se dan como se dan, que aunque es en la forma mas bien prevista, no implican gratuidad o ausencia de una lucha de colmillos a todos los niveles y desembocan en la extirpación del juicio negativo sobre el genero humano, en que la operación tiene lugar, a la manera de las hecatombes y los holocaustos propiciatorios, pero esta vez, con un sacrificio de un humano justo. De allí para acá, nos restauramos en su cuerpo y nos saciamos en su sangre y la permeabilidad del mundo físico es como la del cuchillo caliente en la mantequilla, el orfelinato generalizado se ha extinguido para siempre y la muerte es un guiñapo retorcido flotando en el mar.

El que dijo la Verdad, se identificó como Aquel de quien hablaron los Profetas, nació de una Virgen, no por el mérito de ser Virgen sino como garantía de que NO fue engendrado por hombre, descendía de David de manera putativa como requisito formal, y para mayor abundancia mostró otras credenciales, curando a los enfermos, dando esperanza a los pobres, caminando sobre el mar tempestuoso, increpando al viento y resucitando a algunos muertos, incluyéndose a si mismo...y si lo pensamos bien, si NO hubiera hecho milagros, sería todavía mas milagroso lo que hizo...pero a los que vino no lo recibieron, abriéndose un abanico de posibilidades para el Mundo, y entrando al convite por la puerta principal quienes NO habían sido invitados, excediendo así las exigencias y desde entonces todas las paradojas sin excepción, están bajo una lluvia de fuegos artificiales, bailando y elevando cánticos de gloria.
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¿Y tu eres Rey? Preguntó aquel que hacía de Juez, poniéndole fáciles las cosas al Procesado. ¿Esto lo dices por ti mismo o alguien te lo ha dicho? Respondió con una inquisición suave pero  firme el imputado, dándole vuelta al disco de maíz y otorgando una oportunidad al romano de ponerse en una posición de búsqueda de la Verdadera Verdad y no tan solo de seguir con aquel juicio inane, pero el Procurador réplicó "¿Soy yo acaso judío?" Que traducido quiere decir...¿que me importan vuestros líos?...sin embargo de manera sobradamente extraña aquel escéptico cumplió a la causa de La Verdad mejor que muchos fieles, pues quedó constancia para la posteridad, que al presentarlo en un estado lastimoso al populacho, flagelado, con una corona de espinas y una caña como cetro, exclamó: “¡ECCE HOMO!” que analíticamente traducido significa AQUI ESTA EL PROTOTIPO DEL HOMBRE descubriendo su condición sublime, pero también aquel día persistió en su orden de que en el madero en que se le sacrificara se pusiera en la cabecera, la leyenda además de en hebreo y griego: “IESUS NAZARENUS REX IUDAEORUM” que en latín significa JESUS DE NAZARETH REY DE LOS JUDIOS exponiendo así su identidad mesiánica...manera extraña ciertamente, en que La Verdad vencía a la ignorancia en su propio campo, sin mayor alharaca.
Jn 18: 33-38; 19: 5; 19:19.
Roatán  24-02-11.
JOSÉ MARÍA CASTILLO HIDALGO.