Conclusión: El futuro
"La razón por la que el universo es
eterno es que no vive para sí mismo, sino que da vida a otros mientras se
transforma"
—Lao Tzu
El
barajamiento de los genes para producir variabilidad es un fenómeno
generalizado, y como se señaló anteriormente a propósito de la fractalidad, actúa en diferentes niveles de complejidad. Se
ha demostrado que las especies que se reproducen sexualmente sobreviven más
tiempo que aquellas con reproducción asexual, con la excepción, naturalmente,
de los microorganismos de rápida reproducción como bacterias y arqueas.
Entonces, ¿qué fuerzas naturales hacen aparecer, evolucionar y extenderse por
la naturaleza a la reproducción sexual cuando, evolutivamente hablando, el sexo
parece ser desfavorable para el individuo? El apareamiento requiere de un gasto
excesivo de energía, tanto en la búsqueda de compañero como en el acto mismo de
la cópula, incrementa el riesgo de ser capturado por los depredadores, facilita
la propagación de enfermedades de transmisión sexual, y cada individuo pasa
solo la mitad de su material genético a la descendencia. La reproducción sexual
no tiene mucho sentido a nivel individual, pero en realidad, la naturaleza
ubicua de la sexualidad nos relata una historia completamente diferente.
En
particular, un modelo teórico basado en la llamada epistasis negativa ha
llamado fuertemente la atención de los biólogos y genetistas evolutivos ya que
podría explicar la evolución de la recombinación genética durante las
divisiones meióticas (Kondrashov, 1988). Si ocurre una mutación resultando en
una variante alélica dañada, será menos nociva cuando esté sola que cuando se
acompañe de otros alelos deletéreos en el resto del genoma. Los efectos
negativos de este tipo de alelos se exacerban cuando están juntos de una manera
aditiva, mutuamente reforzada. Según la teoría la recombinación ayudaría a
poner estos alelos juntos, lo que resultaría en fenotipos muy mal adaptados que
se eliminan de la población por selección negativa.
¿Qué
hay de malo con este modelo dentro de la evolución hacia la complejidad? Aunque
la epistasis negativa podría explicar la supervivencia a largo plazo de las
especies que se reproducen sexualmente, además de otros enigmas evolutivos, la
fuerte selección negativa no explica cómo la sexualidad contribuye a la
creación de complejidad, ya que su única función sería purgar los alelos
deletéreos. Pero de hecho, la reproducción sexual tiene que haber sido un
elemento importante en la evolución hacia la complejidad ya que las especies
sexuales son las que principalmente han evolucionado hacia estadios más
complejos (recordemos que las bacterias asexuales no lograron saltar a la
multicelularidad). Por lo tanto, la reproducción sexual debe ser un fuerte
elemento de contribución a la complejidad, pero por otros medios.
Hay
dos factores fundamentales, centrales a la teoría de la evolución hacia la
complejidad que se presenta aquí: 1) algunos cambios positivos que contribuyen
a la mejora y especialización de los elementos de una población, y 2) una
extensa simplificación—que puede originarse por
mutaciones no tan ventajosas, o incluso deletéreas—, lo que conduce a la
interdependencia. Entonces, la sexualidad debe contribuir a la creación de
complejidad permitiendo la supervivencia de un alto número de variantes
genéticas. Por ejemplo, la segregación aleatoria de los cromosomas durante la
meiosis puede permitir la supervivencia de alelos deletéreos cuya función es
compensada por los normales (resesividad). Además, los haplotipos (variantes
alélicas en el mismo cromosoma) que contienen alelos deletéreos se pueden
separar a través de la recombinación meiótica, lo que permite la supervivencia
de los alelos malos a través de la neutralización. La evidencia es compatible
con el hecho de que tanto las mutaciones positivas como las negativas son
esenciales en la evolución de la sexualidad (Hartfield y Keightley, 2012; Jiang
y col., 2013). Sin embargo, los efectos neutralizantes de la reproducción
sexual sobre los alelos "no tan buenos" podrían contribuir a la
complejidad en poblaciones humanas y de otros mamíferos eusociales. Por
consiguiente la sexualidad debe ayudar en la selección de grupo permitiendo la
supervivencia de un mayor número de variantes alélicas, manteniendo un conjunto
de genes en la población que pueden ser utilizados en cualquier momento.
Durante la evolución hacia la complejidad, estos genes se pueden utilizar como
una fuente de variabilidad, de diferenciación individual, y de simplificación y
especialización, todo lo cual podría contribuir a crear interdependencia,
división del trabajo, cooperación, y por lo tanto, adaptación a nivel de grupo.
Así
las cosas, aterrizaré en la siguiente pregunta: ¿Hay alguna evidencia de
influencia genética en la división del trabajo dentro de las sociedades humanas
complejas? Bueno, al menos alguna (Nicolau y Shane, 2010). Pero si así fuera,
¿Será que la especialización en las diferentes áreas laborales continuará su
marcha en los humanos cómo para determinar diferencias genéticas
significativas?
La
diferenciación genética entre subgrupos humanos que habitan en un determinado
territorio surge de la falta de encuentros sexuales entre ambos subgrupos, lo
que es influido por la distancia o por evitación sexual. En una población
subdividida desde el punto de vista genético, los apareamientos se dan
preferencialmente entre individuos del mismo subgrupo, y por lo tanto, estos subgrupos
se diferencian unos de otros con el tiempo (Holsinger y Weir, 2009; Bamshad y
col., 2003; Basu y col., 2003). Los factores que conducen a la subdivisión
incluyen las diferencias raciales, étnicas, en el nivel socioeconómico o
religiosas.
No
es descabellada la idea de que dentro de una gran ciudad, muchas generaciones
de matrimonios entre personas estrechamente relacionadas por sus profesiones
puedan generar algo de diferenciación, surgiendo genes especializados para cada
ocupación. En una gran ciudad, un lugar de residencia cercano al sitio de
trabajo es una solución eficiente al enorme gasto de energía que requiere el
tener que transportarse, y además aumenta el tiempo productivo, por lo que es
probable que esta configuración se adopte en las megalópolis bien diseñadas del
futuro. Bajo estas condiciones, es fácil inferir cómo algunos subgrupos
laborales se diferenciarían, con el tiempo, de los demás. La endogamia en un
grupo de personas que compartan cierto territorio y ocupación llevaría a que
las variantes genéticas relacionadas con las aptitudes para la labor o
profesión específica fueran seleccionadas. Aunque inicialmente la recombinación
genética produciría individuos con una variedad de aptitudes, muchos de los no
aptos para la labor de su grupo emigrarían y terminarían residiendo finalmente
en otro sitio, eliminando del grupo las variantes genéticas no aptas. Con el
tiempo, esto resultaría en la homogenización genética dentro de los grupos
laborales, pero aumentaría la diferenciación entre los grupos. La ciudad
comenzaría a estructurarse como un organismo. Cada grupo laboral contaría con
una ubicación más o menos precisa, y realizaría una actividad específica dentro
del contexto total, tal como los órganos de un organismo, y los habitantes de esos
“órganos” vendrían a ser como las células.
¿Qué
pasará entonces con el resto de los genes? Aunque la diferenciación genética
laboral es plausible en la marcha de la magalópolis hacia el superorganismo,
sabemos que las células que forman los organismos multicelulares se
caracterizan por ser genéticamente homogéneas. Si asumimos que las poblaciones
humanas están evolucionando hacia superorganismos, también debemos tener en
cuenta que es posible que la homogeneización genética en grandes porciones del
genoma se lleve a cabo poco a poco en ellas. Los metazoos se desarrollan
generalmente a partir de una sola célula hasta formar un organismo complejo
compuesto por muchas células, con división del trabajo. La diferenciación de
los grupos celulares dentro del organismo del metazoo se lleva a cabo por medio
de cambios epigenéticos (la metilación para silenciar genes que no se
necesitan, como se había comentado en otro apartado), y no por mutaciones
somáticas que cambian las secuencias genéticas originando nuevas variantes. De
la misma manera, a medida que el superorganismo se estructure cada vez más, los
individuos experimentarán homogenización genética entre ellos. Así que las
modificaciones epigenéticas individuales, añadidas a la plasticidad cerebral
influidas por el entorno social y la educación, continuarán siendo factores
importantes hacia la especialización, la división del trabajo, y una mayor
evolución hacia la complejidad.
En
la mayoría de los metazoos, sólo una pequeña fracción de las células que
componen el organismo se especializa en la reproducción sexual, y lo mismos
acontece para las comunidades de insectos eusociales, como las abejas y las
hormigas. A diferencia de la mayoría de los metazoos, la reproducción de los
superorganismos de insectos sociales sigue siendo autónoma, es decir, es de
naturaleza hermafrodita (cada colonia cuenta con ambos sexos), y el dimorfismo
sexual no ha aparecido todavía en este nivel de complejidad. La sexualidad se
limita a la reina y los zánganos, que simulan el huevo y los espermatozoides en
los metazoos. En otras palabras, los hormigueros aun no se diferencian en
“hormigueros machos” y “hormigueros hembras”, aunque es probable que la
evolución hacia mayor complejidad los lleve a ello.
Si
continuamos con la secuencia lógica de las comunidades humanas en evolución
hacia superorganismos, llegamos a una conclusión incómoda: las funciones
reproductivas deberán ser finalmente una actividad especializada, limitada sólo
a una fracción de los habitantes. La actividad reproductiva deberá desaparecer
poco a poco de la mayor parte de la población. En un superorganismo
genéticamente homogéneo ya no es necesaria la generación de variabilidad entre
los habitantes que lo conforman, aunque sí será aun necesaria para poblar otros
hábitats dentro y fuera del planeta Tierra. El humano estándar, el estereotipo
ideal, aumentará en proporciones dentro de las grandes ciudades. La
transformación de los seres humanos normales en estos modelos, muy
probablemente longevos, sanos, atléticos, bien parecidos y sexualmente
atractivos, extrovertidos e inteligentes (pero no en extremo), será posible
gracias a la edición genética, los avances en la cirugía estética, la
ingeniería de tejidos, y otras ayudas tecnológicas. En estas condiciones, la
reproducción sexual como medio de barajamiento de genes ya no será muy
necesaria y podrá experimentar una relajación evolutiva. Por supuesto, esto no
significa el final de la sexualidad humana. ¡Para comenzar jamás permitiríamos
que eso sucediera! Pero la sexualidad como mecanismo de reproducción se verá
drásticamente reducida.
¿Hay
alguna prueba que apoye la afirmación de que la presión ambiental y social en
el mantenimiento de la reproducción sexual en las poblaciones humanas se está
relajando? La respuesta es un sí definitivo. Por ejemplo, la aparición de la
anticoncepción significó el divorcio de la reproducción y el sexo. Además, la
transición demográfica, es decir, la notable disminución en las tasas de
natalidad y mortalidad en aquellas
sociedades que pasan de un estado pre-industrial a un sistema económico
industrializado se ha demostrado ampliamente, observándose una disminución en
el número promedio de hijos por familia en las décadas de la posguerra, sobre
todo en los países europeos (Galor y Weil, 2000; Galor, 2005). La calidad de
los recuentos de espermatozoides en los hombres en todo el mundo –y por ende la
fertilidad masculina— ha disminuido de manera constante desde inicios del siglo
pasado, tal como lo sugieren varios estudios (Merzenich y col., 2010), y la
orientación sexual hacia la homosexualidad y la diversidad sexual ha aumentado
en los países desarrollados después de que se llevaran a cabo los movimientos
de liberación gay en los años 60 y 70 (Adler, 2013), sin contar la
proliferación de los movimientos feministas con un discurso tendiente a
disminuir el dimorfismo sexual. Estas manifestaciones de la reducción de la
sexualidad como una simple herramienta para la reproducción, pueden ser
producto de la transición de las ciudades de simples comunidades de organismos
humanos a verdaderos superorganismos.
El
principal mecanismo por el cual la sexualidad que tiene por objeto la
reproducción desaparece en una fracción cada vez más grande de las sociedades
humanas, es el relajamiento evolutivo. Hoy en día aun los individuos
homosexuales estrictos son capaces de crear progenie mediante tecnologías de
reproducción asistida, permitiendo (paradójicamente) la supervivencia de los
alelos que no favorecen la reproducción sexual y del mantenimiento del dimorfismo
entre sexos. Al continuar esta tendencia la sociedad del futuro se acercará
cada vez más a la distopia imaginada por Aldous Huxley en su obra Brave New World (1932), aunque contrario
a lo propuesto por esta obra, de una manera natural y no impuesta por los
gobiernos.
En
resumen, una homogenización de la mayoría de los rasgos físicos en los
habitantes de la ciudad del futuro se acompañará de diferenciación y
especialización en las actividades laborales, y un aumento de la variabilidad
sexual y la androginia. Ciertamente, habremos recorrido un largo camino desde
las primeras comunidades sedentarias construidas junto a los ríos hasta las
megalópolis del futuro. Sin embargo, el crecimiento de una ciudad puede tener
un límite impuesto por restricciones todavía no conocidas, y la acumulación de
complejidad en niveles más altos ha aumentado recientemente. Es probable que
esta tendencia se vea acrecentada en las próximas décadas.
La globalización y la apertura de los
mercados
Volvamos
al tema de la inteligencia. Recordemos un poco la comunicación por medio de
sustancias químicas en organismos multicelulares simples, la formación de
estructuras especializadas para el transporte, y la aparición de los sistemas
nerviosos primitivos en forma redes o sincitios. El surgimiento del sistema
nervioso en el escenario evolutivo permitió la formación de organismos
multicelulares más grandes y complejos, pero la vida tuvo que esperar cientos
de millones de años para la verdadera inteligencia avanzada.
Sin
duda, el superorganismo global humano todavía se encuentra en una fase
evolutiva temprana. Saltamos de la comunicación química, visual y
auditiva a las redes eléctricas, como los teléfonos móviles e internet en tan
sólo un par de siglos. Pero estas redes siguen siendo sólo eso: redes
relativamente simples y aun bastante planas. No observamos en las redes el tipo
de complejidad que se encuentra en el sistema nervioso central de los animales
superiores, con sofisticados mecanismos de control local y global, o estructuras
jerárquicas especializadas. Los cerebros humanos, por ejemplo, son las
estructuras más complejas conocidas albergando un número extraordinario de
conexiones, organizadas en varios niveles de complejidad (Saver, 2006). El
sistema nervioso global de la humanidad se encuentra lejos aún de ese grado de
complejidad, sin embargo, podemos observar cómo el superorganismo global
comienza a tomar vida propia, y con él, la aparición de nuevos problemas
globales.
En
los años noventa, en su marcha hacia el superorganismo global, la humanidad se
aventuró a la formación de una nueva red de comercio mundial llamada
globalización. Los mercados se liberaron y las fronteras comenzaron a
desaparecer para las transacciones económicas (Bekaert y col., 2003). Alrededor
del mundo, los campesinos comenzaron a colocar sus productos en el mercado
mundial y podían saber el precio de venta en todo momento gracias a una
conexión a Internet. Comerciantes, empresarios, industriales y financieros de
todo el mundo vieron cómo sus operaciones y su búsqueda de socios estratégicos
se simplificaban enormemente gracias al correo electrónico. La globalización y
la liberalización de los mercados originó fenómenos nunca antes vistos, como el
crecimiento económico sin precedentes experimentado por las economías
emergentes de Asia, que se dio en llamar "el milagro asiático"
(Stiglitz, 1996; Nelson y Pack, 1999). Las nuevas tecnologías y los nuevos
métodos económicos utilizados por el superorganismo global prometieron
erradicar la pobreza del mundo.
Pero
la inestabilidad del naciente supercerebro global, todavía inmaduro,
consistente en los seres humanos interconectados con acceso a los datos
globales, los portales de Internet actuando como una suerte de “ganglios” o
condensaciones neurales, y los mercados liberalizados permitiendo el flujo de
energía entre los subsistemas cooperadores (naciones), pronto se hizo evidente.
Las explosiones de las burbujas económicas especulativas comenzaron a afectar
no sólo a las economías locales, sino que se extendieron epidémicamente de un
país a otro. En el mundo globalizado, una recesión provoca una pérdida de
confianza que viaja por la red como una onda, sin reconocer fronteras, paralizando
las economías y produciendo inflación y desempleo, haciendo imposible el pago
de las enormes deudas nacionales. Desde el comienzo de la popularización de
Internet hace dos décadas, el mundo ha experimentado varias recesiones de
escala regional o global. Estas recesiones, son expresión de una criticalidad
auto-organizada actuando a nivel global (Stiglitz, 2000; Ormerod y Heineike,
2009; Imbs, 2010).
No
sólo las economías legalmente establecidas se han globalizado, sino también
aquellas que son parte del crimen organizado. El narcotráfico internacional y
otros grupos criminales se están convirtiendo en poderosas empresas
transnacionales que llevan violencia a muchos países (Morselli, 2011). Por otro
lado, las diferencias genéticas, culturales y educativas entre las personas
dentro y entre poblaciones, han determinado la aparición de individuos que se
adaptan muy bien a la era de cambios rápidos de la economía global, lo que les
permite aumentar astronómicamente sus fortunas de la noche a la mañana agravando
el desequilibrio de la riqueza que, como se ha demostrado, es por sí mismo la
causa fundamental de la mayoría de los problemas sociales (Wilkinson y Pickett,
2011). Estos problemas no son nuevos, pero la globalización les ha dado un
nuevo impulso.
Además
de la economía mundial y las enfermedades globales, el supercerebro global ha
dado una extraordinaria muestra de su existencia. Quizá no hay mejor prueba de
la emergencia de una superconsciencia global como la defensa montada contra los
intentos de silenciar al supercerebro. En 2011 el Congreso de EE.UU propuso un
proyecto de ley para penalizar aquellas empresas de Internet que infringieran
los derechos de autor. A pesar de ser una ley nacional local, afectaba la
libertad de la que goza el internet en todo el mundo, por lo que el
superorganismo global interpretó SOPA (Stop
On-line Piracy Act) como una seria amenaza a su libertad y su existencia, y
a través de centros neurales mayores como Google, Wikipedia y otros portales
importantes, organizó su autodefensa consistente en una protesta global sin
precedentes. Las compañías farmacéuticas, empresas de comunicación, la Motion Picture Association of America y
otros partidarios de SOPA, así como los burócratas promotores, fueron objeto de
un boicot que incluyó ataques de denegación de servicio y la firma de
innumerables peticiones de los votantes estadounidenses y ciudadanos de todos
los países del mundo. Otros mecanismos de defensa incluyeron apagones de los
portales (blackouts) y una manifestación
celebrada en la ciudad de Nueva York (Sell, 2013). Ya no es una cuestión de
opinión personal, sino de la respuesta armónica del superorganismo global, que
ya cuenta con su propia agenda. No hay necesidad de decir que SOPA nunca vio la
luz.
Además
del desarrollo de mecanismos de defensa más potentes y sofisticados, es muy
probable que el futuro cerebro global poco a poco evolucione para ser capaz de
amortiguar y controlar las inestabilidades económicas, adquiriendo resiliencia
y disminuyendo el potencial impacto global derivado del desplome de cualquier
economía local. También es posible que la nueva inteligencia colectiva
emergente ofrezca soluciones creativas para ayudar a minimizar la desigualdad
social mundial, el azote de la delincuencia, y otras enfermedades globales.
El
verdadero supercerebro mundial futuro seguirá evolucionando en complejidad
hasta controlar automáticamente todas las transacciones entre naciones. En el
futuro, cada metrópolis (o estado según el caso) del mundo globalizado se
especializará en la producción de uno o unos pocos productos que se exportarán
al resto del mundo, aumentando la interdependencia entre las naciones. Como las
células, las ciudades serán entidades autónomas con respecto a las actividades
simples de mantenimiento, servicio y limpieza, pero al mismo tiempo se verán
cada vez más simplificadas a medida que el número de nichos de producción
especializada dentro de ellas disminuya. En los sistemas económicos, el
supercerebro mundial regulará las cantidades producidas para satisfacer
exactamente la demanda, es decir, en tiempo real, pero haciendo proyecciones a
largo plazo; controlará o liberará los precios de los productos de acuerdo a la
conveniencia de los mercados; hará correcciones encaminadas a evitar las
recesiones y la desigualdad extrema entre los ciudadanos; construirá la
confianza derivada del conocimiento exacto de los valores de los parámetros
económicos en tiempo real y sus estimaciones futuras; y cambiará
automáticamente de un modelo de austeridad y enlentecimiento económico a un
modelo de inversión agresiva y alto endeudamiento y viceversa, según la
conveniencia.
El
enorme Supercerebro global no sólo controlará la economía mundial, sino todo
tipo de parámetros. Permitirá la participación activa de los ciudadanos en sus
gobiernos en tiempo real, en la gestión de asuntos de diversa índole tal como
se comienza a vislumbrar (Lee, 2013), desde el ámbito científico al político
—como por ejemplo, sustituirá la democracia representativa por una mucho más participativa
que canalice adecuadamente la inteligencia colectiva emergente. A través de
diversos tipos de dispositivos portados por las personas y los vehículos e
instalados en todo el mundo, como si se tratara de un colosal sistema
sensorial, evaluará el clima global, vigilará la salud pública y tomará medidas
en caso de epidemias, observará los cielos en busca de asteroides y otras
amenazas, y planificará y controlará el tráfico aéreo global, monitorizará las
fuentes de agua, controlará el abastecimiento energético de las ciudades, y
mucho más. Se encargará de todos los aspectos de la humanidad en los que
actualmente consumimos una gran cantidad de inteligencia, tiempo y otros
recursos importantes, pero también será capaz de tomar decisiones creativas. Por
supuesto, el desarrollo del Supercerebro Global llevará consigo nuevas
inestabilidades y externalidades, nuevas enfermedades del superorganismo
global, como ocurre con todos los niveles de complejidad.
Es
difícil imaginar el supercerebro global en etapas más avanzadas de evolución, y
todas las fantásticas propiedades emergentes que exhibiría. Es posible que
desarrolle un tipo de autoconciencia y personalidad que se encuentren muy por
encima de nuestra escala humana de espacio y tiempo. No podríamos percibir esa
inteligencia superior, o comunicarnos con ella, por lo menos en la misma forma
en que nos comunicamos entre nosotros. También es posible que tenga una especie
de libre albedrío. Aunque seríamos parte integral (pero pequeña) de la
inteligencia global, esta nos trascendería de la misma manera en que nuestro YO
trasciende cada una de las neuronas que forman nuestro cerebro.
Quién
sabe cuánto tiempo le tomaría a la red evolucionar a un tipo de supermente así,
pero una cosa es cierta: un cerebro no tiene sentido sin su interacción con
otros cerebros. Para esos tiempos, los seres humanos habremos conquistado otros
planetas y hablaremos acerca de comunidades de planetas. Puede ser que para
entonces ya hayamos descubierto nuevas formas de comunicación (tal vez más
rápidas que la luz, eliminando la restricción del paradigma relativista
descrito en Einstein, 1905) y de transporte. No hay que preocuparse demasiado
acerca de los problemas técnicos. La planificación y construcción de veloces
naves espaciales serán pequeños detalles para el poderoso cerebro terrestre.
¿Cuándo
se detendrá esta tendencia hacia la complejidad? No se detendrá. Si no tenemos
éxito, si los seres humanos finalmente terminamos destruyendo nuestro entorno,
y con él, a nosotros mismos, y si estuviéramos condenados a la
autoaniquilación, tarde o temprano emergerá otra especie. Tal vez los
descendientes de algún delfín, murciélago, insecto eusocial, o incluso de
alguna humilde y asustadiza lagartija. Es la vida contra la muerte, la creación
contra la destrucción, es la exuberante capacidad de los sistemas vivos de
expandirse indefinidamente dados el tiempo y los recursos energéticos
necesarios, en contra de la destrucción y la aniquilación final: la muerte
térmica del universo.
Pero
de nuevo, es posible que la semilla de la vida ya haya sido plantada en otros
mundos, tal vez muchos. Por lo menos en algunos la civilización pudo haber
surgido, y con ella, los viajes interplanetarios. El encuentro de dos
civilizaciones interplanetarias podría ser un evento catastrófico, o tal vez a
causa de su alto desarrollo tecnológico habrían hace tiempo dominado la
evolución hacia la complejidad y aprendido a apreciar la vida, y así,
prefirieran cooperar e inducir simbiosis. El encuentro de dos mundos inteligentes
originaría algo nuevo, con nuevas propiedades emergentes. Pero, ¿quién sabe?
¿Existirá la posibilidad de que tal encuentro ya haya tenido lugar en nuestro
mundo y que la sociedad moderna haya surgido con la ayuda de una raza de
gigantes viajeros espaciales? No lo sé.
Lo
que sí sé es que en algún futuro lejano el universo cobrará vida, después de
pasados muchos eones y de haber sembrado de organismos unicelulares, de
sociedades complejas y de superorganismos planetarios todos los rincones del
cosmos; habrá llegado entonces, y sólo entonces, el tiempo del Superorganismo
Universal.
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