Adaptado de “Superorganismo Universal.”
Por: Edwin Francisco Herrera Paz
En
1965 Gordon E. Moore publicaba la que presume de ser una de las afirmaciones
más populares en la moderna sociedad geek.
La ley de Moore predice que el número de componentes dentro de los circuitos
integrados de las computadoras debe duplicarse cada 18 meses. Es decir, cada 18
meses el espacio de almacenamiento de memoria y la velocidad de procesamiento
se doblan, y por lo tanto, el costo de producción y el precio se reducen
considerablemente. La duplicación de la potencia de cómputo se produce de
acuerdo con la miniaturización de los componentes. ¡Y la ley de Moore resultó
ser en extremo exacta! Por otra parte los 18 meses previstos por Moore se han
reducido a 13 meses en los últimos años. Si la aviación comercial hubiese
experimentado una caída de precios similar, se podría viajar a cualquier parte
del mundo por una fracción de un dólar. La pequeña unidad portátil que utiliza
mi hija para escuchar música, que se puede encontrar prácticamente en cualquier
tienda de electrónicos del mundo, tiene la capacidad de almacenamiento de la
computadora más potente de hace diez años. Todavía recuerdo el equipo en el que
aprendí los lenguajes de programación BASIC y Pascal a principios de los años
noventa. Tenía una capacidad de disco duro de dos megabytes (Mb), (expandible a
cuatro, me dijo el vendedor con orgullo). Hoy en día, algunos de los archivos
que contienen gráficos de alta resolución almacenados en mi portátil pesan más
que esos dos Mb. ¡Y tengo miles de ellos!
El
crecimiento exponencial de los avances de la tecnología no se limita a las
computadoras. Un largo camino se ha recorrido en la última década en el estudio
del ADN. La secuenciación del primer genoma humano y su publicación en 2003
abrió las puertas a la nueva era de la genómica. El desarrollo del proyecto
necesitó de largas horas de trabajo y la colaboración de un gran número de
laboratorios en todo el mundo, a un costo total estimado en más de dos mil
millones de dólares. Una vez completado, el principal objetivo fue dilucidar
cuáles son las variantes de las secuencias (varioma humano) causantes de
enfermedades genéticas, las responsables de aumentar la susceptibilidad a
enfermedades complejas, o simplemente de determinar variaciones fenotípicas
normales en los seres humanos. Los descubrimientos en ese sentido están
contribuyendo al desarrollo de nuevos métodos de diagnóstico y a la
determinación de blancos farmacológicos para nuevos tratamientos. Los biólogos
y microbiólogos, por su parte, comenzaron a secuenciar el ADN de muchas otras
especies. Todo esto se tradujo en un desarrollo rápido de la tecnología y
una brusca disminución de los costos de
secuenciación de un genoma humano completo.
En
2007 el Dr. Greig Venter —gran contribuyente a la secuenciación del primer
genoma humano y pionero de la biología sintética— anunció la secuenciación
completa de su genoma personal a un precio de
US$ 70 millones, una reducción en precio de más de 28 veces en
comparación con la primera secuencia. Más tarde, el genoma de James Watson —
codescubridor junto con Francis Crick de la estructura de doble hélice del ADN —
fue secuenciado utilizando tecnología de segunda generación a un costo de menos
de US$ 2 millones, una reducción de precio de más de mil veces.
Actualmente
hemos completado la secuenciación de los genomas de más de 1,005 personas
afrodescendientes por medio de tecnología de secuenciación de siguiente
generación, incluyendo 50 garífunas de la costa caribeña de Honduras, a un
costo de alrededor de US$1,000 cada uno (en el marco del Consorcio de asma en Poblaciones Afro-ascendientes da las Américas, CAAPA). La reducción de precio
en relación con el primer genoma ha sido nada menos que de más de dos millones
de veces en tan sólo una década. Sin embargo, en un corto tiempo se habrá
reducido a cien dólares por genoma, o incluso menos, y la secuenciación de un
genoma personal podría realizarse en cualquier laboratorio de cualquier país
del mundo, incluyendo Honduras.
Pero
si los avances tecnológicos de las últimas décadas han sido espectaculares, no acontece
lo mismo con la educación. Las críticas sobre las nuevas tendencias en la
sociedad se escuchan por todos lados. Una inquietud de los padres es que sus
hijos apenas leen y se la pasan horas detrás de las consolas de videojuegos,
las computadoras o los ipads. La
tecnología ha disminuido el tiempo de espera para casi todo. Los jóvenes
quieren las cosas rápidas y generalmente se aburren con la lentitud y lo
extremadamente analógico del aula de clases. No en balde un alto porcentaje de
los niños está siendo medicado hoy en día con ritalín o alguna otra droga para
combatir el Déficit de Atención con Hiperactividad (de tres a cinco por ciento
según el Manual de Diagnóstico y Estadística de Enfermedades Mentales DSM-IV).
La deserción escolar en los Estados Unidos ha ido en aumento constante y
actualmente ha alcanzado cifras alarmantes, lo cual es signo inequívoco del
pronto colapso del sistema educativo moderno diseñado para evaluar un desempeño
estándar, estereotipado, simulando la banda de producción de la era industrial
y sin tomar en cuenta las diferentes capacidades.
En cambio, la era de la
información, el superorganismo humano en ciernes, requiere de la explotación de
aptitudes específicas desde la más tierna infancia. La fuerte competencia por
los puestos laborales necesita de la orientación directa hacia las propias
habilidades y potencialidades. Lo mejor que podemos hacer los mayores es
reconocer nuestra obsolescencia. Con el nacimiento del “sistema nervioso” de la
humanidad, la omnipresente red, las soluciones de la era industrial no aplican.
Se hace precisa una transformación acorde con los nuevos tiempos, y para ello,
las ideas senescentes arraigadas en las viejas generaciones deben morir.
Para
adaptarse y evolucionar hay que renovarse.