“A eso
a lo que vos llamas: libertad, no es sino lo antagónico a la expresión más pura
de libertad; pues para que sea verdaderamente libre, necesita romper el candado
que tu propio concepto le pone”
Los tramoyistas tienen la capacidad de hacernos creer que el
mundo volvió a ser plano debido a un problema de perspectiva; por default,
los demás repetiremos que esa nueva concepción es verdadera, puesto que no
somos autosuficientes para cuestionar esa imperfección y por lo tanto, la
verdad solo puede surgir de alguien facultado y no del resto de nosotros. Para
hablar de libertad por ejemplo, hace falta que asúmanos nuestro rol esencial en
la construcción de ese conocimiento, este que a su vez al volverse una
estructura sin duda alguna pierde su naturaleza. Cuando Immanuel
Kant estableció las diferencias entre el concepto práctico y el
trascendental de libertad, era evidente que su propia apreciación de lo que era
“correcto” en términos etimológicos, lo obligo a encuadrar esa presunta
conceptualización de libertad amorfa, y esto concretamente porque – en mi
opinión – somos esclavos del modelo de moralidad que aprendemos, al grado que
las formas en que los demás descifran el entorno o conducen sus propias
decisiones, se ven obligadas a pasar por el prisma de nuestras propias
interpretaciones de lo que es correcto y lo que no lo es; por lo tanto, la
libertad práctica pasa a ser poco ecuánime cuando se regulan los
albedríos.
En nuestro entorno existen múltiples reguladores respecto de:
¿Cómo asume cada uno la libertad o la pone en práctica? Por mencionar algunos elementos que
intervienen directamente en su asimilación y su praxis: la religión, la
política, el patriarcado, la escuela, las leyes, la familia, el sistema
político, los medios de comunicación, las relaciones entre las minorías, el
poder de las mayorías, la composición del estado, la distribución de la
riqueza, la economía y un último factor con ímpetus hipócritamente sutiles pero
determinantes como lo es: el poder armado. Los reguladores en lo concreto buscan
establecer sistemas de control y estos a su vez cumplen con la función de tasar
su conducta o la de otros o ambas, apuntando a un funcionamiento predefinido
que elimine las probabilidades de errores en el sistema. En lo concreto, el
control que cumple con un fin regulador de los comportamientos, tiene un efecto
de adoctrinamiento de la libertad y hace uso de medios de control para hacer
efectiva su implementación – cierto –.
Si bien puede parecer insólito, los medios informales de control
social al ser mas “libres” en su accionar, realmente son la yuxtaposición a la
libertad – ¿sí? – Veamos: cuando hablamos de medios de control automáticamente
los separamos en medios formales y medios informales. En la primera categoría
están comprendidas las leyes y la institucionalidad; sin embargo, en los
informales están consideradas las tradiciones, la cultura, los prejuicios, los
mitos, y una trascendental que es la información que diseminan los noticiarios,
la prensa escrita, la radio, la televisión y la propaganda. Si especulamos que
los medios informales dependen de la cosmovisión social, gremial o individual,
pensaríamos que tienden a moverse con mayor libertad que los que están
enmarcados en la legislación; sin embargo, esa supuesta espontaneidad los
vuelve antagónicos, debido a un elemento clave y este es el resultado entre los
prejuicios y la moral, podemos llamarlo: interpretación – sesgo cognitivo –.
Al argumento ad nauseam más habitual cuando el poder y el
control se agrupan para coartar la libertad se le nombra: libertinaje; esto
quiere decir que para la mayoría de la población expuesta a la retorica social,
existen valores que dan estructura a la libertad y en consecuencia, cuando la
libertad carece de orden se vuelve demasiado bizarra lo que la convierte en un
espectro intolerable. Es aquí, cuando sobresalen las primeras contradicciones o
enemigos sustanciales de la libertad: el estado de derecho como tal, asume que
todo individuo debe estar representado dentro de un grupo o una etiqueta
social, nada puede salirse de este canon, pues esto le permite normar las
relaciones entre los individuos y los grupos, lo que a su vez reconoce al
estado una supuesta capacidad de asegurar la protección de los gobernados. Sin
embargo, esta ordenanza que pareciera beneficiosa, terminara desprotegiendo a
algunos sectores y sobreprotegiendo a otros y en general lo hará en una
relación desigual entre las minorías que tienen el poder o el control y las
mayorías que carecen de los dos elementos anteriores.
La ausencia de la evidencia subyacente sobre la que descansan
los prejuicios puede ser entendida como carencia de razonamiento lógico, o
simplemente, como la conspiración de muchos factores reguladores que pretenden
mantener bajo control las distorsiones en el sistema; entre estos tropezones
sociales cuentan el anarquismo, las revoluciones, la dialéctica, la apolítica,
el ateísmo, la igualdad, el laicismo, la opinión de los sin privilegios o los
sin educación, el feminismo, el estado benefactor, la praxis contra la academia,
la desaparición de los derechos de autor, el individualismo, entre otros;
desnudando per se a la condición de
que los prejuicios sobreviven por algo a lo que los psicólogos llaman “Efecto Bandwagon” o efecto de arrastre.
La persecución de las ideas es quizá uno de los mejores esbozos
de ese “efecto Bandwagon”; vuelve a las sociedades verdugos
de la libertad, puesto que para erradicar el peligro que los símbolos
representan – me refiero a los símbolos anti sistema – satanizar la
discrepancia es la mejor arma de los sistemas reaccionarios, adictos al poder y
dueños del control; por esta razón parece natural y hasta necesario el uso de
la fuerza; volviendo a la yuxtaposición del idealismo; la represión, las
torturas, el maltrato, las desapariciones y los asesinatos de opositores se
despliegan como alternativas validas para preservar la libertad. No es de
extrañarse entonces que un gobierno y sus aliados usen la represión de los
sectores antagonistas en defensa de los sectores minoritarios que tienen el
poder, en este caso podríamos llamarlo sarcásticamente: “autodefensa”.
Oscilaremos entonces en que la libertad sea algo más
apegado a un concepto resultado de la construcción individual, colectiva o
institucional, que al hecho en sí mismo. Es decir, la libertad sí es amorfa,
pero en la praxis no se debe a su característica o al albedrio individual, sino
a la variación determinada por la distancia que existe entre lo que representa
y es válido de una persona a otra; tal es el caso – por ejemplo – del
distanciamiento entre ¿cómo asumen su libertad colectivamente? Los campesinos,
las mujeres, los indígenas, los homosexuales, los adolecentes, las lesbianas,
los adultos, los hombres, los ricos, los pobres; comparándolo con ¿Cómo asumen
su libertad como individuos? Juan, María, Carlos, José, Lucia y Miguel; no
obstante, podríamos concluir que esas variaciones no son dañinas sino
beneficiosas para enriquecerla, pero que se vuelven perjudiciales cuando
adquieren características coercitivas basadas en regulaciones impuestas por la
institucionalidad de la religión, el ejercito, el gobierno represivo y la
legislación parcializada; puesto que todas las anteriores la encarcelan y
establecen regulaciones para su ejercicio y esto debido concretamente a que
esas regulaciones que le dan “forma” están establecidas por las mismas minorías
que gozan del poder y en consecuencia establecen el control de toda la
sociedad.
La imagen de Eugene Delacroix "La Libertad guiando al
pueblo" reafirma el deber individual que existe, no solo para luchar por
la libertad sino para construirla como un ejercicio cotidiano del ser humano;
pero ese pragmatismo tendría que poder desapegarse de los constructos
históricos que forman nuestra visión de moralidad, pues de no ser así, terminaríamos
siendo simples espectadores de su evolución, mas nunca protagonistas de la
construcción de nuestra propia libertad. Volviendo al efecto Bandwagon, seríamos
como los idiotas que añoraban y luchaban por subirse a la carreta de Dan
Rice – bufón personal
de Abraham Lincoln en 1848 –.
Por: Nelson Arambu
Septiembre 2012.
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