POR: NELSON ARAMBÚ
Señor presidente de la
republica: no es grato para mí tener que escribirle a usted especialmente
después de que ha quedado claro que cualquier cosa que se le pida o exija desde
su papel como líder del país, caerá en un cesto de basura. Sin embargo,
siento que como ciudadano de este país, tan mío y tan ajeno pero finalmente mío –
porque lo siento en lo más profundo del alma – es una obligación basada en el
amor profundo a esta tierra, reclamarle por todas las atrocidades que han
sido cometidas contra este pueblo tan noble y a veces tan incapaz, pero que ha
demostrado ser profundamente humano, más allá de lo que usted y toda su
caballeriza de iracundos intenten hacernos creer que somos.
Este
pueblo que sufre las consecuencias de su inoperancia, de su falta de apego a la
moral y no me refiero a esa seudomoral religiosa, sino a la otra, esa que
aprendemos de pequeños que nos indica la diferencia concreta entre hacer daño o
ser buenas personas; usted se ha dado gusto haciendo turismo por el mundo,
balbuceando incoherencias, tratando de hacerles creer a los gobiernos del mundo
que usted es alguien que piensa, que siente y que está comprometido con este
país; pero nada puede ser más falso que eso, su actitud ambivalente ante la
crisis del país es una clara señal de su hipocresía; siempre evade hablar de
las cosas sustanciales de lo que nos sucede a la ciudadanía de esta nación, se
mofa de la queja social, se burla del valor de la palabra escrita, se
jacta de jugar a ser Dios y tener sexo con el diablo.
Afortunadamente,
lejos de lo que algunos quieren hacernos creer, en este país existe gente
valiente, personas con un amor profundo hacia los demás, seres humanos que han
abandonado su propia seguridad, que han roto la burbuja de Walt
Disney para
identificarse con el dolor ajeno; para todos y todas está claro que no estamos
contentos con usted, estamos sumamente consternados por el crecimiento
exponencial que tuvo la violencia, el crimen, la inseguridad y la corrupción en
esta Honduras desde que usted “tomó la palabra”. No nos gusta su forma majadera
de abordar nuestras dificultades; odiamos profundamente su risa sarcástica para
referirse a los pobres que mueren en manos del crimen organizado, estructurado
e institucionalizado. ¡Sí
señor! Ese crimen del que usted
participa a diario y que hasta este momento parece provocarle una felicidad
inversamente proporcional y opuesta a nuestra rabia.
Usted
ha puesto en entredicho la historia de este país; ha juzgado a sus semejantes
poniéndose como ejemplo, ha difamado la autoridad de sus opositores para
hacerse lamer las heridas por sus cómplices; a mí personalmente no me cabe la
menor duda de que ama el cine de terror, pues convirtió a este país en una pieza
de Hitchcock; es adicto a la mentira, a la
palabrería barata, es un coprófago.
Es
tan vasta su insolencia que encontrar el calificativo perfecto para llamarle es
una tarea titánica; explíquenos al menos ¿Cómo y donde aprendió a variar la axiología
del costo de tener derecho a la vida entre las clases sociales? ¿Quién le
enseño a diferenciar entre el precio del cuerpo muerto de un ciudadano en
comparación a otro? Es
hasta cierto punto fascinante su habilidad de emular a Hitler y hacerse pasar por Gandhi; ¿Por
qué le gusta tanto jugar a policías y ladrones? ¿Quién le sabe secretos tan
peligrosos que debe callarse la boca ante la muerte de nuestra gente? ¿Por qué
necesita tanto decir que es cristiano? Para que usted lo sepa,
un cristiano no necesita decir que lo es, no necesita compararse con los demás,
no necesita una posición privilegiada, no necesita decir cómo quiere que se le
reconozca, no necesita iglesia, pastor, cura o cardenal que le bese el culo; su
amor por los demás sin establecer diferencias es el único testimonio que lo
define.
Quiero
que entienda o al menos escuche, que este país jamás fue pensado como un
semillero de clases privilegiadas, aquí siempre se ha soñado y luchado porque
todos seamos iguales, con nuestros aciertos y fallas, con nuestras propias
equivocaciones y convicciones, con sueños individuales y otros que son
compartidos, siempre con mucha emotividad, siempre creyendo que hacemos lo
correcto y sin el temor para hacer lo que sea necesario para recuperar la paz
del barrio donde crecimos jugando pelota, con las niñas corriendo descalzas
jugando landa o a saltar la cuerda; con nuestras madres cocinando huevos y
frijoles para comer con la misma alegría con la que anhelábamos levantarnos al
día siguiente para salir a la calle a jugar, a trabajar, a estudiar, a barrerla
o simplemente a interactuar con los vecinos; pero nunca a recoger a nuestros
muertos en esta Honduras que gracias a su sandez crónica y su actitud obscena
nos ha condenado a vivir.
Me
opongo rotundamente a que ofrezca dinero con desfachatez para salvaguardar su
conciencia, porque además de repugnante es establecer diferencias entre los
cientos de muertos que lleva en nombre de la democracia su maldito gobierno,
porque además ese dinero de las arcas del estado es nuestro y no suyo como para
que lo use a su antojo y a su energúmena naturaleza. Por el momento debo
decirle, que yo no poseo tres millones de lempiras para tirarlos a la basura
como usted pretende con los dineros del pueblo; pero tengo 100 pesos en mi
cuenta de banco, 50 que usare para comer el resto del mes y 50 que no voy a
utilizar en ninguna de mis necesidades personales, pero que con gusto entregare
para una causa justa y dignificante para mi país; ofrezco
50 pesos a quien le escupa la cara Señor “Presidente”.
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