Por: Edwin Francisco Herrera Paz.
Es difícil contener las lágrimas mientras esto escribo. Apenas el domingo jugué el último partido de futbol con el pastor Roberto. A pesar de estar en el equipo contrario me aconsejaba: “usted patea bien la pelota. Practique los tiros de largo”. Ese mismo día por la mañana el pastor había ofrecido uno de sus mejores servicios en lo que se puede calificar como un cultazo. Aunque ya nos tenía acostumbrados a sus prédicas y a sus enseñanzas de altura, ese día el Espíritu de Dios se apoderó del pastor y de la congregación. “No dejen que el veneno de otros les cause daño”, nos dijo.
Es difícil contener las lágrimas mientras esto escribo. Apenas el domingo jugué el último partido de futbol con el pastor Roberto. A pesar de estar en el equipo contrario me aconsejaba: “usted patea bien la pelota. Practique los tiros de largo”. Ese mismo día por la mañana el pastor había ofrecido uno de sus mejores servicios en lo que se puede calificar como un cultazo. Aunque ya nos tenía acostumbrados a sus prédicas y a sus enseñanzas de altura, ese día el Espíritu de Dios se apoderó del pastor y de la congregación. “No dejen que el veneno de otros les cause daño”, nos dijo.
Al salir del culto me le acerqué y le manifesté lo mucho que me agradó su prédica. Aunque era cierto, en ese momento me vi compelido a decirle algo que sabía que le agradaría. Al día siguiente el sicario, el veneno de nuestra sociedad, acababa con la vida de un hombre especial, uno de los mejores hombres de Honduras.
Hoy, viendo hacia atrás, comienzan los sentimientos de culpa. Los “si tan solo.” Si tan solo ese día después del culto le hubiera dado un fuerte abrazo y le hubiera expresado lo mucho que significaba para mí y mi familia. Si tan solo hubiéramos insistido en mejorar su seguridad. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo. Si tan solo, si tan solo… Pero ahora ya es tarde. Se nos fue dejándonos un profundo sentimiento de orfandad.
El pastor Roberto Marroquín fue una persona a la que era imposible no querer. Solo un hombre de su talla pudo hacer que un agnóstico escéptico como yo se convirtiera en un decidido seguidor de Cristo.
Recuerdo por ejemplo hace unos cinco años, cuando apenas comenzaba yo a asistir a la iglesia, a mi madre se le diagnosticó cáncer de mama y sería intervenida en una cirugía en la que se removería el tumor. Durante el procedimiento quirúrgico, como en todos estos casos, el cirujano procede a extraer el tumor, toma una parte, la congela, corta unas láminas finas y lo envía a un estudio patológico. Cuando aun no concluía la cirugía, el patólogo nos dio su diagnóstico: Comedocarcinoma, el cáncer de mama con el peor pronóstico. Al terminar la cirugía le informamos esto al cirujano quien nos indicó que aun faltaba la biopsia definitiva. Sin embargo, siempre concuerdan los diagnósticos y debíamos estar preparados para que mi madre viviera solo unos meses más.
El pastor Roberto llegó junto a un grupo de hombres a visitarnos ese mismo día a la habitación de la clínica, en donde reinaba un ambiente lúgubre y de tristeza. Comenzó a orar, y durante la oración se arrodilló frente a la cama de mi madre. “En el nombre poderoso de Jesús, los diagnósticos serán cambiados,” fue parte de la oración.
Cinco días después hablamos nuevamente con el médico patólogo. –Las placas que estoy viendo no son de comedocarcinoma– nos dijo. –Estas placas son congruentes con un carcinoma papilar, una forma de cáncer mucho más benigna. Por más que veo, las placas procedentes de la biopsia por congelación no concuerdan con las definitivas de parafina–.
En días posteriores mi madre fue intervenida para la remoción completa de la mama. Luego, las obligadas quimioterapias y al día de hoy, cinco años después, no hay vestigios de cáncer. Tengo la firme convicción de que Dios escuchó la súplica del pastor aquella noche en la clínica, porque si había alguien en comunicación directa con los cielos, ese era el pastor Roberto.
Se me viene a la mente aquel culto en el que el pastor nos retó a retomar algún deseo perdido, algún sueño sin realizar o inconcluso. Durante el servicio nos dijo que en los siguientes días sucederían cosas que nos harían realizar nuestro sueño. Yo lo creí con todas mis fuerzas, pero me fue imposible en ese momento ubicar algún sueño inconcluso. La respuesta se me presentó al día siguiente. Recibí una llamada de un médico solicitando mis servicios como genetista. –Tengo un paciente con un posible síndrome de Cri du Chat y necesita un cariotipo–, me dijo. Yo le contesté que no contaba con un laboratorio de citogenética, pero conseguiría el número de un colega en Tegucigalpa que realiza ese tipo de exámenes.
Resulta que para conseguir el número del colega tuve que comunicarme antes con una amiga investigadora, quien después de proporcionarme la información me preguntó si yo había publicado mis estudios genéticos. Yo le dije que estaban incompletos ya que había perdido los datos de dos de los marcadores. Mi amiga me insistió y me dijo que el estudio le había parecido excelente y valía la pena publicarlo.
De inmediato y en un instante vi el panorama completo. Comprendí lo que antes no comprendía sobre las conexiones divinas y pude hacer un claro cuadro mental de mis artículos terminados y publicados. Inmediatamente puse manos a la obra y el estudio fue publicado en dos revistas científicas especializadas líderes mundiales en el tema: una de genética forense y otra de biología humana. Al final del segundo artículo, en los agradecimientos, tuve el cuidado de colocar el nombre de mi pastor. Traducido al español, dice así: “Al Pastor Roberto Marroquín, de Ministerios de Jesús, por sus palabras de ánimo”. No pudiendo agregar más en un artículo científico, se que estas palabras son insuficientes para expresarle todo mi agradecimiento.
El pastor Roberto era así. No perdía ninguna oportunidad para instarnos a luchar por nuestros sueños. Era un hombre que daba todo su tiempo y lo mejor de sí mismo para ayudar a los demás, para darnos palabras de ánimo, oportunas y siempre adecuadas para cada situación. Un hombre que insistía en que es más importante darle a Dios nuestro tiempo que pedirle. –Al templo se debe venir a adorar a Dios. Llegará el día en el que todos nuestros cultos serán de adoración–, insistía. Un hombre para el que la formación era mucho más importante que las emociones y cuyo objetivo era traer el Reino de Dios a la tierra cambiando la mentalidad de la gente. Un hombre para el cual la palabra “propósito” era la más importante del diccionario.
El viernes en su última clase de liderazgo antes de su muerte nos decía: “La persona que encuentra su propósito no puede descansar. Se desespera por continuar su obra.” Nos insistía en poner siempre nuestros valores en el centro de nuestras vidas. –Mi valor más grande es mi fe. Puedo perder todo, pero no me quiten mi fe–, nos dijo. De haber yo remotamente imaginado que sería su última clase, hubiera escuchado cada palabra con detenimiento, la hubiera estudiado y repetido y le hubiera agradecido el haber compartido su valioso tiempo y sabiduría con nosotros. Pero ahora ya es tarde. Ya está junto a Jesús adorando a nuestro Dios y disfrutando del destino de los justos, lugar al que no dudo que llegó sin hacer ningún tipo de escala.
Alguien me dijo ayer que el pastor Roberto Marroquín se llevó con él un pedazo de su corazón. Otra persona me dijo que el pastor no ha muerto, que lo llevaremos con nosotros en nuestra mente y corazón, y en sus enseñanzas. Yo creo que son ambas cosas. Se fue dejando un vacío imposible de llenar, pero nos heredó su espíritu de liderazgo, su pasión por Dios, y su fe inquebrantable. En estos momentos un profundo dolor nos embarga. Aun hay confusión por la partida de un verdadero Príncipe de Dios, pero sin duda la semilla que sembró en nosotros dará, a su tiempo, abundantes frutos. Le doy gracias al Señor por haberme dado la oportunidad de caminar a su lado estos últimos años.
A usted pastor Roberto le digo: yo sé que es posible que allá en el cielo esté armando su equipo de futbol de lujo, como solía hacer aquí. Le pido que por favor me reserve un lugar como volante, o al menos como defensa ya que tengo la certeza de que nos volveremos a ver. Mientras tanto lo voy a extrañar, mi amado pastor, mi papá espiritual, mi amigo, mi hermano.