Por: José María Castillo Hidalgo
“¿Cómo te atreves a pedirme agua?” Por el tono era más una rotunda negativa que una pregunta. Viendo en lo profundo de aquellos hermosos ojos negros, en un instante el sediento hombre pudo contemplar la plenitud de la angustia y el vacío en el alma de aquella mujer pueblerina, y pensó: ¿Cómo podría ella tener idea de la verdadera identidad de su interlocutor? ¿Cómo explicarle lo que implica mi presencia hoy aquí? ¿Cómo expresarle a lo que he venido? ¿Con que deberé comparar mi visión para que ella me comprenda?
Sus pensamientos, como siempre, más que palabras eran una serie rápida de vívidas imágenes que iban desfilando y circulando de manera vertiginosa. En un infinitesimal instante, vio en aquella sencilla mujer una semilla depositada en el suelo que germinaba y crecía hasta convertirse en un frondoso árbol en el cual los pajarillos construían nidos, y vio salir el sol sobre la montaña, y oyó el gorjeo de los pichones y el trinar bullicioso que hacían las aves al amanecer.
¿A qué se parece y con qué palabras describir lo que vas a sentir si me escuchas y llegas a entenderme? -Pensó-. Se adelantó al momento presente y vió, como en un destello, la manera en la que ella meditaría en sus palabras, y que permearían aquel delicado corazón estrujándolo, macerándolo. Y pensó: “¡Mmm, yo que consideré primero que ella necesitaba más que entender, creer!” En la visión que él estaba teniendo, ella respiraba profundo y lento y caminaba con pasos ingrávidos, y sin embargo bien puestos en el suelo; y es que aunque se le veía como que volaba en realidad su vida tocaba fondo. Vio cómo ella, en algún punto difuso, se desconocía a sí misma como una nave que en el mar, guiada por un instrumento de espontaneidad hasta entonces ignorado, hace un giro prodigioso y se convierte en algo distinto y nuevo enfilándose repentinamente, sin miedo, hacia un puerto inusitado.
Podía verla, y sentir lo que ella había de sentir. Cómo ella percibía que el tiempo transcurría lento y parsimonioso, como que la esperaba, pero todo se debía a su pensamiento correcto y que ese pensamiento se movía a la velocidad del halcón sobre su presa. Cómo ella, con cada acto y cada movimiento se inclinaba al bien y cómo libraba duras batallas contra el Maligno, porque cada día este insistía neciamente una y otra vez en hacerla caer, pero ella, aun más necia, resistía porque veía la importancia de cada acto de bondad, porque no hay actos de bondad pequeños... Cómo esa lucha constante que ella mantenía le ilustraba sobre la existencia de las fuerzas espirituales que, aunque invisibles, eran ciertas y trascendentales para el mundo material. Cómo cada detalle de su pasado tenía razón de ser, y cómo se daba profunda cuenta de que la Verdad es una sola, y está disponible para el que quiera verla con el corazón manso y abierto. Cómo los demás hombres y mujeres en el fondo de su ser compartían con ella el mismo mundo de sensaciones, emociones, temores y sueños, y cómo el miedo les hacía caer siempre en el error, lo que le producía una profunda lástima. Si tan solo tuvieran fe –pensaba-, aunque fuese pequeña (¡ja ja ja, tal como he venido yo insistiendo!).
Y también la veía reprobar con dureza el error moral que hacía que los hombres extraviaran su camino. Cómo ella en el futuro veía que el fin jamás justifica los medios, porque al contrariar la jerarquía los seres se pierden y luego nada tiene sentido, y el medio llega a convertirse en el mismo fin. Y vio cómo el conocimiento de la verdad la hacía digna, humilde y fuerte a la vez, y cómo estaba dispuesta a esperar los acontecimientos que la vida le deparara, cualesquiera que estos fuesen, con la mirada al frente. Cómo las fuerzas del bien estaban de su lado, y que en todo prosperaba sin siquiera tener que preocuparse. Cómo ella sabía que ahora, lo que ella decía y lo que ella era, se fusionaban en una misma cosa, lo que le proporcionaba un gozo superlativo. Cómo ella lograba comprender que la justicia entre fuerzas cósmicas es distinta de la justicia que inventan los hombres, aunque a ratos se conjugan. Cómo el amor se confunde con el bien y es la razón última de la existencia, y cómo ese sentimiento hacía que todo valiera la pena y adquiriera sentido, y si...en efecto, esa fuerza que ella percibía se podía comparar con aquella que hace que la piedra sideral que habitamos revolotee alrededor de su brillante sol.
Vio que ella de alguna manera extraña estaría presente aquel día en que Él, con la mirada brillante y serena, pronunciara las palabras de aquel discurso en la montaña, el cual ella entendía en toda su extensión, captando toda su fuerza, y cómo advertía que cada palabra encajaba como los dientes de una boca hambrienta en una manzana sin gusanos ni culebras, ja! Cómo ella sentía que desde el cielo la miraban con satisfacción. Que ella como mujer era un ser privilegiado y hermoso y lo podía irradiar y se daba su lugar ante los demás seres que comparten el universo y ¡Hasta las fieras serían mansas en su presencia!
Cómo ella comprendía que el mensaje de los antiguos profetas NO era equivocado, sino que debía cumplirse en el Hijo para asimilar así la verdadera dimensión que satisface al Padre, trascendiendo su existencia a la de ser simples leyendas. Esta humilde mujer –pensó- vería la gloria que muchos reyes apenas soñaron, y la sabiduría que los doctos anhelaron, y vería cómo los ángeles suben y aterrizan. ¡Ella vería que la piedra que rechazó el Arquitecto habría de servir de esquinero en el edificio que ha de sostener el cielo!
Los pensamientos, en tropel y desbocados, no querían detenerse, pero el Sediento dijo: ¡Basta! Y con fragor sordo las imágenes y sonidos se detuvieron impactando contra sus párpados...había terminado un pestañeo. Sus tranquilos ojos vieron de nuevo los colores de la dimensión desértica que enmarcaban a la mujer que lo miraba más bien intrigada. La brisa cálida y reseca y unos granos de arena dispersos salpicaban y hacían ondear la kufiya del sediento.
-Mujer, si pudieras ver más que con tus ojos, te darías cuenta de quién soy, y tú serías la que me pediría agua viva a mí-. La mujer sonrió con un gesto...
¡Ni siquiera tienes con que sacar agua! –Le respondió-, pero en el intercambio, el sediento le explicó que si ella bebía el agua que él quería darle, jamás volvería a tener sed.
¡Qué negociazo! –Pensó la mujer-. Así no tendré que trajinar todos los días con este cántaro en la cabeza.- Pero por su lado, también el sediento aquella tarde, se acarició las manos mientras pensaba: “A esta gente ya les enseñaron sobre la venida y esperan un Salvador, esto está más fácil todavía...en verdad uno es el que siembra y otro el que cosecha”.
Ese día y el siguiente en Sicar la palabra fue aprovechada por muchos para satisfacción de aquel que llegó con sed, pues la mujer les dijo: “vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho, quizás es el Mesías”. -En verdad, si que lo es, -pensaron los del pueblo después que aquel que llegó sediento les hablara y continuara su camino, mientras conversaba y reía con su comitiva, a quienes en confianza y "off the record" les decía: La sed es algo relativo…
Véase Jn 4, 1-42.
JOSE MARIA CASTILLO HIDALGO
Roatán, Noviembre 23, 2010.
“pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna”. Juan 4:14
San Juan, Puerto Rico. República Dominicana. Buenos Aires, Argentina. Uruguay.
San Juan, Puerto Rico. República Dominicana. Buenos Aires, Argentina. Uruguay.