sábado, 15 de mayo de 2010

¿En qué se parece un chimpancé a su compañero de trabajo?

Edwin Francisco Herrera Paz

¿Se ha preguntado alguna vez por qué usted hace lo que hace? ¿Se ha preguntado si su comportamiento está condicionado culturalmente o genéticamente? Pues, en parte es genético y en parte cultural, aunque no se conoce con exactitud la magnitud de la influencia de cada uno. Por ejemplo, es posible que la tendencia femenina a usar esas enormes carteras parta de algún tipo de impronta genética. Los cientos de miles de años de existencia del ser humano como cazador-recolector debieron dejar su huella en el genoma. Pero si retrocedemos aun más en el tiempo, observamos que compartimos muchas de nuestras características de adaptabilidad con nuestros primos los primates. Lo que sí es claro, es que la genética condiciona el hecho de que el cerebro posee una enorme plasticidad, capaz de adaptarse a los más disímiles ambientes sociales.
Ilustraré la adaptabilidad de la percepción del tiempo y la velocidad con un ejemplo de mi propia experiencia. Yo vivo en Honduras, un país en vías de desarrollo en donde la vida transcurre de una manera bastante relajada, pero las vueltas del destino me llevaron a la ciudad de Nueva York, en donde laboré por algún tiempo como vicecónsul de mi país. En aquel entonces, las oficinas del Consulado se encontraban ubicadas en una de las zonas con mayor actividad humana del mundo: Wall Street.
La primera vez que recorrí las 8 cuadras que separaban la estación del subterráneo con mi sitio de trabajo, mi mente, adaptada a la vida lenta de mi ciudad natal, captaba las imágenes de las personas caminando a mi alrededor como aceleradas a unas diez veces lo normal. Me preguntaba si algún tipo de “locura por la velocidad” se había apoderado de los neoyorkinos, o si quizá se habían contagiado con el virus de la “velocitis a patitis”, cuyo principal síntoma es la marcha rápida.
Todas las personas vistiendo sus trajes formales de primavera, que contrastaban con sus zapatos deportivos Nike o Adidas, me rebasaban. Todas, sin excepción. Y mientras más miraba aquel alboroto de almas más me resistía a ser contagiado por el virus. Me prometí a mí mismo jamás caer en la enajenación de aquella vorágine neoyorkina. Dentro de los trenes el ambiente no era esperanzador. La mayoría de los pasajeros viajaba de pie. La mayor parte se dormía, pero uno que otro cantaba o recitaba algún poema en voz alta. No faltaba alguno que entrara o saliera del tren caminando de espaldas. ¡Están todos locos! Me decía a mí mismo.
Pasaron los meses y llegó el verano, y luego el invierno y luego de nuevo la primavera, y ya no me acordé más de mi promesa de no rendirme a la locura. No me acordé. Al menos no hasta que retorné a mi terruño. Mi padre nos recogió en el aeropuerto y en el trayecto a la casa, recuerdo claramente experimentar de nuevo la misma extraña sensación a mi llegada a la gran manzana, pero a la inversa. Parecía que el mundo transcurría en cámara lenta, incluyendo los carros en las calles y el movimiento de las personas.
La lentitud con la que transcurría el tiempo era desquiciante, y fue entonces que los recuerdos de los meses anteriores cruzaron por mi mente, como un destello. Fue entonces que recordé que caminaba por Wall Street a la misma velocidad que los demás, pero no pude recordar el momento preciso en el que comencé a hacerlo. Recordé que después de unos meses de mi llegada a la “ciudad que nunca duerme” ya me encontraba yo durmiendo de pie en los trenes, despertando solo unos instantes antes de llegar a mi estación. Recordé las veces en las que canté en la calle, en voz alta mientras caminaba, y nadie parecía notar mi existencia. Y fue allí cuando me di cuenta de la adaptabilidad del órgano pensante a diferentes ritmos de vida y a diferentes entornos culturales.
A eso se debe en gran parte el que usted actúe como actúa. A la culturización a partir de la imitación. Es así como asimilamos leyes, normas y costumbres aunque no las comprendamos. A esa parte de la herencia que no es determinada por los genes, pero sí por esa plasticidad cerebral condicionada genéticamente; a esas unidades de conocimiento transmitido de una generación a otra y por el colectivo social son a las que se les ha dado en llamar  “nemes”. A pesar de eso, es posible que la evolución cultural determinada por lo nemes vaya de la mano con cierto grado de adaptación genética, al menos en las culturas milenarias y geográficamente aisladas.
Y esa plasticidad cerebral, ese conformismo al estado social actual, la compartimos con los grandes simios antropomorfos. He aquí un experimento que usted puede realizar fácilmente en la comodidad de su casa. Primero, consígase cinco chimpancés y métalos en una jaula. Coloque en el centro de la jaula una banana colgando, y coloque una escalera que llegue a ella. Cuando alguno de los chimpancés suba a la escalera e intente alcanzar la banana, diríjales a todos un fuerte chorro de agua. Repita esto unas tres veces y notará luego que cada vez que un chimpancé intente subir por la banana, el resto lo detendrá y hasta lo agredirá.
Ahora, saque uno de los chimpancés y meta uno nuevo. El nuevo intentará alcanzar la banana, pero los demás lo impedirán y lo agredirán. Después de un tiempo, saque otro de los chimpancés originales y cámbielo por otro nuevo. Intentará alcanzar la banana pero los otros lo impedirán. Repita la acción de cambiar chimpancés hasta que haya cambiado los cinco. Al final, ninguno de los chimpancés intentará alcanzar la banana, pues los otros se lo impedirán, pero ninguno de los chimpancés sabrá por qué ya que ninguno de ellos habrá recibido un chorro de agua.
Bien, si no puede realizar este experimento, ya sea porque no cuenta con chimpancés, con una jaula, con una escalera o con una banana, no se preocupe. Solo llegue a su trabajo y pregunte a sus compañeros de dónde surgen las políticas de la empresa. 
Y para terminar, ¿Sabe que es más importante para el desempeño artístico, intelectual o deportivo en la vida de sus hijos? ¿El buen acerbo genético? ¿O una adecuada estimulación? Bien, ambas cosas son importantes, pero una buena estimulación estará siempre sobre el transfondo genético, claro está, cuando este último se encuentra dentro de cierto rango de normalidad. Pero sobre todo y según los últimos estudios en la materia, aun por sobre una gran estimulación se encuentran la práctica constante y la motivación. Un niño (o un adulto) altamente motivado se sobrepondrá a las adversidades y limitaciones impuestas por su genética o su ambiente y con la práctica, podrá elevar la ejecución de su arte, ciencia o deporte a la categoría de maestría. Así que si usted desea que su hijo sea un genio de las matemáticas, o quizá un virtuoso del saxofón, deberá usted encontrar la mejor manera de motivarlo. Y eso es lo realmente difícil. 
Saludos. 

1 comentario:

  1. Hola Doc!
    Hace tiempo no me asomaba a leer el blog. Bonito banner.
    Ese ejemplo de los monos me recuerda a aquel correo de cómo cazar Puercos salvajes, en el cual los cerdos se acostumbraban a comer en un mismo lugar alimento que los cazadores esparcían intencionadamente todos los días para atraparlos. Primero se construía una cerca, luego otra y así sucesivamente todos los días hasta que los cerdos quedan encerrados. Luego, empiezan a comer el maíz fácil y gratis. Se quedan tan acostumbrados a eso que se olvidan como cazar por sí mismos, y por eso aceptan la esclavitud. Y el ciclo se repite generación tras generación. Claro que nada es gratis (chicharrón, mantequillita y candinga).
    En cuanto a lo del acervo cultural, considero es bilateral tanto por el ambiente núcleo familiar como por personalidad implícita en el niño.
    Se debe tener precaución con lo de la estimulación, muchos padres lo usan como un intento desesperado de COPY-PASTE.
    Algunos progenitores quieren que sus hijos sean iguales a ellos cuando jóvenes y se desempeñen igual que ellos.
    O les regalan cosas que ellos hubieran querido cuando niños. Al final es solo un modo de satisfacer un capricho rezagado de la niñez.

    También hay padres que consideran que aprender un instrumento musical no trae beneficio alguno y solo es pérdida de tiempo, o se burlan de el niño cuando este canta o quiere aprender a tocar un instrumento.
    En cambio está el típico padre con medio ceso que quiere que su hijo sea igual de fanático que el al futbol. Pero le sale el tiro por la culata y resulta que el hijo no es aficionado a correr como un animal atrás de una bola de caucho inanimada. Y si por desgracia viven en Honduras, toda la familia y sus compañeritos de escuela se burlaran del niño por ser distinto.

    Si se cruzan dos superdotados no precisamente darán a luz a un niño genio.
    Si se cruzan dos tontos no precisamente darán a luz un niño tonto.

    Creo que los padres deben dejar que el hijo decida por sí mismo. Y apoyarlo cuando este desee aprender cualquier actividad, por mínima que parezca ante nuestros ojos.

    Gracias a Dios por la variabilidad de gustos.

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