Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Quiero hablarles un poco de
aquel refrán que dice: “De médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.
De poeta todos tenemos mucho
o poco. Basta con que los embates o las maravillas de la vida nos sorprendan,
añadido esto a un poco de inspiración y ¡zas! Componemos un poema. De loco, pues
depende del apellido tanto como del ambiente. Basta con que hayamos crecido en
el barrio o la familia propicios combinado esto con un poquito de genes para
que ¡zas! seamos unos locos desquiciados. Y si combinamos ambas cualidades
(poeta y loco) podríamos componer los más increíbles y melodiosos sonetos, como
los de un amigo mío. Las de poeta y loco son cualidades profundamente humanas.
Pero, ¿A quién se le habrá ocurrido que también todos somos médicos? ¿Por qué
no se les ocurrió que de ingenieros o abogados todos tenemos un poco? Naaa,
tenía que ser de médico.
Galeno de Pérgamo |
Los llamados galenos de
cariño en memoria del genial Galeno de Pérgamo, estudiamos ocho años para fórmanos
como médicos generales. Son ocho años de quemarnos las pestañas tratando de
comprender la naturaleza humana en sus más diversas manifestaciones. ¡Ocho años
de estudio tratando de embucharnos el conocimiento universal de las ciencias
biomédicas en los 1600 ml. que se encuentran entre nuestras orejas, para ser un
simple “médico general”!
Durante el internado debemos
desvelarnos cada tres días en jornadas de trabajo de hasta 32 horas
consecutivas. Les hacemos los mandados a los residentes de primer año y
añoramos estar graduados para ser nosotros también residentes. Cuando al fin nos
graduamos y entramos en una especialidad la cosa no cambia. El residente de
primer año le hace los mandados a los de segundo, los de segundo a los de
tercero, y los de tercero al todopoderoso especialista, una especie de semidios
casi que omnisciente.
Cipote empachado |
¿Pero saben lo más simpático
de esta situación? Cuando por fin somos especialistas, después de estudiar por
11 a 15 años, nos sentamos detrás de un escritorio a interrogar un paciente, lo
revisamos minuciosamente tal como nos enseñaron nuestros maestros, damos un
diagnóstico lo más acertado posible, recetamos un medicamento, y ¿saben qué? En
menos de lo que el Congreso aprueba una ley chueca ya la vecina nos ha echado
diagnóstico y tratamiento por el suelo. “No le hagás caso a ese doctor”, le dice
la mencionada vecina a nuestra paciente. “A Chencha le dijeron lo mismo y era
empacho. Te voy a dar una sobadita y un purgante y vas a ver cómo se te va todo
a la porra…” Y hablando de males populares me preguntó una venerable viejecita con un solo diente el otro día: "¿Usted no cree en el empacho Doctor?", a lo que yo le contesté: "Mi venerable señora, yo creo en Dios, y tal vez también creería en el empacho si fuera religión".
Pero no solo la vecina o el empacho nos hace quedar mal ante el paciente. Mi esposa me puso una queja. Verán, ya es tradición que debido a la recesión, o mejor dicho a la
falta de biyuyo típica de estos tiempos,
a la gente le duele más pagar la consulta con el médico que su dolor de verdad,
por lo que prefiere consultarle a la dependienta de la farmacia. Dice mi esposa
que el otro día llegó a una farmacia mientras la dependienta, con aires de
Premio Nobel, recetaba una tableta de antibiótico para una infección a una
pobre paciente, la cual compró el producto y se marchó dispuesta a seguir las indicaciones
al pie de la letra sin saber que en lugar de curarse, lo que estaba haciendo
era ayudando a la bacteria a transformarse en un ser indestructible. Cuando le
tocó el turno de ser atendida a mi esposa, que es médico, la dependienta la
quedó viendo sobre el hombro y le preguntó: “Y usted, ¿qué quiere?” Mi esposa
le contestó con indignación: “Cualquier cosa, menos consulta”.
No me malinterprete. No es
mi intención denigrar la labor de la dependienta de la farmacia ya que es una
ocupación tan loable como cualquier otra. Lo que digo es que daría lo mismo que
la señorita diera consulta jurídica, sin embargo ningún abogado permitiría
esto. ¡Válgame Dios! ¿Qué dirían los magnánimos jurisconsultos? ¿Se imagina
usted preguntándole a la muchacha sobre la mejor manera de sanear la hipoteca
de su casa? Pero como no se trata de su casa sino de su integridad corporal,
pues no importa. Total, uno se muere y ya, mientras que la casa queda…
Otro asunto es que todo el
mundo acosa al pobre médico con sus consultas de salud. Uno va al mecánico que
le cobra un ojo de la cara por cambiarle un par de piezas al aire acondicionado
del carro, y luego el mismo mecánico le dice muy cortésmente: “gracias doctor.
Y a propósito, ¿qué me recomienda para estas almorranas que no me dejan vivir?”,
o algo por el estilo. Y entonces uno por fuerza debe contestarle porque, claro,
si no lo hacemos entonces somos inhumanos. Aunque usted no lo crea a mí me pasó
algo similar. Yo, siempre termino dando consulta gratis por todos lados, pero
esa vez me indignó tanto el altísimo recibo por la reparación de mi carro que
mandé al mecánico a que lo viera un amigo que es muy buen médico. Lo que no le
dije es que mi amigo es urólogo, fanático del examen de la próstata.
Por eso le digo, puede que
usted sea un redomado poeta, o puede que esté medio loco de parte de padre, pero
le ruego que no recete ni se recete usted mismo. Si no pasó por los vericuetos
de la Facultad de Medicina, entonces usted tiene de médico lo que yo tengo de
jugador de harpustrum. O sea, nada.
Le deseo un feliz y
saludable día.
Un gusto leer siempre Dr.
ResponderEliminarGracias Carlos.
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ResponderEliminarTiene Ud. mucha razón a veces por querer ayudar perjudicamos. Muy buen mensaje! Dios lo bendiga Dr.
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