sábado, 22 de octubre de 2011

La Veracidad del Mundo Físico y el Color que No Existe

Por: Edwin Francisco Herrera Paz. ¿Se ha puesto a pensar alguna vez sobre la veracidad del mundo que le rodea? Generalmente no reflexionamos sobre la verdad del mundo físico debido al proceso de adaptación que experimentamos desde la más tierna infancia. Damos por hecho el discurrir del tiempo, que todo efecto va precedido por alguna causa, que otros seres similares a nosotros mismos ven el mundo de manera similar, y que lo que experimentamos es fiel reflejo de la realidad. 

Sin embargo la filosofía popular nos ha mostrado a través de películas como “The Matrix” que la realidad bien podría ser una simulación. Las especulaciones de este tipo están basadas en la ciencia real, y no es difícil imaginar la existencia de seres vivos en un mundo simulado de ceros y unos. Si fuéramos los artífices de una simulación así, podríamos inventar mundos a nuestro entero deseo.

Podríamos ir un paso más allá y conectarnos nosotros mismos a los seres simulados y vivir las experiencias de esos seres virtuales. Entonces nos convertiríamos en una especie de avatares, con una existencia real pero con nuestros sentidos conectados al mundo virtual. Si nuestra memoria del mundo físico fuera eliminada, no habría forma de saber que en realidad vivimos en un mundo virtual.

Corteza somatosensitiva en el
lóbulo parietal
Lo que nosotros experimentamos como seres humanos no es en absoluto la verdadera realidad física. Para poder interpretar y responder al nuestro ambiente, las señales externas tienen que ser convertidas por completo mediante un proceso de transducción, de la misma manera en la que un aparato de radio decodifica una señal electromagnética y la convierte en sonido.

Cada uno de nuestros sentidos nos informa del entorno por medio de señales de conducción eléctrica enviadas directamente a nuestro cerebro. Podemos “censar” el mundo por medio de nuestros sentidos. Pongamos el tacto. Dicho sentido está construido por un gran número de receptores en la piel que responden a los cambios mecánicos enviando señales eléctricas que llegan a la corteza cerebral sensorial, encendiéndola o “iluminándola”. Pero dicha iluminación puede ser inducida mediante estimulación directa, digamos, por medio de un electrodo colocado directamente sobre la corteza. Por lo tanto la percepción de un objeto en contacto con nuestra piel no tiene que ser real para poder ser experimentada.

Con cada uno de nuestros sentidos podemos calcular la intensidad de los estímulos. Un estímulo más intenso hará que las señales se envíen a una mayor frecuencia. Pero para poder discriminar entre una enorme gama de intensidades, el sistema nervioso debe modular la señal y ser comprimida en una escala logarítmica. Esto es, un estímulo con el doble de energía será captado por nuestro sistema nervioso como levemente más fuerte. Lo mismo es cierto para el tacto, la intensidad sonora, o la lumínica. En ningún caso nuestra percepción es un reflejo absolutamente fiel de la realidad.

Pero como estamos tan acostumbrados a captar el mundo de esta manera, la cual hemos aprendido por medio de ensayo y error, no nos damos cuenta de la irrealidad de nuestras percepciones, y ejemplificaré esto con nuestra experiencia de los colores.

¿Que es el color? Es simple y sencillamente la percepción de la longitud de onda de la luz. ¡Y no hay nada más extraño en este mundo que la luz!

La luz está compuesta de partículas llamadas fotones. Todos podemos intuir lo que es una partícula. Es algo material, tangible, con un peso determinado. Pero las partículas de luz tienen la singular característica de no tener masa. O sea, un fotón es una partícula que lo es pero no lo es al mismo tiempo. Y como no tienen masa, son las partículas más veloces. Ninguna otra cosa en el cosmos puede alcanzar la velocidad de la luz, o al menos eso es lo que propone el paradigma de la relatividad especial.

Bestiario de partículas subatómicas
De acuerdo con las rarezas descritas por la física cuántica, el fotón, como toda otra partícula, tiene una naturaleza dual. Es decir, además de partícula es una onda, algo sin parangón en nuestro mundo cotidiano. Y como es una onda entonces un fotón tiene una frecuencia y una longitud de onda.

Pues bien, la longitud de onda de un fotón es la que determina su energía y la que lo ubica en algún lugar del llamado “espectro electromagnético”. Los seres humanos y los demás seres biológicos solo podemos detectar una pequeña parte del espectro electromagnético. Esto es así por una razón evolutiva práctica: los fotones en la parte media del espectro son los más abundantes en la luz del sol, y los únicos que logran pasar por completo la atmósfera terrestre, por lo tanto pueden servir para la detección de objetos por medio de la vista. Pero la luz visible es solo esa pequeña parte del espectro que se encuentra entre las longitudes de onda de 380 nanómetros, correspondiente a la luz violeta, y los 780 nanómetros correspondientes a la luz roja.

Espectro electromagnético
La retina humana es un órgano fotosensible, es decir, con la habilidad de detectar los fotones reflejados en la superficie de los objetos, y por ende, con la facultad de reconstruir las imágenes. Las células fotosensibles son de dos tipos: los bastones, que contienen pigmento que detecta los fotones independientemente de su longitud de onda, y los conos, que son de tres tipos: rojos, verdes, y azules. Cada uno de estos tipos contiene un pigmento fotosensible particular que detecta los fotones en un rango determinado de longitud de onda. Los conos rojos, por ejemplo, detectan la luz de longitud de onda desde los 490 nm hasta los 780, pero su máxima sensibilidad se encuentra alrededor de los 600 nm, correspondiente a la luz anaranjada.

Cuando observamos una luz compuesta de fotones de todas las longitudes de onda visible, los tres tipos de receptores se estimulan y el cerebro lo interpreta como blanco. Lo contrario a esto es observar una sola longitud de onda. Este tipo de luz se denomina monocromática. Cada color de la paleta tiene una longitud de onda asignada en el espectro electromagnético. Pero, ¿Qué sucede cuando observamos luz compuesta por fotones de dos longitudes de onda diferentes? En este caso la retina hace un cálculo interesante: promedia las dos longitudes de onda y observamos el color correspondiente a la luz monocromática de ese promedio.

Conos y bastones en la retina
Por ejemplo, si usted juntara un haz de luz monocromática, digamos, de 450 nm (azul), con uno de 650 nm (naranja) de la misma intensidad, ¿Qué observaría? Pues una luz verde correspondiente a la misma sensación que produciría un haz de 550 nm. Por eso, no hay manera de saber si el color que estamos viendo en un momento determinado es monocromático o una mezcla de colores que producen la misma sensación que ese color.

Lo anteriormente dicho es cierto para toda la gama de colores del espectro, excepto para uno. Un color que no existe. Un invento de nuestra mente cuya causa sigue siendo un misterio para físicos y fisiólogos. Si mezclamos luz roja de 700 nm o más con luz violeta de 400 nm o menos, al promediar las longitudes de onda deberíamos observar el color verde de alrededor de 550 nm. Sin embargo, misteriosamente esto no sucede. En su lugar la mente crea el color rosa. O sea, el color rosa no existe ya que no tiene un equivalente monocromático; no tiene ninguna longitud de onda asignada en el espectro electromagnético.

Es duro para los que gustan de ese color. ¿De qué manera se le explica a una niña de seis años que su más preciado tesoro (su peluche de Hello Kitty) en realidad no existe? ¿Qué da lo mismo que tenga una amiga secreta porque el dulce animalito es solo producto de una jugarreta de la mente? ¿Cómo se les explica a los jugadores del Motagua de Tegucigalpa que lo mismo les daría salir al campo sin camisola porque la de color rosadito que tienen es inexistente? No lo sé. Tal vez con mucho tacto.

Pero esa es la triste realidad, y una evidencia adicional de lo engañados que estamos al confiar en nuestros sentidos para interpretar el mundo físico. El color rosado es un fantasma de nuestra consciencia, un vestigio, o tal vez el relleno de algún bache evolutivo cuya naturaleza se nos escapa. No debería existir, y sin embargo existe.


Al igual que las misteriosas partículas que lo componen, el color rosado es y no es al mismo tiempo, y su existencia depende por entero de la existencia de nuestra propia consciencia. 

4 comentarios:

  1. Que excelente artículo Edwin. Información interesante, tratamiento del tema con maestría y una prosa impecable.LO FELICITO. JMCH.

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  2. solo existen dos colores base : Blanco y negro...
    Ambos son necesarios para existir. Si no ha oscuridad no puede verse el blanco...

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  3. Qué interesante! me sorprendió lo del color rosa! Saludos!

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