Por: JOSÉ MARÍA CASTILLO HIDALGO.
Había pasado bastante tiempo, más de un año tal vez, desde que todo terminó. Ciertamente aquella relación había acabado como empezó: De repente. Una furia, una mirada vacía, un disimulo y a volar. Tres años de nuestras vidas que fueron un mar tormentoso, se corrieron por la cañería en un instante y no quedaría más nada, a no ser por un cierto sabor a desconcierto, unas cicatrices amorfas invisibles y estas líneas torcidas que con un sentimiento vago, hoy escribo.
Ahora que lo pienso fríamente, fue una mano de baraja arriesgada la que sin vacilaciones aceptamos jugar y hacer fuertes apuestas, no obstante que invariablemente, los pronósticos parecían reservados, por las brechas, por las diferencias, por los abismos.
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Como suele suceder, fue por medio de una intermediaria que convenimos en volver a vernos. Inmediatamente que la vi, las sinapsis sucumbieron con un sordo estrépito. Porque ciertamente todavía tenía presente cómo mis entrañas fueron arrojadas en la carretera panamericana y les tocó ser arrolladas por los cabezales, los traileres, las volquetas, los buses, las carretas, las motos, las bicicletas, los semovientes y los simbiontes que llenos de guaro regularmente la recorren zigzagueantes los domingos y demás días de fiesta nacional.
Nos reunimos para estar solos, pero rápidamente mi corazón recuperó el mismo ritmo pausado con que había llegado, pues de propia cuenta ya no quiso dejarse embrujar por aquellos enormes ojos negros de miradas lánguidas, por aquella piel canela rugiente, los labios voluptuosos y trémulos, los dientes blancos roedores, las curvas con despeñaderos, el toqueteo juguetón que avanza con paso firme a redoble de tambor y aquella sonrisa, pórtico de la feria, la pachanga, el revolcón y el desvelo.
Todo cambia y todo cambió. Y todo volvería a cambiar una vez más cuando después de las demás circunstancias que se dieron, ella habló. Cuando empezó a hablar fue para decir cosas banales y coloquiales, pero sirvió para que sintiera su voz como el timbre de arranque para retomar interna, silenciosa y paralelamente a lo que actualmente hablábamos, el hilo de las disputas, los alegatos, los disgustos, en el mismo lugar en donde los dejamos. Parecía que de una manera extraña y mágica nuestras emociones habían seguido a pie juntillas en contubernio tácito, el consejo de mi abuelita para que NO se extravíen las cosas: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”, allí estaban pues, cada tópico de discusión en su casillero y todo disgusto con su placa de identificación, grande y de colores surtidos.
Allí, detrás de lo que en apariencia decíamos, estaban los fantasmas de las diferencias de criterio ululando, las estribaciones heterogéneas lanzando improperios, el grito subseguido del mutis llorando a moco tendido, los labios empurrados haciendo crujir los dientes, en fin, el síndrome de discutir por discutir que se cernía y amenazaba con volver con una venganza y una mochila de acampar, y que se alistaba a acometer como una locomotora con bayoneta en ristre. Y se asomaban allí no mas, el estómago que se retuerce, la célula recóndita que convulsiona, la garganta atravesada por un cucharon sopero y el alma misma que se carcome desde su centro porque de manera magistral se le espolea el odio a sí misma y que de manera paradójica, tiene mil y un ardid para empajarse en el alma ajena, pero NO ha sido capaz de crear una estrategia para protegerse a sí misma de las agresiones exógenas, reviviendo en nosotros mismos una vez más, los conflictos psicosexopasionales ancestrales y atávicos, hasta descender a la raíz del árbol mismo, donde el mono sin un paraguas, se encuentra protegido contra la lógica pero NO de la inclemencia y la grosería que nos llueve desde los poros, y que a ratos se arrepiente de haberse vuelto humano.
Después de esto y aquello, NO podía saber qué tanto ella sentía lo mismo que yo, pues ya sus ojos NO me decían nada, pero en sí, básica y definitivamente yo sentía apenas un alborozo derretido y superficial, una reminiscencia fundida, un despertar que descubre que todavía NO es la hora de despertar, mientras danza en las afueras el hastío del mediodía. Y aunque nuestras manos se encontraron instintiva y automáticamente, y la sentí tibia, NO me calentó el corazón ni me motivó la sinrazón. La sentí suave pero mi corazón se encasquilló y aunque la sentí húmeda como un oasis en medio del desierto, mi corazón se sintió harto y autosuficiente, como una represa hasta el tope. No de su océano, que nunca iba a estarlo, sino de aquellas discusiones, de los alegatos y berrinches, que como ríos jamás dejarían de fluir entre nosotros aún transitando en los laberintos del silencio.
Al terminar nuestro encuentro y al avanzar el taxi en que nos movilizábamos, pude vislumbrar que NO. Ya no discutiríamos y NO precisamente porque ya NO tuviéramos nada que discutir. Entonces ella me dijo para enfatizar alguna de sus expresiones que venían a través de un agujero de gusano en forma de un eco malsano: “Nadie es más que yo ni nadie va a gobernarme. Ni aquel por ser supuestamente más inteligente ni más preparado, ni aquella por ser dizque más bonita, ni ese por ser de la nobleza inglesa, ni este otro por ser un ricacho. Ni este por ser hombre y yo una simple mujer o por ser este blanco o porque es negro, mestizo, cobrizo o chinizo. Nadie vale más que yo, porque todos somos iguales.” Yo voltee al lado opuesto, aunque sin soltarle la mano, y vi los transeúntes anónimos y dispares aplastando las aceras, los edificios desordenados y descoloridos, el cielo encapotado y las antenas de la telefonía celular con miles de voces, calladas de mentira, desentonando.
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Sentí un pasmo agolparse en mis venas del cuello y pude ver nuevamente directo a aquellos ojos negros que tanto había adorado tan cerca de mí. Inspiré hondo y dejé escapar una respuesta que hacía un instante exigía volver por sus fueros: “¡Jesús y María Magdalena, claro que NO! Casi nadie es igual. Hay quien se esfuerza toda la vida y hay quien se acomoda en toda su extensión y sus variantes intermedias, y en lo único que se parecen, es que todos quieren lo mejor, lo más fino, lo más arreglado. Hay quien es bueno y quien es malo, no intrínsecamente pero si por equivocar el ángulo óptico de las cosas, y así NO consiguen que las cosas funcionen ni se mejoren, pero NO por ello dejan de querer para sí lo mejor, porque NO entienden la diferencia. Las personas NO valen igual porque hay unas que son más útiles a su prójimo, les resuelven los problemas, les dan vida a los proyectos de vida, y saben ser justas aunque NO dejan de tener presente que NO son dueños de la justicia, pero hay otras que NO saben ver más allá de sus propias narices, mi vida”.
En ese momento el taxista miró por el retrovisor directo a mis ojos pero se calló algo que creyó iba a decir... con un leve gesto le agradecí y continué: “Lo que pasa es que yo soy yo, y en ese sentido, ciertamente yo soy el punto de partida para todo, y desde allí yo soy lo más importante y de lo que depende si hay o no vida, mi vida, pero para ser realmente importante para los demás debo abandonar mi propio punto de partida”. Y para mis adentros pensé un viejo pensamiento con un nuevo matiz: Esto parece que NO es algo de fondo sino de forma y NO nos afecta directamente ni es vinculante para ella ni para mí, pero lo que sí nos abruma desproporcionadamente es este maldito resabio de discutir, del cual mientras estemos juntos y vivos, ya NO podremos escapar. Justamente alcanzábamos el lugar donde, por la ruta que llevábamos, yo tenía que bajarme primero. Pagué las carreras, le di un beso y me bajé. Ya desde la calle agachándome un poco le dije: “Nos vemos”. Ella permaneció inmóvil, sentada con la falda amarilla y corta sobre las piernas cruzadas, con la mirada fija precisamente donde yo NO estaba y con una lágrima prieta rodando en la mejilla le dijo al viento: “A saber dónde”. El taxista arrancó violentamente haciendo chillar las llantas y le quedó de pelos.
Post Scriptum:
Cuando ella dijo la palabra “chinizo” me hubiera gustado decirle: Fijate que tu expresión me parece muy afortunada para designar al grupo humano de ojos rasgados, como ser los japoneses, coreanos, filipinos, etc., incluidos los propiamente chinos. Me parece superior a “oriental” porque la ubicación es relativa. Nosotros estamos al Oriente de ellos si tomamos hacia la derecha en el globo terráqueo en la forma en que convencionalmente se representa y de todas maneras son varios y de distintas características los grupos humanos propios de “Oriente”. Y mejor que asiático, porque el grueso de la población de la India, que NO es poca, es también asiática amén los árabes, etc, pero son de “tronco blanco”, (aunque es bastante común el color oscuro de piel) y sin ojos almendrados. Y mejor que achinado, porque achinado soy yo y mi vecina, por tener los ojos rasgados (pero sin el pliegue epicántico característico y sin los otros rasgos mongoloides).
Decirle a una mujer “china” a secas es inexacto, porque puede significar que es de la China, bien o no con los rasgos de la “raza amarilla” o que es achinada aunque NO de la China o que es lampiña pero oriunda de estos lados o una variedad de “mestiza” del Caribe o por ser la empleada doméstica que cuida a los niños. Tan es así que a los niños cuando se les levanta de donde están se dice que se les “chinea”. A propósito, para los propiamente “indios” de la India (y que tienen las características del grueso de la población de la Península Indica) que tal el neologismo “indiso” para evitar las confusiones que ofrece la palabra indio, por aquel error histórico colombino en que se aplicó el adjetivo indio a nuestra querida indiada (los indígenas de las Américas de la cual obviamente soy digno espécimen aunque con trazas varias) y todavía de uso generalizado, lo que NO contribuye a tener un lenguaje con vocablos precisos. Hindú se refiere a los seguidores de la religión llamada Hinduismo de la India, o por lo menos así se le debía delimitar. Hindi es la lengua hablada en la región central de la India y lengua oficial y federal de ese país... Pero ya ven, NO le dije nada por temor a que me contestara: “Whatever,” y de todas maneras el tiempo apretaba ;)
Salud!
Suele pasar muy seguido, excelente publicación Un saludo.
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