jueves, 11 de julio de 2013

DE RECUERDO ME QUEDAN SUS COLORES, DOS HOJAS DE UN CUADERNO DICE AMOR ENTRE BORRONES

Por: Allan Mcdonald

muchacha palida triste
Alma se llamaba mi primer amor, teníamos 8 años los dos, y estábamos ya en segundo grado, era alta, pálida tenía ojos afligidos y llegó a medio año con una hoja destartalada como traslado de Tegucigalpa.

Se sentó en el último pupitre; solo había dos espacios, uno junto a mí y uno vacío, al fondo del aula donde la profesora Aurora daba cátedra de soledades.
Mi lado siempre vacío, me corrí con la ilusión que se sentara y no lo hizo, pasó de paso, como un viento infortunado y su sombra dejó el rastro de sentirme más solo.
Después, tampoco nadie se sentó junto a mí, nunca en ningún grado, ni en ninguna parte, como un aviso de que no espero a nadie.

Un 15 de septiembre nos hicimos novios.

Bronce
Comprando una minuta, cuando a ella se le cayó aquel pedazo de hielo raspado con miel roja y verde enmelcochada en un cucurucho de papel, y se le nublaron los ojitos. Yo le di la mía y me quedé sin minuta y mi hermana Jenny con la magia fugaz de sus labios dijo - “si sos pendejo”.

Así empezó nuestro amor; entre una lágrima temblando en el ojito de ella, una palabra dicha perfectamente y un pedazo de hielo ya en los funerales del agua con miel y las moscas sobre el cadáver de la minuta que fue.

Yo le hacía dibujos y le tomaba la mano, salíamos a la biblioteca a leer los cuentos de Gulliver, que yo le leía sin ganas de leer.

En navidad llegó un circo, el de Montoya Aguilar, y en la noche en un camioncito marca Compadre, anaranjado, anunciaban la presencia del mismísimo Pedrito Fernández y su mochila azul.

Yo la invité y en caravana fuimos todos los cipotes de aquel lluvioso Valle de Ángeles de 1980, de casitas con tejados llenos de montes y que hasta hoy son las mismas casas y las mismas calles y los mismos borrachos y los mismos perros y los mismos chanchos hartándose la misma mierda de siempre.

Pero aquella noche no llovía, ni habían borrachos, nuestras madres ensartadas en una silla de madera viendo al Puma y a Colorina desparramándose en llanto en la tele.

Cómico malvado
Mi papá dibujando y los cipotes en las calles empedradas jugando capiador y landa. Y el viejo salió a la ventana y dijo, váyanse al circo y nos dio 20 pesos y con él entrabamos 15 cipotes y cipotas, entre ellas Alma, y nos fuimos al cirquito de Montoya Aguilar, que él mismo vendía las boletas en la taquilla de lámina pintada con la nariz colorada de un payaso de pelo verde y por la boca salía la taquilla, y la carpa remendada como una cobija de las abuelas de antes, y los pastelitos de perro afuera en una mesita y la horchata movida con una cuchara gigante en un olla azul con pisquitas parecidas al cielo estrellado. Y nosotros haciendo la fila buscando la ilusión de aquella voz de Pedrito Fernández, que entonces salió de un megáfono altísimo y nosotros viendo al cielo buscando la voz y el Pedrito Fernández no salía, y entramos y a sentarnos en las tablas de orilla clavadas en aquel solar baldío y los ojos desorbitados viendo los payasos que salían dándose garrotazos con un cartón y leyendo noticias de un periódico viejo, y esa voz exactita de todos los payasos y nada nos hacía reír por esperar a Pedrito Fernández, y los viejos se le salían los dientes cariados viendo a la pequeña Katty, a la chinita Johana bailando en tanguitas con guindandejos brillantes, como esclavas de la conquista española, y las sonrisas abiertas como un mar, y la baba cayendo sobre nosotros y los silbidos ochenteros, y el humo y el cigarro pinares lanzado al aire, y los gritos de que bailen de nuevo las bailarinas de estoperoles y escarcha barata en las tetas redondas como el mundo que esperan los hombres sin ilusión.

Música obsoleta
Y Pedrito Fernández no salía, y por fin en el último acto apareció el charro de 10 años, esa vos melodiosa y niñata que jurábamos que era el hijo de Pedro Infante y los bolos decían que era el hijo de Vicente Fernández y todos alegando y todos viendo al charrito que no era de México sino de Talanga, cantaba igualito ayudado de una grabadora Record, escondida bajo de un bulto de ropas de payasos. Pero ese era el Pedrito Fernández que queríamos, el que esperábamos, y allí estaba el Pedrito con el rostro de frente, con los ojos volteados por la luz, con la barbilla salida por el enredo de su mandíbula falsa y su vos grabada en un cassette sony.
Niño cantor
Y Alma me decía - ese canta lindo, y sale en las películas, y yo lo quiero, ya no voy andar con vos, ya no somos novios-, y se bajó de las tablas donde estaba cerca de mí y sentó en una tablas más cerca al escenario de tierra y el Pedrito le tocó la cabeza y le dio una flor de papelillo, y ella lo abrazó y se tomó una foto polaroid por 5 pesos con él. El fotógrafo no supo cómo cobrar luego, y yo me salí con la mirada simple y el llanto empuñándome los ojos y me senté en una piedra y de reojo miraba a los payasos que salían corriendo, y las bailarinas bellísimas de escarcha, ahora se ponían a darle las tetas redondas a sus niñitos de un año, que estaban dormidos detrás de la carpa en la pailita del camioncito Compadre, y ya no eran bellas, ni parecían bailarinas, ya todo era una ilusión perdida, y el Pedrito Fernández aun cantaba la mochila azul, y los niños y niñas gritando y yo afuera hurgando con un palito el vacío del universo entero.

Me fui… y a lo lejos la voz de Pedrito aun berreaba y la calle sin luz y mi papá en la ventana con un cigarro. - ¿y qué pasó? - preguntó.

-Se terminó la función- le respondí sin verlo.

Autor dibujante escritor

Hoy, 31 años después, mientras me detenía en un semáforo, en la Radio Satélite, que es la única emisora que me da salud mental, escuché el nombre de Pedro Fernández, ya grande, le dicen Pedro pensé, y se arrancó con la mochila azul, como un pedido de un guachimán, un pobre hombre como yo, abandonado por la vida en alguna caseta detrás de alguna fábrica; y le complacieron su pedido del recuerdo ya volado, y me alegró escucharla, y entonces supe que tenía una deuda con la vida, y contar esta historia fue para mí la única forma de saldarla, de sentirme que a la vida nada le debo, y que en el amor me quedó un sobrante en monedas del corazón, allí le dejó el vuelto, como propina de aquel espectáculo falso de un amor primero que nunca se sentó a mi lado, que me dejó gran inquietud y bajas calificaciones.


-----------Allan McDonald---------

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