Por: Edwin Francisco Herrera Paz.
Utilidades de la M
Hace un tiempo atrás necesitaba comprar unos pequeños
frascos para realizar exámenes de heces, pues nos encontrábamos realizando un
trabajo de investigación en el que se incluye un análisis de parásitos fecales.
Mi esposa le solicitó entonces a Manuel, contador de nuestra clínica, que por
favor pidiera a la compañía de suministros 700 frascos. Le dijo que pidiera frascos
en los que se pudiera realizar lo siguiente: 1) Poner 10 ml. de formalina al
10%, y 2) Diluir una pequeña cantidad de heces fecales equivalente a un gramo,
es decir, del tamaño aproximado de un frijol.
Bien, pues Manuel intentó seguir las instrucciones al pie
de la letra, pero se confundió un poco y además le dio mucha vergüenza decir “heces
fecales”. Simplemente dijo: “necesitamos frascos en los que quepan 10 ml. como
para un frijol.” Cuando mi esposa preguntó por el precio del pedido se quedó
con la boca abierta de la cantidad, pero pronto nos dimos cuenta de lo que
pasaba. El muchacho de la tienda nos había reservado 700 guacales como para 10
libras de frijoles cada uno. Mi esposa le dijo: “Dijimos que los queríamos para
una muestra de heces del tamaño de un granito de frijol, no de una sandía”. El
muchacho nos dijo entonces que Manuel no le había dicho lo de las heces, con lo
que se confirma aquel refrán que dice: “más vale un momento amarillito que cien
descoloridos”, refiriéndonos a que es mejor pasar un momento de vergüenza que
cien de confusión.
Si alguien piensa que la M no tiene ninguna utilidad
y que se trata solo de desperdicios que contaminan al mundo, piense de nuevo.
Para finales del siglo antepasado la ciudad de Nueva York ya era una de las más
prósperas del este de los Estados Unidos, pero tenían un problema. El medio de
transporte era aun la carreta tirada por caballos, pero al crecer la ciudad los
animalitos fueron inundando cada vez más las calles de excremento. Su cantidad
se hizo tan abundante en algunas calles que se volvió una tarea muy difícil
caminar sin literalmente “meter la pata” en M hasta la rodilla. Si usted iba
caminando y se tropezaba por accidente, inevitablemente terminaría comiendo M.
Las autoridades estaban alarmadas, y no sin razón ya que
la presencia de tanta M en la ciudad no solo quitaba vistosidad, sino que
también constituía una fuente de contaminación y enfermedades. Eso, hasta que a
alguien se le ocurrió algo brillante. En el Estados Unidos rural se utilizaba
el estiércol de las vacas o de los caballos como fertilizante. ¿Por qué no
recolectarlo, almacenarlo y exportarlo a las granjas? Entonces se fundó una compañía
que recogía todo el sucio de los caballos de la ciudad de Nueva York, lo
apilaban en gigantescos bultos y luego era exportado a las áreas rurales como
fertilizante a precio módico. ¡Y bum! Con una idea genial mataron dos pájaros
de un tiro y las toneladas de M fueron convertidas en oro de verdad. Una M que
resultó muy valiosa, por cierto, hasta que los vehículos automotores
desplazaron a las carretas.
Y es que a cualquier cosa se le puede encontrar un nicho funcional
con un poco de inventiva, incluso a la gran M.
Hace un par de días leía una noticia en la cual se
aseguraba que los científicos habían encontrado agua en el planeta Marte. La
imaginación me comenzó a volar. Como el agua es el elemento fundamental para el
crecimiento de la vida tal como la conocemos en la tierra, si en realidad hay
grandes cantidades de agua en Marte sería relativamente sencillo la
terraformación, es decir, la transformación gradual del planeta para hacerlo similar
a la tierra y por ende habitable.
El trámite es sencillo. Bastaría con enviar a Marte bacterias extremófilas anaerobias autótrofas que utilicen el Dióxido de carbono y la luz solar para
fabricar azucares, y en el proceso liberen oxígeno, para que la concentración
de este último gas se fuera elevando hasta alcanzar un nivel respirable. El
problema es que este procedimiento tomaría algunos millones de años y para
entonces quizá ya no haya seres humanos para enviar al planeta rojo.
Le comentaba estos asuntos a mi esposa quien no tardó en
encontrar una solución al problema. “¿Y por qué no mandar plantas de las
grandes para que sinteticen el oxígeno rápidamente?” me dijo. Yo le contesté
que el problema es que las plantas se deben alimentar de materia orgánica
acumulada en el suelo durante mucho tiempo, o sea del humus, a lo que ella me
replicó que se podrían llevar primero los animales para que el estiércol
sirviera de fertilizante. Pero su aseveración carece de fundamento lógico
puesto que los animales comen plantas.
Mmmm ¡todo un callejón sin salida! La construcción de un
ecosistema autosostenible y habitable por los humanos no es una obra de ingeniería
fácil. A la tierra le ha tomado muchísimos millones de años de experimentación,
de cambios, hasta llegar a desarrollar ciclos de control o servomecanismos que
la hacen asemejarse a un organismo vivo. Luego llegó el ser humano, un
superpatógeno que se ha dedicado a destruir estos mecanismos de la misma forma
en la que una infección destruye al cuerpo que la desarrolla. Aun así, creo que
saldría más barato intentar conservar nuestro planeta que terraformar Marte,
sin embargo el esfuerzo no estaría de más ante el peligro inminente que
representa el hecho de que los políticos tengan el control.
La discusión filosófica se prolongó durante un tiempo y
luego mi esposa tuvo un momento de inspiración. “¿Qué tal sí –me dijo– mandamos
las plantas junto con una buena cantidad de estiércol para que aquellas se
alimenten de este?” Interesante estrategia, pero entonces ese estiércol ¡sería
la M más cara haya existido jamás! Onza por onza costaría miles de veces más
que el oro, pues su precio se volvería equivalente a lo que cuesta en energía
acelerar ese peso durante la primera mitad del viaje y luego frenarlo durante
la segunda mitad. No creo que sea muy buena idea llevar una nave
interplanetaria repleta de M a Marte. ¡No señor! Además las lustrosas paredes
de la nave quedarían todas embarradas…
Ella (mi esposa) tuvo entonces la ocurrencia de que
mandáramos a algunos políticos a Marte como fertilizante, pero de aquellos que
aquí en la tierra no hacen nada excepto engañar al pueblo cada cuatro años.
¿No sería eso equivalente a enviar un buen poco de M al planeta rojo?
“¡¡¡No!!!,” le respondí yo enfáticamente. Le expliqué
pacientemente –como solo puede hacerlo un sufrido marido capaz de soportar, mes
tras mes, años de fluctuaciones hormonales– que la comparación de esta clase de
políticos con la M no es real, sino solo una metáfora. Que mientras la M puede ser usada de abono, el político no.
Bueno, creo que todavía está un poco lejos el día en el que
hagamos viajes tripulados a Marte, pero por si acaso debemos ser precavidos. Lo
último que desearíamos hacer es cometer en Marte los mismos errores que hemos
cometido en la tierra, por lo que más nos valdría mandar un paquete de M a
nuestro vecino planetario que a un político.
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