Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Hoy estamos próximos a la navidad. Por estos tiempos los apetitos se exacerban y los sentidos se agudizan quien sabe por qué mágico motivo, si fisiológico, social o psicológico, o quizá un poco de los tres.
La gente se mueve de aquí para allá y de allá para acá. La ciudad parece un hormiguero sacudido por alguna fuerza misteriosa. Las familias hacen planes: que el 24 con tu familia y el 31 con la mía. Que si ya reservamos el cerdito y los tamales de doña chencha. La mejor excusa que hemos encontrado para celebrar es el natalicio del Señor Jesús, sin embargo, es improbable que nuestro Señor haya nacido por estas fechas.
La fecha de la celebración de la natividad es más bien producto del sincretismo del cristianismo con las religiones paganas de antaño. La Iglesia, en un intento por ganar adeptos, no reparaba en fusionar los elementos cristianos con los ritos, creencias y fechas propias de los paganos. El 25 de diciembre es más bien la antigua fecha probable de la celebración del nacimiento del dios Sol, pues se sabe que dicha celebración se realizaba cerca del solsticio de invierno.
También hemos puesto como excusa la finalización del viejo año y la llegada de uno nuevo, trayendo con ello una oportunidad de renovación en la que viejos sueños y antiguos planes se resucitan. Siempre el nuevo año es una buena oportunidad para comenzar de nuevo. Que este próximo año sí bajo de peso; que el primero de enero dejo de fumar; que ahora sí me meto al gimnasio…
Ciclos Circanuales
Sin embargo, yo creo que el verdadero motivo de las celebraciones en estas fechas se encuentra escrito en lo profundo de nuestros genes. Los seres humanos estamos ligados indisolublemente a los períodos alternantes de luz y sombra de nuestro astro rey en los ciclos conocidos como circadianos. Las concentraciones sanguíneas de muchas hormonas fluctúan en diferentes horas del día. Dormimos ocho horas por la noche y trabajamos durante las horas de luz, y diversos parámetros fisiológicos varían con la hora.
Pero así como hay ciclos circadianos, debe haber ciclos circanuales. O sea, diversos parámetros fisiológicos deben estar relacionados con los cambios ocasionados por el movimiento de traslación de nuestro planeta. Más aun, la biosfera en su totalidad se encuentra regulada en ciclos anuales. El tiempo de la siembra y de la cosecha, el florecimiento de la plantas, las migraciones de aves y mariposas, la hibernación de muchas especies e infinidad de otros comportamientos se encuentran ligados a fenómenos como las estaciones del año en las regiones templadas, la llegada de las lluvias en el trópico, y la alternancia entre el día perpetuo y la noche perpetua en las regiones polares.
Uno de los fenómenos biológicos más espectaculares y llamativos en el planeta se registra en el continente africano, en el desierto de Kalahari, para ser precisos. Todos los años, a mitad del verano, en el tiempo de mayor sequía, las manadas de elefantes recorren cientos de kilómetros para encontrarse con las preciosas aguas del delta del río Okavango. Este no es un verdadero delta pues no desemboca en el mar. Es más bien un desbordamiento anual del agua hacia el desierto, que luego es drenada por evaporación hasta secarse completamente unos meses después. Las aguas del río se originan en las tierras altas de Angola, en las precipitaciones de los meses de enero y febrero, tardándose un mes su llegada hasta el delta. En los siguientes cuatro meses el delta se llena trayendo consigo un florecimiento de la vida; un verdadero paraíso para los elefantes y cientos de otras especies.
Es de esperarse que nosotros los seres humanos, como organismos biológicos, nos encontremos profundamente influenciados por los ciclos anuales. En las regiones templadas es llamativa la manera en la que la actividad comercial se encuentra ligada a las estaciones, especialmente en la moda en el vestir. Es posible que diferentes parámetros biológicos se encuentren relacionados con las fluctuaciones anuales de temperatura, humedad y cantidad de luz solar. Se ha demostrado, por ejemplo, que la variación en la incidencia de la luz en la retina se asocia con la producción de neurotransmisores cerebrales. Así, los inviernos prolongados nos hacen más proclives a la depresión.
Los médicos en Honduras sabemos de un fenómeno interesante: El mes en el que se registra la mayor cantidad de partos en el año es septiembre. Los niños nacidos en este mes son concebidos en diciembre, lo que da lugar a la pregunta: ¿Es el efecto psicológico que producen las festividades navideñas el que predispone a una conducta de mayor actividad sexual? O por el contrario, ¿Será más bien la fluctuación climática anual influyendo sobre nuestra fisiología la que nos predispone a la sexualidad y por ende, a celebrar en estas fechas? De ser así, la navidad y el año nuevo no serían nada más que excusas.
Eso no puede ser así, me dirá usted, puesto que la navidad y el año nuevo se celebran en todo el mundo, y el clima, muy al contrario, no es uniforme. Cuando en el hemisferio norte es invierno en el sur es verano. Cuando en Nueva York y en Chicago los niños juegan a las guerras de nieve, en Buenos Aires y Santiago se divierten en piscinas y actividades al aire libre. Esto es así debido a que el eje alrededor del cual la tierra rota, no es exactamente perpendicular al plano del movimiento de traslación alrededor de nuestra estrella, sino más bien inclinado unos 23 grados y medio.
Pues bien, más que un problema este hecho representa una excelente oportunidad para un estudio científico. ¿Se debe la exacerbación del comportamiento sexual a las fiestas navideñas, o más bien al clima? Bastaría entonces con recopilar datos sobre la cantidad de nacimientos por mes en países de ambos hemisferios. Si la hipótesis de la influencia climática fuera cierta, en el hemisferio norte se observaría una mayor proporción de partos entre los meses de agosto y octubre, y en el sur entre mayo y julio. De ser así, habría que buscar una conexión entre niveles hormonales (como la oxitocina) y la cantidad de luz solar, la duración del día y la temperatura.
Por otra parte, un comportamiento íntimamente relacionado con el anterior es la necesidad de comprar. Necesitamos gastar nuestro dinero en regalos. Algunos, incluso pagan a alguien para que se vista con un simpático y ridículo trajecito rojo, gorrito de pelota y luenga barba blanca, diga jo jo jo y reparta los regalos a los niños. Muchas veces el papelón lo juega el padre de familia; pero los niños de hoy, siempre on line y bien informados, ya no se tragan el cuento.
De cualquier forma gastamos nuestro dinero por estas fechas para que nuestros amigos y familiares nos quieran y nos acepten, para confirmar y estrechar las relaciones. A decir verdad, la ciencia moderna ha comprobado que un elemento importante para llevar una vida feliz es la abundancia y calidad de las relaciones interpersonales, algo que ha sido aprovechado por el moderno sistema económico para aumentar las ventas.
Por medio de la publicidad masiva el comercio, alentado por el sistema financiero, ha conectado en la psiquis colectiva la necesidad humana básica de relacionarnos con nuestros congéneres, con la compra de productos. Entonces, nos han programado para que el consumo en estas fechas se convierta en una ley natural. Si no regalamos es porque no tenemos o porque somos unos tacaños miserables, como Ebenezer Scrooge en la famosa obra de Charles Dickens.
Santa Claus, el viejecito bueno que regala (no vende) en navidad, paradójicamente se ha convertido en el ícono del capitalismo moderno.
Epicuro, las relaciones y el consumismo
Sin embargo la calidad de las relaciones no se compra con regalos ni consumo, un hecho conocido por la ciencia moderna, pero que no es nada nuevo.
Ya el filósofo Epicuro en la antigua Grecia había establecido la felicidad como el principio que conduce a la virtud. Frecuentemente se asocia al epicureísmo con una vida desenfrenada de placeres. No obstante, para Epicuro los placeres del alma son superiores a los del cuerpo.
Según Epicuro son tres los fundamentos de una vida feliz. El primero es tener buenas relaciones interpersonales. Decía el sabio que nadie debe ir a la mesa solo. Siempre debe estar acompañado. Y para vivir la filosofía que profesaba se hizo de una casa grande que compartía con sus seguidores y amigos.
El segundo fundamento es la libertad. Pero para ser realmente libre, Epicuro emigró luego con un grupo de seguidores y se asentó en un área rural. La verdadera libertad debía incluir la liberación de las presiones políticas, sociales y económicas. Contrario a la tendencia actual de relacionar la capacidad adquisitiva y el consumismo con la felicidad, el epicureísmo buscaba escapar de su dominio. Esta faceta del epicureísmo se hizo popular, y su influencia duró unos 400 años durante los cuales los adeptos formaban comunidades autosuficientes a todo lo largo y ancho del mundo antiguo.
El último fundamento de la felicidad para Epicuro es una vida de autoanálisis, de meditación sobre las actitudes, las acciones, gustos y motivaciones propias. En fin, una vida de introspección.
Bien, para terminar solo me queda desearle felices festividades. Acérquese a Dios en oración, disfrute del cerdito al horno (excepto si profesa la fe judía, en cuyo caso tampoco celebrará la navidad), compre hasta donde su presupuesto se lo permita y no se endeude con su tarjeta de crédito. Si toma hágalo con moderación, no juegue juegos de azar y no queme pólvora que lo único que hace es intoxicar el ambiente mientras pone en riesgo su integridad física. Eso sí, dele rienda suelta a sus impulsos acrecentados por sus hormonas, pero solo si tiene una relación sentimental lícita… y no se vaya a quejar de los resultados en septiembre.
Saludos