Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Me dice un amigo algo matusalénico (ya entrado en añitos) lo triste que se ha sentido. Ya las reuniones de amigos no son lo que solían ser. Cuando quiere hablar con alguno de sus nietos no puede. Pareciera que entre ellos y él existiera una especie de campo de fuerza. Los muchachos se comunican solamente a través de BB, y “no me caben los dedos en esas teclitas de la cosa esa, y además, no alcanzo a ver las letritas.”
La única posibilidad que encontró Juancho fue abrir una cuenta en FB, ya que la enorme pantalla de su computadora le permite burlarse de su presbicia. ¡Ahora sí! La misma tecnología que lo ha mantenido aislado por algunos años, ahora le ha devuelto a varios de sus amigos y a uno que otro nieto. Sin embargo a pesar de eso Juancho añora los días pasados. Ahora le cuesta mucho trabajo organizar una barbacoa, o ponerse de acuerdo con alguien tan solo para pasar una tarde de familia.
El problema con Juancho es que es uno de esos hombres que en el gran imperio del norte llamarían “Party Animal,” lo cual en buen castellano castizo significa “Animal Fiestero.” Su extroversión hacía de él el alma de toda fiesta en sus años mozos, e incluso hasta hace poco cuando la tecnología le comenzó a quitar su lugar protagónico.
En claro contraste con mi amigo Juancho, yo soy más bien una persona introvertida. Recuerdo que cuando era pequeñito me daba miedo hablar con las niñas, y lo pensaba no dos, sino mil veces para pedir algo.
Poco a poco fui venciendo la timidez, esa característica poco deseable en nuestras sociedades competitivas. “El mundo es de los audaces,” me decían que decía un famoso personaje. Alguien más me dijo que “en la vida solo triunfan los metidos.” Si mi pequeña conciencia en desarrollo hubiera aceptado aquellas aseveraciones como leyes universales o verdades absolutas, sin duda hoy sería un mendigo. ¿Cómo puede una persona tímida ser “metida” y audaz?
Pero algo me calaron las afirmaciones anteriores y con esfuerzo, voluntad y algún curso de relaciones humanas me liberé de una gran parte de mi timidez. Bueno, de la timidez sí, pero no de la introversión.
Las personas introvertidas solemos tener una vida interior rica e imaginativa. Muchos vivimos en un constante soliloquio interno en busca de respuestas a una enorme gama de problemas, y el problema es que nuestros contertulios no lo notan. Si usted es mi amigo en FB creerá que soy extremadamente extrovertido. La verdad es diferente y más bien a veces me cuesta trabajo seguir una conversación coherente pues pronto divago en cosas como, mmm, a ver, digamooos …cómo mejorar los sistemas políticos actuales, por qué en San Pedro Sula nos sofocamos más del calor que en un desierto, por qué la oveja Dolly envejeció prematuramente, o simplemente cuáles podrían ser las mejores maneras de conquistar el mundo.
A veces, cuando mi esposa me está contando algo que le aconteció durante el día – pero incluyendo hasta el más mínimo detalle, desde el estilo y la blusa que andaba la señora que manejaba el carro hasta el número de vueltas que dio en el aire el muchacho que la susodicha señora atropelló – invariablemente, después de cinco minutos, me pierdo en el espacio-tiempo. Lo único que queda de mí en este mundo es una risita y de vez en cuando un gesto de aprobación, ambos, automatismos aprendidos con el tiempo de convivencia. Mi esposa se da cuenta de mi ausencia solo cuando por accidente cometo el error de decirle: ¡Sí, ¿verdad?! En ese preciso instante ella se calla y me dice: “Ya me dijo Si, ¿verdad? O sea que ya no me está oyendo L,” y es hasta entonces que a la velocidad de la luz penetro de nuevo la atmósfera de nuestro lindo planeta azul eléctrico y aterrizo.
Y es que no es fácil ser introvertido. Para las personas introvertidas como yo las nuevas tecnologías como los blogs y las redes sociales han sido de enorme bendición, pues nos permiten expresarnos ante el mundo mientras permanecemos protegidos en ese rinconcito detrás de nuestra computadora.
Tradicionalmente, la psicología ha clasificado a los seres humanos por medio de parámetros binarios, más que todo con fines didácticos: realista, idealista; introvertido, extrovertido… etc., etc. La realidad es que el comportamiento humano exhibe variaciones que se ubican dentro de un rango continuo. Así, dentro de lo que consideramos normal habrá personas que no se llevan tan bien con los demás, pero sí con todo tipo de abstracciones. Otras, no quieren saber nada de objetos matemáticos o manipulaciones lingüísticas, pero son todos unos “animales fiesteros,” como mi amigo Juancho. Por fortuna la mayoría de los seres humanos nos encontramos en algún punto intermedio entre ambos extremos.
El comportamiento patológico surge entonces cuando se cruza un límite después del cual el individuo ya no funciona correctamente. Sí notamos, por ejemplo, que un niño se lleva mejor con objetos abstractos que con las personas y esto le trae serios problemas de relaciones o de lenguaje, entonces decimos que se trata de un Savant autista.
Yo no soy autista. En lugar de eso me parezco mucho al agente secreto 007 al servicio de la Reina (el famoso personaje de Ian Fleming), aunque usted no lo crea. Tal vez cuando usted esté conversando conmigo más bien le parezca que estoy inmóvil como estatua de sal, perdido en el inhóspito limbo de la inexistencia, cuando en realidad estoy haciendo un viaje de ida y vuelta a la galaxia espiral doble más cercana, o quizá más allá, hasta los quásares ubicados en los confines del universo visible. O tal vez esté rescatado a una linda damisela en apuros en alguna ciudad ubicada en una enorme grieta submarina que tiene por fuentes unas fabulosas fumarolas donde abunda todo tipo de vida. Entonces, si ve que no le paro mucha bola no me juzgue tan severamente. Téngame paciencia y compréndame, ya que esos menesteres necesitan de mucha concentración…
Saludos.
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