Edwin Francisco Herrera Paz
Yo, no soy activista de ningún partido. Me considero de ideología liberal, de centro, tal vez ligeramente inclinado a la derecha, pero básicamente soy como la gran mayoría de hondureños que queremos un país de paz, donde se pueda prosperar y caminar tranquilo por las calles. Y claro, en cada elección presidencial tengo la esperanza de que ahora sí llegará el que nos sacará de estas Honduras.
Yo, no soy activista de ningún partido. Me considero de ideología liberal, de centro, tal vez ligeramente inclinado a la derecha, pero básicamente soy como la gran mayoría de hondureños que queremos un país de paz, donde se pueda prosperar y caminar tranquilo por las calles. Y claro, en cada elección presidencial tengo la esperanza de que ahora sí llegará el que nos sacará de estas Honduras.
Como
ciudadanos comprometidos con nuestra patria, un día caluroso del 2015 salimos a
las calles un grupo de ciudadanos a protestar por la corrupción excesiva del
gobierno de nuestro país. A partir de ese día las protestas fueron in crescendo
hasta convertirse en las ya conocidas marchas de las antorchas, que orillaron
al gobierno a poner las barbas en remojo.
La
mayor parte de los manifestantes pertenecían al partido Libre, agrupación
política de izquierda, herencia del brazo progresista del Partido Liberal. Por
otro lado, yo, siendo de ideología liberal, poco a poco me separé de mis amigos
de Libre, pero las marchas nos acercaron y aprendí a entenderlos. Aprendí que
su lucha social es válida, y más en un país que cuenta con algunos de los
banqueros más ricos de Centroamérica, pero también presenta la proporción de
pobres más alta de América Latina. La desigualdad social y económica en
Honduras es insultante, y caldo de cultivo para la ideología de izquierda. O en
palabras del candidato liberal Luis Zelaya, para que exista Batman, también debe
existir el guasón.
Además,
en Honduras el fraude electoral es una norma. No entraré en detalles sobre los
pormenores del fraude o “elecciones tipo Honduras,” ya que ese no es el
propósito del post, pero basta decir que el último proceso electoral el pasado domingo
26 de noviembre rompió todos los récords posibles.
Los
hondureños y la comunidad internacional por igual contemplamos pasmados lo que
podría ser llamado la cúspide, el nivel más alto, de cinismo electoral. Se
aprovecharon todas las ranuras del sistema para hacer trampa de todas las formas
imaginables, pero el colmo fue la reversión de unos resultados, que ha juicio
de muchos expertos, eran irreversibles. Era o ganar, o ganar, sin importar lo
que se tuviera que hacer.
¿El dinero? No es problema. En Honduras, una
ley de secretos oficiales hace que a la información sobre el destino de los
fondos públicos le sea más fácil salir de un agujero negro, que a la luz
pública. Por lo tanto, hay fondos abundantes a disposición pagados por los
mismos contribuyentes, que pueden ser utilizados a discreción para torcer la
más difícil de las elecciones. La ley de secretos blinda al gobierno evitándole
pasar por los cuestionamientos de corrupción del pasado que, al fin y al cabo,
comenzaron el movimiento popular de las antorchas.
El
motivo de dicho fraude es evidente para todos los hondureños. De perder las
elecciones el actual presidente, toda la cúpula de su partido, los altos mandos
del gobierno actual, y algunos de sus socios banqueros de “renombre”, serían
candidatos indiscutibles a muchos años de prisión, entre muchas otras cosas, por
corrupción desmedida en diversos casos insignes y por el crimen de la
ambientalista Berta Cáceres. Así que no tenían opción. Por ello, no es de
extrañar que la semana pasada y después de presenciar el abominable fraude la
población se volcara a las calles a pedir que se respetara su voz en las urnas.
En
estas cortas líneas les voy a narrar lo que presencié en mi ciudad San Pedro
Sula.
El
domingo fueron las elecciones. Ese mismo día, la columna vertebral en la que se
sustenta todo el estamento de corrupción pública en Honduras, el Ingeniero
Arturo Gerardo Corrales Álvarez, se presentó en televisión nacional exponiendo
los resultados a boca de urna, que daban como ganador al actual presidente.
Siguiendo una clara estrategia, tuvo cuidado de decir que las elecciones en la
actualidad eran diferentes, pues el ganador no lo decide el voto urbano sino el
rural. Desde ese momento los que le hemos dado seguimiento al Gerente General
de Ingeniería Gerencial supimos que no había marcha atrás. Corrales Álvarez nos
mostraba los resultados de la elección. Toda acción fraudulenta posterior debía
hacer cuadrar con esos números.
El
lunes, por un garrafal error del titular del Tribunal Supremo Electoral (TSE) don
David Matamoros Batson, no sé si por cansancio o por un momento de estupidez de
esos que todos alguna vez hemos sido víctimas, accedió a proporcionar cifras
preliminares que daban por ganador al candidato de la Alianza Salvador Nasralla.
El mundo entero dio por ganador a Narrarla, pues con el 57% de urnas escrutadas
y una diferencia de un 5%, la experiencia de elecciones pasadas en Honduras
indica que ya es posible dar por ganador a un candidato con toda seguridad.
Ese
lunes los virtuales ganadores organizaron una caravana de la victoria en mi
ciudad San Pedro Sula. Como resido cerca de Circunvalación, el lugar donde se realizan
las manifestaciones, tomé mi carro y junto con mi esposa dimos unas cuantas
vueltas por donde se encontraba la multitud. Pude observar algunos de mis
antiguos compañeros de marchas y plantones pertenecientes al partido Libre y
otros de otras denominaciones de la oposición política, muy contentos,
celebrando a lo lindo el fin del reinado de un dictador que parecía inamovible,
invencible, que sangraría hasta la última gota a este país ya empobrecido y
olvidado por Dios.
Para
sorpresa del mundo y sus alrededores, después de haberse dado los resultados
parciales ese mismo lunes, el servidor del TSE, el núcleo de un sistema de
cómputo que le costó muchos millones de dólares al Estado de Honduras, se cayó.
Y estuvo caído por 10 horas. Y de la misma forma que el partido de gobierno hizo
con las finanzas públicas valiéndose de la ley de secretos, nadie sabe qué pasó
con los votos durante ese tiempo.
Lo
que sí se sabe a ciencia cierta es que, al restituirse la función del servidor,
como por arte de magia, la diferencia entre el candidato presidente y el de la
oposición comenzó a acortarse. El fraude no pudo ser más obvio. Ese mismo
procedimiento se repetiría dos veces más en los días subsiguientes, hasta que
el candidato presidente ganara la contienda por un punto de diferencia. Poco,
pero suficiente.
El
miércoles, cuando la tendencia que daba como ganador a Salvador Nasralla se
revertía “milagrosamente” a un ritmo lento pero constante, la oposición
política con justificada indignación volvió a las calles. Tomé mi carro y los
seguimos. Aunque la cólera de la multitud era patente, la manifestación con
caravana de carros fue en general pacífica. Tal vez unas cuantas paredes
manchadas, pero doy fe de que ninguna propiedad pública o privada fue destruida
con violencia. Entre la gente vi a muchos de mis viejos amigos de Libre. Recogimos
a unos amigos pertenecientes al PAC, partido perteneciente a Salvador Nasralla y
descuartizado por oficialismo mediante triquiñuelas del TSE, y regresamos a la
seguridad y confort de nuestro hogar.
El
jueves, el acortamiento de la diferencia entre Juan Orlando Hernández y
Salvador Nasralla continuaba, más o menos al mismo paso. Tradicionalmente, en
Honduras ya hay un ganador de la contienda electoral en la madrugada del siguiente
día de elecciones, pero en esta ocasión, por algún motivo (que ahora es
evidente) las elecciones se prolongaron varios días. Lo que sí era seguro es que,
al ritmo de disminución de la diferencia, un fenómeno estadísticamente inverosímil,
pronto el candidato presidente superaría al de la oposición. Ese día por la
noche, escuchamos gritos en Circunvalación. Pensamos que se trataba de una
nueva manifestación de nuestros amigos de la Alianza de Oposición, y de nuevo, recorrimos
en nuestro carro las dos cuadras que nos separan de Avenida Circunvalación.
Esta
vez fue diferente. Un pequeño grupo de motos encabezaba, a la altura de la Fuente
Luminosa, tocando sus bocinas. Una cuadra más atrás un pequeño grupo de carros
esperaba parado. Me extrañó tal configuración. Dimos unas cuantas vueltas y
minutos más tarde ya se unía una turba a pie. Caminaron Circunvalación de norte
a sur, un trayecto nunca usado en las protestas, y a su paso rompían vidrios,
destruían rótulos, arrojaban material incendiario para obstruir la circulación
de vehículos, y era evidente que su consigna era ocasionar la mayor destrucción
posible. Se trababa en su mayoría de muchachos, entre los cuales no encontré a
uno tan solo de los activistas de la oposición.
Al
avanzar la turba pensé lo peor. Una sucursal de Ficohsa, banco socio del actual
gobierno, se encontraba cerca del inicio de la marcha destructora, además de
una sucursal de Banrural. Este último banco medra y prospera de los restos de
una de las víctimas mortales del presidente: Banco Continental. El
descuartizamiento de Continental liderado por el presidente, acusándolo de
lavado de activos, trajo recesión a nuestra ciudad, pero prosperidad a
Banrural. Estando ambas sucursales en el paso de la turba temí que fueran destruidos
por completo. ¡Pero oh sorpresa!!!!! ninguno sufrió un mínimo rasguño. El resto de
Circunvalación que va desde la Fuente Luminosa hasta el Monumento a la Madre
parecía zona de guerra.
Por
la mañana, San Pedro Sula se despertó con la noticia de saqueos. Lo que inició
como un foco de destrucción pronto se dispersó por diversas zonas comerciales
de la ciudad, como fuego en la hojarasca seca. Y es que los procesos
destructivos son así, se autoalimentan. Basta un pequeño grupo de incitadores
para que el descontrol y el caos se propague. Ese viernes fue nefasto.
Muchos
negocios sufrieron pérdidas cuantiosas. A las hordas destructivas de saqueadores
iniciales se sumaron muchos ciudadanos cuya única intención era hacerse su
diciembre. Por lo menos dos negocios fueron reducidos a cenizas. En una
exploración que realicé posteriormente en uno de ellos me di cuenta de que era muy
probable que en el incendio se hubieran utilizado aceleradores. El calor
retorció inclusive las grandes vigas de hierro del armazón.
Como
dice el dicho, “unos a la bulla y otros a la cabuya”. Sin duda las pérdidas de
las compañías aseguradoras son cuantiosas. Ahora bien, para planificar un
incendio con fines fraudulentos es preciso tener un conocimiento previo de la
situación, y aprovechar la ventaja que ofrece la información. Es muy notable el
hecho de que la Policía Militar de Orden Público (PMOP) jamás intervino en los
saqueos, pero sí en la represión de las manifestaciones pacíficas.
Ese
día por la noche comenzó a desenvolverse el plan siniestro del oficialismo. El
ejército de “activistas” (conocidos popularmente como call centers) del partido
Nacional oficialista pagados con fondos del estado, comenzó un feroz ataque
contra la oposición, acusando a sus miembros de saqueadores. Simultáneamente, se
desató una cadena de rumores por WhatsApp en lo que podríamos llamar “terrorismo
mediático,” donde se advertía a la ciudadanía que las maras atacarían los
complejos residenciales privados. Fue tal el terror sembrado en la población
que en el inconsciente colectivo comenzó a formase un deseo morboso por un Estado
de Excepción.
Al
parecer el plan rindió sus frutos. Horas más tarde el gobierno decretaba un
toque de queda de 6 P.M. a 6 A.M. con pérdida de las garantías
constitucionales. La primera víctima mortal del toque de queda fue una joven,
que al ver que sus hermanos no llegaban, fue invadida por el pánico y salió
buscarlos solo para encontrar la muerte en manos de la policía. Esa bala
cubierta de sangre inocente derramada por la ambición desmedida de poder debería
ser objeto de un monumento. Diría que la cúpula del gobernó llevará esa muerte
sobre su conciencia, si no fuera porque en la escuela de medicina aprendí que
el psicópata carece de los mecanismos psíquicos que conducen al
arrepentimiento.
Las
estrategias oficialistas no terminan aquí. Después de los saqueos, “Hoy Mismo”,
el noticiero insignia del oficialismo, dedicó buena parte de su tiempo a
entrevistar a empresarios y víctimas de los asaltos quienes exigían al TSE
declarar un ganador a la brevedad, en aras de retornar la paz a la nación.
Sobra decir que ese ganador sería el presidente.
Por
otro lado, el presidente se ha dedicado a prometer financiamiento a las
víctimas de los saqueos a través de la banca nacional, las microfinancieras y
las cooperativas. El tono suave y conciliador de su discurso es impresionante y
contrasta con aquel que utilizaba en los primeros días de 2015, cuando acusaba
a los miembros de la oposición de narcotraficantes.
Hoy,
el toque de queda fue suspendido en varios departamentos con el fin de
movilizar un contingente de activistas del partido en el poder. El objetivo fue
demostrar el enorme caudal electoral del oficialismo. ¿Cuánto nos costará a los
contribuyentes una movilización de esa magnitud? ¿Un millón de dólares? ¿Quizá
dos? No es nada.
Afortunadamente,
no todo está perdido para la democracia hondureña. El descaro y magnitud del
fraude fueron notados por los observadores de la OEA y la Unión Europea,
quienes por primera vez en la historia y para mi sorpresa, decidieron ayudarnos
de manera proactiva. Yo digo, que gane el que ganó. Esperemos los recuentos,
pero por Dios, que se respete la voluntad del pueblo.
Las
palabras con las que el Secretario General de la OEA Luis Almagro termina su reciente
comunicado me conmovieron profundamente. Textualmente dice: “La OEA no dejará
solos a los hondureños”. ¿Será que al fin nuestras plegarias están siendo
escuchadas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor comente este entrada.