Hace un par de días, el saltador extremo Felix
Baumgartner rompió el record del salto más alto y de la velocidad más alta
alcanzada en un salto, al arrojarse desde una altitud de casi 40,000 metros.
Algunos creen que esto no es mucho, pero es tres veces la altitud de crucero de
un avión de pasajeros. A esa altura la tierra ya se ve redonda, y la atmósfera
se aprecia como la fina capa azulada que cubre nuestro planeta.
Celebrando esta épica hazaña, un amigo comentó que para
realizar algo parecido él debía tomarse unos cuantos tragos en las rocas para agarrar valor, pero que sentía una gran envidia. Una amiga dijo que pronto las mujeres también
realizarían una hazaña similar, a lo que yo me opuse vehementemente; pero antes
de que las feministas me acusen de machisto quiero explicar el por qué no creo
que una mujer logre alguna vez hacer una hazaña similar.
Visualice el lector por un momento a una heroica fémina con
su traje presurizado parada al borde de la cápsula estratosférica, lista para
arrojarse al vacío. ¿Ya? Pero ¡Oh sorpresa! En el hombro derecho lleva colgada
una portentosa cartera con un gran logo. En ella porta las más variadas
herramientas, y lo más importante, su preciado maquillaje.
Bien, se tira la mujer, pero transcurridos unos 5,000
metros de caída libre se le ocurre algo. Ellas piensan en todo, así que a la
delicada pero valiente dama no se le ha escapado que al tocar tierra un mar de
periodista la asediará, le tomarán muchas fotos y será famosa, así que no puede
llegar sin maquillarse. Saca de su bolso su estuche con todo tipo de pinceles,
brochas, polvos y lápiz labial. Debe apresurarse porque pronto romperá la
barrera del sonido. Para que el lápiz labial no se salga de la línea de los
labios, mandó a colocar un gran retrovisor en la frente del casco, así que con un espejo la faena le resulta cómoda.
Por fin rompe la barrera del sonido una vez completada la
labor después de unos 10,000 metros de minucioso repello facial, pero se
siente incómoda con sus manos desocupadas, así que saca su BB del portentoso carterón y se pone a
chatear con su amiga favorita. La conversación se pone amena. Le cuenta lo
bonito que se ve su casa desde la estratósfera, le habla de lo bella que se
miraba aquella estrella fugaz que vio pasar de cerca, que estaba buena para
mandarse a hacer un par de aritos ya que las estrellas fugases son piedritas,
etc. etc. etc.
A estas alturas la fémina ya está desesperada. No haya la
hora en la que se abrirá el par de paracaídas gigantes (uno para ella y el otro
para su cartera). Verán, lo que sucede es que tiene que ayudar a su hijito con
la tarea de la escuela. Le dejaron unos recortes y no le quedó tiempo antes del
salto, así que se trajo un rimero de revistas para recortar las figuritas que
le pidió la maestra, todo mientras se desliza suavemente en su paracaídas hasta
tierra firme. Después de esto ya se puede dar el lujo de dedicarse a las
entrevistas.
¿Ahora entienden mi razonamiento? Una mujer nunca hará
una hazaña como la de un hombre. Claro que no, porque su hazaña será
INFINITAMENTE MÁS COMPLICADA Y HEROICA, una gran y gigantesca aventura multitask que solo una de esas extrañas
e interesantes criaturas es capaz de realizar.
Jajaja vaya comparaciones estas un muy buen post.
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