Si usted se considera bonito, este artículo no es para usted.
Edwin Francisco Herrera Paz. Hace poco, caminaba yo por cierto lugar de la ciudad cuando de pronto apareció una joven pareja. Ella, parecía una modelo de revista. Rubia, alta (creo que de aproximadamente metro ochenta), bien dotada, al estilo latino, pero también bien proporcionada, de facciones finas, brillantes ojos de mirada coqueta, de esos que hablan más que las palabras, vistiendo un vaporoso vestido rojo sobre la rodilla con un amplio e insinuante escote que dejaba entrever el zenit de la creación (o la evolución, según usted lo vea). ¡Claro que hablo desde el punto de vista de la alimentación infantil, no sea usted mal pensado!
El, en cambio, parecía sacado de una película de terror. No era más feo porque no es posible. No lo describo porque solo de recordarlo se me revuelve el estomago. No es broma. Era tan feo que llamarlo solo feo, a secas, seria adularlo. Lo llamativo a todas luces era el grotesco contraste de la pareja que parecía un par de acaramelados tortolitos volando hacia su nido de amor.
Al cruzar frente a un grupo de hombres mayores que departían alegremente en una esquina, uno de ellos dijo: “Santísimo Dios, la suerte del feo el bonito la desea”. Me llamó tanto la atención esta frase que decidí cavilar un poco al respecto y escribir este artículo. Me pregunté al instante: ¿Se trata de suerte? O, ¿Sera que hay algo más?
Es indiscutible que hay algo más. Muchos insisten en que la belleza es subjetiva, que está en los ojos del observador, sin embargo es incuestionable que existen estándares de belleza en nuestra cultura. La mayoría de las personas estarán de acuerdo en que una melodía de Mozart (Ain Klein Nacht Music, por poner un ejemplo) es irrebatiblemente bella. Lo mismo podríamos decir de una pintura de Velázquez, como Las Meninas. ¿Y qué decir de la belleza femenina? Innegablemente hay tanta variedad como culturas, pero independientemente del origen étnico de la fémina, existen ciertas características por las cuales se puede calificar como bella.
En la naturaleza existe un gran número de formas armónicas, y la belleza se ha relacionado con la armonía, la funcionalidad, la complementariedad y la simetría. Una de tales formas es la llamada simetría aurea, o simplemente número áureo, o de oro. Se dice que dos números están en simetría aurea si, y solo si (A+B)/A = A/B = 1.618…, y este último es el famoso numero áureo.
¿Por qué es tan famoso este número? Curiosamente el número áureo se observa mucho en la naturaleza (si para usted la biología y las matemáticas son como el Sanscrito para mí, es decir, no les interesa, por favor salte este y el siguiente párrafos). Algunas cantidades que están en proporción áurea son: La relación entre la cantidad de abejas macho y abejas hembra en un panal, la disposición de los pétalos de las flores, la distribución de las hojas en un tallo, la relación entre las nervaduras de las hojas de los árboles, la relación entre el grosor de las ramas principales y el tronco, o entre las ramas principales y las secundarias, la distancia entre las espirales de una Piña, la relación entre la distancia entre las espiras del interior espiralado de cualquier caracol o de cefalópodos como el nautilus. Tan frecuente es el papel del número áureo en la botánica, que recibe un nombre específico: Ley de Ludwig.
En el ser humano se puede observar la relación aurea en: la relación entre la altura de un ser humano y la altura de su ombligo, la relación entre la distancia del hombro a los dedos y la distancia del codo a los dedos, la relación entre la altura de la cadera y la altura de la rodilla, la relación entre el primer hueso de los dedos (metacarpiano) y la primera falange, o entre la primera y la segunda, o entre la segunda y la tercera, la relación entre el diámetro de la boca y el de la nariz, la relación entre el diámetro externo de los ojos y la línea inter-pupilar, entre otros.
Otra característica frecuentemente asociada a la belleza humana es la simetría bilateral. Y ¿Por qué percibimos lo simétrico y bien proporcionado como bello? Pues porque, como dije anteriormente, estas características están relacionadas con la funcionalidad. Si nos gusta una persona del sexo opuesto, es probablemente porque es lo suficientemente saludable como para proporcionarnos hijos fuertes y saludables, que a su vez heredaran sus genes de atracción estética a sus hijos, etc. Es la selección natural actuando en todo su esplendor. Por ese mismo motivo la mayoría de los hombres se sienten atraídos por los senos y las caderas grandes (y si usted no me cree, solo vea que bien les va a los cirujanos plásticos con las prótesis), los cuales develan a una mujer con niveles adecuados de estrógenos y de sus receptores, capaz de dar a luz fácilmente y alimentar adecuadamente a sus bebes.
Y ella, ¿tendrá las proporciones áureas???
La atracción sexual es tan importante en la naturaleza que se sacrifican otras ventajas biológicas con tal de atraer a los individuos del sexo opuesto. Ejemplos magníficos son las enormes cornamentas de los alces (un amigo mío tiene unas iguales, pero son solo metafóricas), o las plumas del avestruz. En estos casos se ha divorciado la belleza de la funcionalidad en beneficio del encuentro de pareja, y por ende de la reproducción.
Innegablemente, el ser humano es el ser más complejo de la naturaleza desde el punto de vista del comportamiento, y la percepción de la belleza no está supeditada únicamente a nuestra biología. He podido observar la influencia de un factor cultural muy importante: las características de los grupos poderosos, de los dominantes, son tendientes a ser consideradas bellas por los dominados. Como ejemplo, en las regiones del interior de nuestra Honduras es frecuente escuchar que la persona bella es aquella de piel y ojos claros, características propias de los conquistadores españoles (en su mayoría). Por el contrario, al español le gusta especialmente la gente trigueña, color bronce natural, del tipo caribeño, atributos habituales en los grupos árabes moros que dominaron España durante muchos siglos. Esto no extraña si consideramos que los grupos en la cúspide social (de hoy y todos los tiempos) imponen los estándares de belleza.
Pero a todo esto ¿Dónde quedan los feos? Es decir, si tendemos a escoger para la procreación a los individuos más bellos del sexo opuesto, ¿Cómo se colaron los genes feos? Bien, la respuesta es sencilla, y podemos encontrar la evidencia en el caso con el que comenzamos este artículo. Es probable que algunas variantes genéticas que están relacionadas con la fealdad, estén también ligadas a otras características beneficiosas. Por ejemplo, las mujeres son predominantemente auditivas, y es posible que un feo tenga una prodigiosa habilidad para decirle a una mujer lo que esta quiere oír (labia, le decimos en Honduras).
Además, el feo desarrolla resiliencia desde pequeño. Como es probable que el feo sea rechazado con mayor frecuencia que el bonito, el primero desarrolla mecanismos compensatorios que lo hacen atractivo desde otros puntos de vista, como un mejor desenvolvimiento social, o una fuerte capacidad para mostrar empatía. Así que suerte, ¡cuernos! No es suerte. El feo tiene ases bajo la manga que lo hacen exhibir esculturas vivientes a su lado que despiertan la envidia de los bonitos.
También es posible que los feos desarrollen una buena dosis de fe, y como algunos sabemos, la fe es una de las fuerzas más poderosas del universo.
Por eso si usted es un hombre realmente feo (no hablo de un poquito feo, ya que algo de feo tenemos todos. Hablo del extremo del espectro de fealdad), repita esta oración cada día (esto es bien serio):
“Señor, yo sé que soy muy feo. Tan feo que ni mi madre me miraba directamente a los ojos. Pero tu palabra me promete que aunque mi padre y mi madre me faltaran, tú estarás siempre conmigo, porque mi cuerpo físico es feo, pero ante ti y en ti todos somos perfectos. En este día te pido, Señor, que no mires mi fealdad. Dame la gracia para gustar a los demás de otras maneras. Muéstrame el camino para ser mejor persona, que mi fealdad sirva para estar siempre cerca de ti. Y te pido especialmente Señor, que me mandes uno de esos monumentos de mujer que tu sueles mandarle a otros feos como yo. Pero sobre todo, que posea también una gran belleza espiritual. Amén.”