Edwin Francisco Herrera Paz
Si hay algo que siempre me ha llamado la atención,
son las diferencias de comportamiento entre los sexos (hombre/mujer). En las
primeras semanas de desarrollo del humano, hombre y mujer somos exactamente
iguales. No existe diferencias. Ambos poseemos un pequeño rudimento llamado
gónada indiferenciada que está destinada a formar los testículos en el hombre,
y los ovarios en la mujer. Los embriones que tienen un cromosoma Y en sus
células comienzan a diferenciarse a la sexta semana de la gestación. Es
entonces cuando la gónada indiferenciada se comienza a convertir en testículo,
que pronto se vuelve completamente funcional
y comienza a producir la hormona masculina por excelencia: testosterona.
Y es esta hormona la principal responsable de las
diferencias entre sexos, aunque no la única. Una vez que el testículo
embrionario empieza a producirla, comienzan a operar cambios drásticos en los
genitales. Antes de esto el embrión posee dos pliegues de tejido separados, y
un pequeño rudimento denominado tubérculo genital. En presencia de testosterona
los pliegues se fusionan y forman el escroto, y el tubérculo genital crece
hasta convertirse en el pene. En su ausencia los pliegues
continúan abiertos y forman los labios mayores y menores, y el tubérculo
genital apenas sufre cambios convirtiéndose en el clítoris. Pero el cambio más
importante controlado por la testosterona no opera en la apariencia física, sino
a nivel cerebral. La hormona tiene influencia sobre diferentes regiones del
cerebro, especialmente un centro muy importante, regulador de la vida de
relación del individuo: el hipotálamo. Es esta impregnación cerebral del andrógeno
testosterona la que origina el cerebro típicamente masculino.
Desde luego, la mayor parte de la existencia de los
seres humanos como especie, centenas de miles de años, nos la hemos pasado como
cazadores-recolectoras y el influjo de la testosterona resultando en el
comportamiento masculino que observamos en los machos humanos de la actualidad,
fue moldeado en gran parte durante ese periodo de tiempo. Otra parte de la
conducta hormonal se desarrolló durante millones de años, en los antepasados de
los modernos mamíferos, y aun más atrás.
Me referiré específicamente a un comportamiento diferencial que es
el que origina la polémica en la educación de los hijos de ambos sexos, y que es génesis del dilema de la “doble moral”. En un experimento realizado en el
Reino Unido, un experimentador hombre le proponía sexo a un grupo de mujeres,
mientras las respuestas de las féminas eran minuciosamente registradas por una
cámara de video para luego ser evaluadas. El experimentador, amablemente, se
acercaba a una mujer y le decía: “señorita, ¿desea usted tener sexo conmigo?”.
En una muestra de más de 1000 mujeres la respuesta fue invariablemente de
rechazo (con alguna excepción), y el experimentador terminó muchas veces
seriamente abofeteado. Cuando el experimento se realizó en el otro sentido, es
decir, una experimentadora mujer les proponía sexo a los hombres, la respuesta
fue positiva en más del 90%. Indiscutiblemente, el humano masculino está
diseñado para responder inmediatamente al apareamiento, siempre que le sea
posible. A la inversa, la mujer evita el sexo en condiciones de socialización
superfluas. El experimento se realizó en diferentes países, con culturas
disímiles, lo que permitió excluir el factor cultural. Entonces, ¿Cuál es la
explicación de estos resultados?
La hipótesis más aceptada y lógica es el grado de
fertilidad de hombres y mujeres. El hombre es extremadamente fértil, capaz de
producir hasta cientos de millones de espermatozoides en un día. En
comparación, la mujer es prácticamente infértil, produciendo una única célula
germinal (óvulo) por mes. Eso le permite al hombre “esparcir” sus espermatozoides
por todos lados, indiscriminadamente. Por otro lado la mujer debe cuidar sus
escasos y preciados óvulos, y lo hace siendo más selectiva en sus relaciones. De
esa forma, la ventaja biológica la llevará el hombre que esté dispuesto a
aparearse en cualquier momento, con la más mínima oportunidad. En cada
apareamiento exitoso la prole portará las variantes genéticas del comportamiento
sexualmente agresivo.
Y como entonces la mujer debe cuidar sus preciados
óvulos y los productos de estos (los hijos), y para realizar mejor esta labor
debe mantener cerca al imponente macho secretor de testosterona (quien por su
parte va a intentar regar su esperma por el mayor número de sitios posibles),
ella ha desarrollado un gran número de artilugios para este fin. Por ejemplo,
la mujer es poseedora de una maquinaria antropométrica sofisticada capaz de
medir minúsculas variaciones en los movimientos de los músculos de la expresión
del macho. Esto le permite detectar el peligro de la expropiación de su amado por
parte de otra fémina. La detección la
realiza a nivel inconsciente descifrando los pequeños gestos involuntarios del
inocente ejemplar masculino, y en milésimas de segundo, se activan otros
complejos mecanismos de interacción social para deshacerse del peligro, como
fingir una enfermedad, estallar en celos, o simplemente ponerse más coqueta con
él.
Algún otro experimento que ya apenas recuerdo,
revelaba que un gran porcentaje de hombres es partidario de la poligamia,
específicamente de la poliginia (naturalmente). Por el contrario la mujer
prefiere la monogamia.
Pues bien, las mujeres dentro de los círculos
feministas no pierden la oportunidad de criticar ese comportamiento masculino,
llegando muchas a afirmar que nuestro Creador nos hizo a los hombres “monstruos
de dos cabezas”, pero que no nos dio la cantidad de sangre necesaria para
irrigar ambas al mismo tiempo. Esta crítica no deja de tener mucho de razón, y
es por ello (si usted es mujer) que tiene que evitar decirle a un hombre: “piensa
con la cabeza”, ya que él podría interpretarlo mal.
El hombre, en la sociedad primitiva de
cazadores-recolectoras, era el cazador y el guerrero. Esto lo obligaba a ser
más fuerte y enfocar sus energías en la presa. Sus armas, las colocaba en el
cinturón con el que se sujetaba el taparrabo o prenda equivalente, lo que le
permitía dejar libres las extremidades superiores para la lucha. La mujer, por
otro lado, era la recolectora. Las raíces, pequeños frutos y nimiedades que
recogía las depositaba en un bolso confeccionado para tal fin, y mientras más
grande el bolso, mejor. Las mujeres necesitaron desarrollar una gran habilidad
para discriminar los alimentos venenosos, dañinos, de aquellos que son útiles, así como para
buscar pequeños objetos. ¿Se ha preguntado usted alguna vez (si es hombre) por
qué no encuentra el frasco de loción en el tocador aunque lo tenga enfrente? Su
mujer, en cambio, puede sacar el pequeño frasco que usted está buscando de
entre mil, y en milésimas de segundo. También, esa es la explicación del por
qué las mujeres utilizan esas enormes carteras que contienen hasta lo
impensable, y del hecho de que ellas puedan realizar varias labores
simultáneamente, como limpiar las gracias del bebé, cocinar y hablar por teléfono,
todo al mismo tiempo.
Al hombre cazador y guerrero, por norma general le
gusta la guerra, cazar y combatir en equipo, es decir, el futbol. A la mujer
recolectora le gusta compartir con otras recolectoras mientras hablan de sus
maridos y de otras mujeres, en tertulias y dramas, es decir, las novelas. Los hombres
somos bruscos y pesados y vemos las cosas como útiles o inútiles: ¿será esta
lanza lo suficientemente certera para matar al mastodonte? ¿Emboscamos al
animal o lo perseguimos hasta el agotamiento? ¿Le declaramos la guerra a la
tribu rival o nos conviene más ser amistosos? En cambio la norma es que las
mujeres sean sensibles, amorosas, delicadas y las cosas las ven feas o lindas: ¿le
gustarán estas piedrecitas que encontré a mi maridito si me las cuelgo en las
orejas? ¿Será que si le corto un poquitín de tela al taparrabo el bestia de mi
marido se fija más en mí y deja de ver a la troglodita de la esquina? Y otras
delicadezas de ese tipo.
El hombre es fuerte, individualista, y solitario (Fuinso,
como nemotecnia). La mujer, sociable, sensible y sutil (Sosesu). Tan sensibles
son, que las mayorcitas aun lloran cuando recuerdan los episodios de dibujos
animados de las series “Heidy” y “Candy”, populares hace más de dos décadas. El
sufrimiento de Candy por Anthony era compartido por todas ya que la empatía
caracteriza al sexo bello. Cuando una mujer va al baño en un sitio público,
todas sus amigas la acompañan. Cuando juegan al futbol, todas van juntas tras
la pelota, y si una se cae, las otras le ayudan a levantarse y a peinarse. La
comunicación es parte de sus vidas. Al hombre, torpe social por naturaleza, tal
comportamiento le parece extraño. Para el hombre, la comunicación es directa,
sintética y al grano; para la mujer, es basada en los sentimientos y detalles,
pero como la comunicación de sentimientos es algo abstracto, necesitan hacerlo
con una gran cantidad de palabras, por lo que hablan hasta por los codos. No es
extraño entonces que aun después de muchos años de matrimonio, Fuinso y Sosesu
no sean capaces de comunicarse adecuadamente.
Las diferencias hormonales entre hombres y mujeres
también han originado aquel conocimiento popular que dicta que los hombres
somos seres visuales, mientras las mujeres son auditivas, sin embargo a mi
parecer esta diferencia se ha sobredimensionado. A las mujeres también les
gusta lo bonito (visualmente hablando), como las buenas proporciones corporales
que denotan buena salud física y reproductiva. Si esto no fuera cierto, los night clubs de mujeres en donde los
hombres bailan semidesnudos no tendrían clientas. Por otro lado, a los hombres también
nos gusta que nuestras mujeres nos susurren de vez en cuando cosas bonitas al oído,
de esas que nos levantan el ego. Así que, hombres, a botar esa panzota con dos
mil abdominales diarias y a comer verduritas cocidas por la noche. Yo sé, es
una tortura para un macho carnívoro, pero todo sea por satisfacer las ansias producidas
por nuestra testosterona.
Ya que vino el tema de la belleza física a colación,
decía el célebre cosmofísico estadounidense Carl Sagan, autor de "Los
dragones del Edén", "Cosmos" y "Un punto azul pálido",
que usted y yo somos "polvo de estrellas". El famoso
científico y divulgador se refería a que los elementos químicos que permiten la
vida solo pudieron formarse en el seno de una primera generación de estrellas
(astros incandescentes). Bien, sobre este comentario del doctor Sagan no falta
alguno que otro hombre que piense que todos somos hijos de Brat Pit, Jeorge
Clooney o alguna otra estrella (de cine). ¡Tan orientado está el retrógrado
hombre al sexo debido a sus hormonas! Es por ello que nunca falta alguna mujer que llega a la desesperación cuando por más que le explica a su hombre, este no
entiende. ¿Pero cómo es posible que no entienda lo que su amiga fulanita de tal
entiende con solo una mirada? ¿Será que el hombre es bruto? Definitivamente no.
El hombre es exacto y lógico; la mujer inespecífica, variada e intuitiva.
A la humanidad le urge un genio que elabore un
diccionario para que Fuinso y Sosesu por fin se entiendan. Pero mientras tanto
los seres humanos, con testosterona o sin ella, debemos aprender a bregar con
las diferencias y a utilizarlas en beneficio de la familia y la sociedad. De
cualquier forma, son las diferencias las que nos gustan y nos mantienen cerca
los unos de los otros, o como se dice en buen francés, ¡vive la différence jodido!!!!
Saludos.